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SOBRE LAS TABLAS

"La caída de Monononó”, una obra “rara” en la escena dominicana

La propuesta, del dramaturgo Sebastián Antuna, con la dirección de Glenys Valoy y las actuaciones de Luinis Olaverría y Lucero Gil

“La caída de Monononó”, de compañía independiente Teatro Porpipá, es denominada una obra “rara”.

“La caída de Monononó”, de compañía independiente Teatro Porpipá, es denominada una obra “rara”.glartys

¡Alerta de Spoiler! “La caída de Monononó”, de compañía independiente Teatro Porpipá, es un experimento, tanto en la concepción de su texto, como en la teatralidad que requiere la puesta en escena y el manejo psicosocial de sus personajes, sin temor a equivocarnos, es una obra “rara”.

Con una introducción algo didáctica sobre la diferencia entre la delgada línea que atraviesan miles, quizás millones de personas en el mundo en condiciones de salud mental y otras tantas que viven en condición de calle, se busca crear conciencia en el tratamiento de uno y otro drama social.

A partir de ahí, el planteamiento estructural de “La caída de Monononó” se convierte en un círculo vicioso de eventos repetidos, un Déjà vu desesperante, que pone a prueba la paciencia, la fortaleza de espíritu (resiliencia, decimos ahora), la tolerancia y hasta la empatía hacia las personas o cosas, que no nos resultan agradables y que, automáticamente, rechazamos.

Esta obra es un conflicto emocional total. Un argumento retorcido, si se quiere. Un drama convulso de principio a fin. Una maraña psicológica teatral en la que confluyen, quiera Dios que a propósito, el absurdo, el humor negro, el drama. 

En fin, el epítome conceptual del teatro vanguardista y menos complaciente que hayamos visto en mucho tiempo.

Lo raro perturba. Esto deben saberlo el dramaturgo, Sebastián Antuna; la directora y productora, Glenys Valoy; la asistente de dirección, Laurent Rojas y, por supuesto, los protagonistas Luinis Olaverría y Lucero Gil.

Nadie se embarca en un proyecto tan complejo, tan particular, sin saber a qué atenerse. 

De lo contrario, sería entonces una imprudencia, una torpeza y, tomando en cuenta lo que vimos, colegimos en que todo fue perfectamente ensamblado, que los intérpretes, Olaverría y Gil, fueron capaces de mentalizar un texto confuso, pero coherente.

Una vez más, la nueva camada de la escena teatral nos sorprende con una propuesta disruptiva, con una puesta en escena que apuesta más al fondo, que a las formas, que sale de lo estructuralmente lineal o preconcebido, para adentrarse en elementos obscuros, de esos a los que el convencionalismo más acomodado le huye “como el diablo a la cruz”.

Hay tantas formas de contar historias y “La caída de Monononó” nos acaba de presentar una distinta. Ellos, los miembros del colectivo Teatro Porpipá, nos han hablado de las miserias humanas, de los desechados sociales, de los apestados, incluso, de los apestosos, pero no se han quedado en los molestosos y predecibles lugares comunes. No. Han ido más lejos, han exhibido una estética atropellada en su propia sincronía.

Recapitulando el spolier, la obra no debería calificarse ni como buena, ni como mala. Debería ser anotada en el libro de cosas extrañas que suceden una vez cada cierto tiempo y que impulsan a las mentes estrechas a expandirse a la tolerancia, a percibir y aceptar lo distinto y a no dar nada por sentado. Porque es mentira que todo está dicho. Siempre se puede un poco más.

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