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Sala Ravelo recibe "Todas las canciones de amor" tan dramática, hilarante, musical y desgarradora

Elvira Taveras se pasea como pez en el agua por ese escenario que tantas veces la ha visto actuar

Elvira Taveras se pasea como pez en el agua por ese escenario de la Sala Ravelo del Teatro Nacional Eduardo Brito, que tantas veces la ha visto actuar.

Elvira Taveras se pasea como pez en el agua por ese escenario de la Sala Ravelo del Teatro Nacional Eduardo Brito, que tantas veces la ha visto actuar.

El preámbulo puede interpretarse largo, innecesario, injustificable, tedioso. Sin embargo, es justo este avance preliminar, este rebuscar en la memoria, esta nostalgia maternal, lo que prepara al público para conocer más tarde qué se le plantea como argumento válido, dramático, social y visceral, durante los 40 minutos y más en los que se desarrolla el monólogo “Todas las canciones de amor”.

¿Quién, sino una madre, para indagar entre los intersticios de la mente y el corazón de un hijo? Es esa misma madre la que nos plantea el dramaturgo Santiago Loza, a través de esta pieza teatral de un solo acto, que protagoniza Elvira Taveras en la Sala Ravelo, bajo la dirección de Richarson Díaz, en esta pieza tan dramática, como hilarante; tan musical, como desgarradora.

La mirada confusa, primaria, básica y cotidiana de una ama de casa de clase media hacia la ausencia prolongada de su único hijo, negándose a aceptar que ese distanciamiento no ha sido más que el resultado de una vida de agobio, sobreprotección, limitaciones y desvinculaciones de una realidad que llegó plegada a su ser, pero que tanto ella, como el padre, han preferido voltear a otro lado y, claro, la única salida “sana” del vástago a esta “tragedia familiar”, ha sido huir del hogar.

Y la madre (Elvira) lo cuenta desde su perspectiva, pero llena de confusión: el hijo que vuelve a casa después de 10 años. Y qué gran sorpresa, no llega solo. Regresa con un novio y para más “inri”, negro.

Ahí viene el dilema. El texto nos hace pensar que la madre no sabe si es homófoba o racista. Y utiliza su simpleza de vida, la rutinaria y casi aburrida relación con su marido, para justificar lo que ella siente ante la abrupta confesión del hijo ausente.

Éste es un trabajo en el que tanto la actriz, como su director, ayudados por la asistencia en la dirección de Osvaldo Añez, la música en vivo, canciones interpretadas por el cantante cubano Celestino Esquerré, de la escenografía de Fidel López y las luces de Julio Núñez, completan el montaje que navega por las emociones humanas, logrando a ratos, arrancar carcajadas y, a ratos, el sentimiento de tristeza más profundo.

Elvira, una más que experimentada actriz, es recurrente en los monólogos. Se les dan bien. Desde Lorca, con su “Señorita Margarita”; “Juicio a una zorra”, de Miguel del Arco; hasta esos parlamentos fuertes y contundentes de aquellos trabajos corales, pero en los que se ha destacado por sus interpretaciones, como su personaje de Sensación, en “Camaleón y las siete puertas”, de Waddys Jáquez o aquella madre cínica, borracha y enferma, en “Agosto”.

Ella, Elvira, se pasea como pez en el agua por ese escenario de la Sala Ravelo del Teatro Nacional Eduardo Brito, que tantas veces la ha visto actuar.

De la pequeña muestra de obras antes mencionadas, tanto ésta, “Todas las canciones de amor”, “Juicio a una zorra”, como “agosto”, han sido producidas por Juancito Rodríguez y dos, dirigidas por Díaz, lo que nos lleva a inferir que esta tripleta se conoce, se soporta, se entiende y caminan juntos y en una misma dirección de conceptos artísticos.

Insistir sobre estos temas sociales y de carácter familiar es un aporte que muchos artistas, desde sus herramientas, están enfocados en visibilizar. Romper estereotipos, comprometerse sin necesidad de enarbolar una bandera de activismo, sin estridencias, los hace distintos.

Con esta puesta en escena, que estará este fin de semana y hasta el 28 de agosto en la sala Ravelo, hacen un llamado a la conciencia, a, simplemente, ponerse en los zapatos de los demás y ejercitar la empatía.

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