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"La jaula de las locas”, prueba de fuego para Carlos Espinal y su equipo

La obra continúa en cartelera en el Teatro Nacional Eduardo Brito hasta el sábado 19 de noviembre

Ana Rivas, Carlos Espinal y Richard Douglas en "La jaula de las locas".

Ana Rivas, Carlos Espinal y Richard Douglas en "La jaula de las locas".

A todas luces, “La jaula de las locas”, es una producción ostentosa. Pero más que esto, es un reto para Carlos Espinal, quien asume el rol de productor junto a su musa de hace varios años, Cecilia García (como Jaqueline) y, al tiempo de dirigir y actuar como el personaje principal de este musical.

Hasta ahí, todo puede ser visto como cotidiano dentro del mundo teatral, en el que muchas veces actores o actrices, se enfrascan en varios roles simultáneos, para llevar a cabo sus proyectos, arriesgándose a ganarlo o perderlo todo de un tirón.

Con esta producción, a la que acudimos la noche de estreno del miércoles 16, pudimos constatar varias premisas: que este debe ser uno de los mejores performances de Carlos Espinal en años, Raeldo López tiene en Jaycob, el mucamo/mayordomo su mejor personaje; que Richard Douglas podrá ser un excelente actor dramático y cómico, pero que como cantante es un fiasco y que Alejandro Moss, no nos convenció del todo como el hijo heterosexual de la pareja gay.

La obra, basada en el libro de Jean Poiret, de 1973, con letra y música de Jerry Herman y la adaptación de Harvey Fierstein, considerada como una de las piezas más importantes de Broadway, además de presentar un panorama cómico y hasta superficial, especialmente por la afectación de su personaje principal, tiene un trasfondo social, de inclusión y aceptación de las diferencias que trasciende lo banal.

Es quizás este elemento social implícito, el que despierta las pasiones allá donde se presente la obra. Ha sido, quizás, este sentido crítico hacia las sociedades conservadoras, lo que ha mantenido el interés del público del mundo hacia una trama de apariencia simple, con ribetes de luchas y reivindicaciones y logros alcanzados por los colectivos LGBTIQ, enarbolados en las principales ciudades donde ha sido presentada.

Cuando sugerimos que este montaje constituye una prueba de fuego para Espinal, nos referimos específicamente a esto: él no es ajeno al modo de pensar de la sociedad dominicana, tan reticente a patrocinar eventos donde se visualice el tema de la homosexualidad, aunque seamos capaces de convivir con ella bajo nuestras narices, lo que se evidenció en el programa de manos y la escasez de anunciantes.

Fue una prueba de fuego para Espinal, porque su Zaza, la gran estrella del cabaret “La jaula de las locas”, local nocturno que comparte con su pareja en la ficción, George (otro acierto en la actuación, logrado por José (Checho) Lora, fue fiel al personaje, defendiéndolo con todo su ser, de principio a fin: afectado, “Drama Queen” de la cabeza a los pies, irónico e irreverente.

Una producción cuidada en toda su parte artística, desde la dirección de arte (Marcos Malespin), su música (Dante Cucurullo), las voces, coachadas por Sibeles Márquez Pagán (salvo la interpretación de Douglas, que ya dijimos anteriormente, como cantante, es un gran actor), hasta la dirección de escena, Amaury Esquea, quedó demostrada la seriedad con que el elenco completo asumió el proyecto.

Una vez más Ana Rivas logra trascender en un musical (donde se siente tan cómoda), su experiencia en este género, su dominio escénico y de voz de dejan notar en su actuación acontecida en el segundo acto del montaje.

Otros personajes como los de Laura Isabel, la novia; Mario Arturo Hernández, regidor de escena y luego, los personajes más secundarios de esta puesta en escena, como Sabrina Gómez, Frank Andrés Salazar, Edwin Rivera, Vanessa Cucurullo y Julián Bocquier, quienes junto al grupo de baile (que por cierto, estos chicos se roban los aplausos con sus destrezas y su transformismo, coreografiados por Iván Tejada), Miguel Lendor (Papachín), asistente de dirección completan el elenco.

“La jaula de las locas” tiene dos ritmos destacables: el primer acto es sobrio y lento. El segundo acto, es dinámico y mucho más entretenido, pero al fin y al cabo, es una pieza de culto, del arte pop, del grito social, de la aceptación, de la tolerancia y del respeto a las diferencias.

La obra continúa en cartelera en la sala Carlos Piantini del Teatro Nacional Eduardo Brito hasta el sábado 19 de noviembre a las 8:30 de la noche.