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La complicada historia de Francia con la Eurovisión, entre humillación y sabotaje

La cantante La Zarra, candidata de Francia a Eurovisión 2023.Radio Francia Internacional

Francia lleva esperando una victoria desde 1977 en la Eurovisión, y este sábado 13 de mayo, en directo desde Liverpool, el país cuenta con La Zarra y su canción “Évidemment” para poner fin a esta interminable sequía. 

El concurso ha sido a menudo objeto de críticas y burlas, pero en los últimos años se ha producido un verdadero resurgimiento del interés por él, tanto en Francia como en muchos de los países participantes. Análisis.

Anticuado, kitsch, pasado de moda. Estos adjetivos se escuchan cada vez que se menciona el Festival de la Canción de Eurovisión. 

Tema de cotilleo en la máquina de café los lunes por la mañana, en el mejor de los casos mirado con una distancia divertida... ¿Quizás se deba a una mala fe a la francesa vinculada a derrotas aseguradas y, a veces, a amargos fracasos?

Al menos, cada año, la inminencia de la Eurovisión permite volver a hablar de Marie Myriam, quien ganó el consurso en 1977 con la canción “L’Oiseau et l’enfant”. 

A falta de premio desde hace 46 años, este hecho sigue siendo necesariamente actual, y cada año, para algunos, vuelve la esperanza de que esta mala suerte termine.

Pero el país cultiva desde hace tiempo esta cultura del fracaso sin vergüenza ni arrepentimiento. Las recientes declaraciones de Yves Bigot, director de programas del canal France 2 entre 1998 y 2004, se inscriben en esta falta de ambición: “Me ordenaron perder (...) Me dijeron, si ganas, estás despedido”, dijo en un programa del canal France 5.

Un miembro de la delegación (que prefirió permanecer en el anonimato) de 1991, año en que Amina quedó segunda, se hizo eco del mismo sentimiento: “Cuando volvimos, el presidente de los canales del grupo descorchó el champán y nos dijo que era una posición perfecta, que había tenido miedo y que una victoria habría sido catastrófica”.

 De este modo, Francia ha provocado regularmente su propio hundimiento. No ganar es una forma de no sacar dinero, sabiendo que el coste excesivo de la organización -un presupuesto de entre 20 y 25 millones de euros- se considera un freno.

Nuevo impulso

Las líneas han cambiado claramente en 2016 tras la participación de Amir, que quedó sexto con un “youhouhou” en el estribillo de su canción “J'ai cherché”. 

“El gran público vio que no era inevitable acabar siempre en la segunda mitad de la clasificación, aunque tendamos a olvidar el cuarto puesto de Natasha St-Pier, el quinto de Sandrine François y el octavo de Patricia Kaas, respectivamente en 2001, 2002 y 2009”, afirma Fabien Randanne, periodista de 20 minutos y destacado especialista en Eurovisión.

“Tras el concurso, la canción de Amir se convirtió en un éxito. Esto supuso un nuevo impulso que vino acompañado de que France Télévisions [empresa de televisión pública de Francia] se tomara en serio el certamen. Dos años más tarde, su presidenta Delphine Ernotte viajó a Lisboa y dio prioridad a la Eurovisión sobre el Festival de Cannes. Esto es muy significativo. Ahora sentimos en nuestra delegación el deseo de ganar y de darnos los medios para ello”, prosigue Randanne.

Atrás quedaron los días en que se enviaba a un artista a la contienda que luego desaparecía tan rápido como un rayo. 

Está, por supuesto, el caso de Barbara Pravi, tan cerca de la consagración hace dos años y ahora firmemente establecida en el paisaje musical francés. O Madame Monsieur, cuya canción “Mercy”, con su tema delicado (el nacimiento de una niña en un barco de emigrantes), sigue siendo una referencia en las escuelas extranjeras para aprender francés.

Lo mismo ocurre a escala internacional. Es el caso este año del italiano Marco Mengoni, de sólo 34 años y que ya acumula 71 discos de platino.

 "Hay bastantes candidatos que son estrellas en su país, en plena dinámica positiva, y que no vienen porque están de capa caída. Hay que dejar de pensar que la Eurovisión es un cementerio para una carrera", opina Fabien Randanne.

El concurso no tiene la misma aura según los destinos. En los países escandinavos, por ejemplo, es una religión. 

Los suecos votan más por el Melodifestivalen -programa de selección de seis semanas- que por las elecciones, mientras que los islandeses se ponen por las nubes cuando se emite la final (96,4% del mercado televisivo en 2002).

Un símbolo muy fuerte

En Francia, la media de telespectadores oscila entre cuatro y cinco millones, el doble que par el programa Les Victoires de la Musique (en el que se recompensa a los mejores artistas musicales del año), emitido en el mismo canal. 

"La gente se reúne con sus familias o amigos. Sacan sus libretas, anotan, clasifican y comentan. En un momento en que se habla de la dificultad de reunir a la gente en un mismo hogar frente al televisor, éste sigue siendo un símbolo muy fuerte. No hay que olvidar que, después de los Juegos Olímpicos y el Mundial de Fútbol, éste es el acontecimiento televisivo más visto", afirma Randanne, que lleva 10 días en Liverpool a la espera del concurso (Ucrania, ganadora el año pasado, no pudo organizar el evento).

Incluso el tratamiento mediático ha cambiado, sobre todo en sentido ascendente.

El hecho de que la candidata francesa de este año, La Zarra, de nacionalidad canadiense, tuvo que cancelar su participación a conciertos promocionales previos a la Eurovisión por problemas personales, causó revuelo. Sus ensayos también fueron objeto de escrutinio en las redes sociales. 

Con su altura y su vestido largo y brillante, parece dispuesta a colarse entre los cinco primeros puestos.

Pero es probable que la batalla esté entre Finlandia y Suecia. 

Este último país ha vuelto a mandar al frente a Loreen, ganadora en 2012 con “Euphoria”, una canción considerada por muchos como una de las mejores de la historia de la Eurovisión y que provocó un maremoto en muchos países. Excepto en Francia...