Día Mundial del Cine
Día Mundial del Cine: 130 años fabricando sueños
Desde el ‘annus horribilis’ del 2020, la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos estableció el segundo sábado de febrero como el Día Mundial del Cine

En un momento de cambios tecnológicos, con las nuevas tecnologías ampliando las posibilidades de contar historias y el auge de la inteligencia artificial, el cine continúa acompañándonos y haciéndonos reflexionar acerca de la realidad que nos rodea. EFE/ Ernesto Mastrascusa
En un momento de cambios tecnológicos, con las nuevas tecnologías ampliando las posibilidades de contar historias y el auge de la inteligencia artificial, el cine continúa acompañándonos y haciéndonos reflexionar acerca de la realidad que nos rodea.
De espectáculo a industria millonaria
El nacimiento del cine se sitúa el 28 de diciembre de 1895, fecha en la que se proyectaron al público las primeras películas de los hermanos Auguste y Louis Lumière, en el Salón Indio del Gran Café de París.
En sus inicios, pocos fueron quienes vieron en el cine un atractivo especial comparable a otras artes presentes durante siglos como la literatura o la música.
Las primeras proyecciones del cinematógrafo eran un añadido a los espectáculos de variedades, un entretenimiento de masas donde la clase obrera era la principal audiencia, que disfrutaba con las primeras representaciones que bebían de la puesta en escena del teatro, desde que un error en la captación de imágenes descubriera al francés Georges Méliès (1861-1938) el arte del montaje y que inspiró a la pionera Alice Guy (1873-1968), para sentar las bases de la narración fílmica.
Años más tarde, este arte se sofisticaría con el soviético Serguéi Eisenstein (1898-1948), quien puso las primeras piedras teóricas alrededor de cómo el espectador podía percibir tanto imágenes como significados.
Con el inicio de las diferentes contiendas bélicas a uno y otro lado del mundo, el cine fue utilizado como una herramienta de propaganda, Lenin llegaría a señalar al cine como “de todas las artes, la más importante”.
En la Alemania Nazi, despuntó con las proezas de Leni Riefenstahl, cuyo montaje aún se estudia en las aulas de cine. En Estados Unidos, los estudios habían trasladado años atrás su industria a los paisajes de la costa oeste en busca de mano de obra barata y huyendo del monopolio de Thomas Edison, quien había comprado las patentes de muchas de las tecnologías necesarias para realizar películas y por las que cobraba numerosas tasas a quienes quisieran utilizarlas.
Nacía así una industria que tendría que vivir los envites de una sociedad que no paraba de cambiar, del mudo (o silente) al sonoro, del blanco y negro al color, y así hasta la inteligencia artificial y el rejuvenecimiento por CGI (imágenes generadas por ordenador), todo ello sin perder la capacidad de emocionarnos.
Del cine que se huele a las pantallas más grandes, frente a la televisión
Al cine le salió un competidor, cuando en los salones del mundo la radio fue sustituida por la televisión. Aquella caja venía a cambiar la forma en que las familias se reunían frente a ella, y el cine fue consciente de ello.
Los estudios cinematográficos agrandaron sus pantallas con nuevas cámaras que permitían una resolución mayor, aparecieron nuevos inventos como: el Cinerama, la filmación y exhibición de una película con tres cámaras sincronizadas de manera simultánea para lograr una imagen panorámica (ejemplo de ello es ‘La conquista del Oeste, de 1962); o el Cinemascope, impulsado por la 20th Century Fox (hoy propiedad de Disney), cuyas lentes permitieron pasar de una imagen más cuadrada a una rectangular que ofrecía más detalle en el plano, como demostró David Lean al aplicar esta técnica en ‘El puente sobre el río Kwai’ (1957).
Muchas de esas innovaciones evolucionaron y aún hoy permanecen para completar la experiencia inmersiva de ver una película. Sin embargo, hubo técnicas que resultaron ser un fracaso, como el extinto ‘Smell-O-Vision’, que recogía una propuesta desarrollada por el proyeccionista Hans Laube para la Exposición Universal de 1939 en Nueva York.
El sistema, retomado en la década de los sesenta, consistía en ‘poder oler el cine’, por medio de unos tubos instalados en las butacas de la sala y que desprendían una serie de olores sincronizados con lo que se veía en la pantalla.
El invento no cuajó, pero dejó para la posteridad una película escrita y desarrollada para esa tecnología: ‘Scent of Mystery’ (Jack Cardiff, 1960), en cuyo póster rezaba ‘Primero se movieron, después hablaron, ¡ahora huelen!’. Desde mareos hasta una desincronización de lo que se veía en la pantalla y lo que debía olerse (que variaba según dónde estuviera sentado el espectador), aquel invento que buscaba revolucionar el cine no prosperó.
Nuevos retos
Con la llegada de las plataformas de “streaming” ha cambiado la forma en que consumimos no solo televisión, sino también cine. Los nuevos tiempos han reducido el tiempo de permanencia de una película en las salas de cine, que en pocos meses ya tienen cabida en las actuales plataformas. Los grandes estudios de la época dorada del cine ahora son grandes conglomerados mediáticos que se fusionan entre ellos, cada uno con su plataforma de referencia donde estrenan sus últimos títulos.
Frente a eso el cine aún tiene muchas historias que contar, en los últimos años hemos visto propuestas atrevidas que han llegado desde todas las partes del mundo. Los autores demandan más inversión pública en sus respectivos países, al mismo tiempo que las productoras independientes buscan nuevas fuentes de financiación que les permitan seguir creando historias.
Todo ello sin perder de vista al público, aquel que aún continúa llenando las salas, buscando en esa intimidad de la proyección una catarsis colectiva que durante una hora y media o dos le evada de su rutina diaria o le invite a reflexionar sobre el mundo que le rodea, sentir, en definitiva, la magia del cine.