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Teatro dominicano: “El cuerpo perfecto” o una bonita oportunidad mal aprovechada

El uso excesivo del audiovisual debe ser revisado con urgencia por muchos hacedores de teatro en el país

La actriz María Angélica Ureña asume rol de Mujer 1 en el último fin de semana de la puesta en escena.

La actriz María Angélica Ureña asume rol de Mujer 1 en el último fin de semana de la puesta en escena.

Obviemos los chismes faranduleros que desataron los demonios el fin de semana pasado, cuando la producción de la obra teatral “El cuerpo perfecto”, encabezada por el inquieto Raúl Méndez, anunciaba que la comunicadora y actriz Gabi Desangles había abandonado el montaje.

La Desangles había, faltado, según el comunicado, a su compromiso asumido para interpretar los personajes correspondientes y que en modo de emergencia debió asumir María Angélica Ureña, cuando a ésta en principio se le había anunciado como una participación especial dentro del elenco.

La obra de Eve Ensler, la misma autora de “Los monólogos de la vagina”, fue estrenada recientemente en la sala Ravelo del Teatro Nacional, con las actuaciones de Xiomara Rodríguez y Hony Estrella, además de María Angélica U., y creemos pertinente reconocer que su planteamiento es serio, porque trata el tema de la obsesión por la belleza, la apariencia física y, por qué no, la salud mental que genera la aceptación o no de una imagen externa socialmente valorada.

Y es bueno que el teatro se haga eco de temas sociales que afectan a la colectividad en el tono que se prefiera, ya sea en clave de humor, como un drama, como un thriller o como gusten, pero que se hagan visibles y que generen debates.

Sin embargo, con “El cuerpo perfecto” no ocurrió este efecto. Su puesta en escena pudo haber tenido la intención de despertar conciencia con respecto a la alimentación sana y responsable, especialmente en las mujeres, cuando se niegan a aceptar que no todos los cuerpos son iguales.

Lynnette Salas, la directora de la obra, seguro tuvo buena intención en su puesta en escena, pero ya sabemos cómo se manejan las buenas intenciones, que de ellas está lleno el infierno.

La teatralidad planteada por Salas se quedó corta. El esfuerzo de las actrices en escena por mantener el listón alto era notable y los parlamentos, que fluctuaban de lo dramático a lo gracioso y viceversa, no lograban el efecto esperado en la audiencia (quizás no en toda la audiencia, posiblemente en la más crítica), entonces la obra caía en una especie de bodrio agotador.

Previamente nos informamos y supimos que los parlamentos fueron fieles al texto escrito por Ensler, pero es precisamente ahí donde entra en juego la creatividad del director o directora, del diseño que haga de cada escena, de los movimientos que mande a su elenco y de los recursos que utilice para acompañar cada performance.

El uso excesivo del audiovisual debe ser revisado con urgencia por muchos hacedores de teatro en el país, quienes no logran entender cuánta distracción genera este recurso en el auditorio.

Lo citado anteriormente se convierte en una ironía. Mientras las imágenes que daban cuenta de los múltiples viajes por varios países realizados por el personaje principal de la obra, en su búsqueda por encontrar esa paz interior frente al agobio de una vida de abusos psicológicos, sexuales y alimenticios se proyectaban hasta el cansancio, el escenario era minimalista y poco iluminado. El equilibrio de las cosas, el “Yin y el Yan” teatral deben jugar un papel importante. No siempre se dan las sinergias que se esperan.