El árbol de la sangre

De una cinta con un guion desordenado, una edición caprichosa y un metraje excesivo, poco se puede esperar. Mucho más cuando está dirigida por un maestro del cine español nombrado Julio Medem que acostumbra a esos excesos con altos resultados.

Pero aquí se le fue la mano. Hasta el presente, es lo peor que se he visto bajo su firma. A pesar del casting, la banda sonora y la fotografía que sobresalen ante cualquier eventual desasosiego, el filme transcurre sin penas ni glorias. Al público le costará trabajo disfrutar esta tragedia al estilo griego, donde las pasiones pueden más que los sentimientos, y las mañas intentan esconderse dentro de un cuarto de edición lleno de miradas deslumbrantes, entrecejos fruncidos y andanzas al vapor, incapaces de advertir reiteraciones.

Medem dio categoría artística a reiteraciones banales, recreaciones tontas y retaliaciomes que nada aportan al desarrollo de la trama.

Si a todo esto sumamos un metraje que justifica el bostezo hasta un final gratuito, se debe convenir que estamos ante lo que pudo ser una gran película, perdida en el manojo de incoherencias y balbuceos inexplicables.

Julio Medem es un cineasta complicado. Escribe sus películas y muchas de ellas, como “Los amantes del círculo polar” y “Lucía y el sexo”, aportan, bienaventuranzas y exquisites cinematográficas.

Pero en “El árbol de la sangre”, se nota una precisión exagerada; una mirada más atenta en las formas que en el fondo. Aquí olvida que el cine es un arte que subyuga o entretiene, ya bien sea drama o comedia. “El árbol de la vida” es una cinta complicada, no entendible y menos asimilable para el gran público que después de dormir un rato en su butaca, despierta en el mismo instante en que conoce el final, a todas luces sacado de una estrella lejana.

Ficha técnica: