Celebrando la vida: una aventura sueca
Ya no soy amigo de las grandes butiken (tiendas) ni de muy sofisticados complejos turísticos. La ciudad de repente se me ha hecho grande, manejar de noche un desafío y el waze no soluciona mis problemas de orientación.
Con los años, siento que uno de los precios a pagar es acabar de entender que lo que antes me lucia sencillo y fácil, hoy es complicado. Ni se me ocurre hablar de indicaciones para armar lo que sea, o una receta del plato más sencillo. Definitivamente soy un tipo pasado de moda y el cumplir ochenta años de edad así me consagra.
Mi última aventura la viví el pasado sábado intentando llevar a mi esposa a buscar una nattduksbord (mesita de noche) a IKEA.
De antemano, ese almacén sueco es un desafío al consumismo innato que todos los seres humanos llevamos dentro. Nadie se resiste a comprar algo.
Hace unos días que estoy, acorde con mi edad, tomando unas pastillas diuréticas para eliminar líquidos, lo que me hace visitar los toaletter (baños) muy seguido.
Desde que llego a un lugar ubico tales sitios, cosa de en caso de emergencia, salir rápidamente de mi necesidad.
IKEA es un laberinto lleno de tecken (señales) pero como tengo problemas con las indicaciones, las repelo.
Estamos frente a no se cuántas variedades de fatoljer (sillones), unos que se recuestan, otros que son mangsidigt (multiusos) de variados colores.
Cuando sentí la primera señal de urgencia pensé, todavía puedo aguantar un poco más.
A la tercera explicación de la oferta sueca en rabatterat pris (precio rebajado) pedí excusas y, luego de orientación, me fui en búsqueda de mi solución.
La urgencia es la madre de las equivocaciones. Me perdí, y después de ver unos espeglar (espejos) por tercera vez, supe que necesitaba ayuda urgente.
Mi vejiga ya emitía señales de auxilio. Yo apuraba el paso y volvía a los espeglar. No pude más y le pedí a uno de los jóvenes que me ayudara.
Volvió y me indicó que siguiera las gra ljussignaler (señales grises) y por última y dolorosa vez, tropecé con los espeglar.
Di un grito que escucharon todos los de alrededor y esta vez, y con una voz amenazante, me le acerqué al vendedor y le dije: o me lleva al toaletter o me orino detrás del rod soffa (sofa rojo), ¡no puedo más!
Y aquí sucedió la más doloroso, cuando escuché la voz del vendedor decir, tomándome del brazo: - Venga, herr, que lo llevo yo.
Lo demás es historia. Llegué al bendito lugar y, casi sin poder, descargué los ríos y cascadas que llevaba dentro.
Sentí que toda IKEA se reía de mí. Al salir me compré lo primero que encontré, unas stamp (esponjas) y seis glas (vasos) y dos skedar (cucharas) aun no sé para qué. Estaba vivo y felizmente gammal.