Diego el Cigala es el alma flamenca más caribeña y los dominicanos le sacan su mejor sonrisa

El artista se presenta en el Teatro Nacional con un paseo musical por el flamenco, el bolero, el tango y la salsa

Diego El Cigala cantó la noche del jueves en el Teatro Nacional de Santo Domingo.

Diego El Cigala cantó la noche del jueves en el Teatro Nacional de Santo Domingo.

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Ramón AlmánzarSanto Domingo, RD

Diego el Cigala es el alma flamenca más caribeña. No solo lo demuestra porque vive en un rincón de esta soleada región del mundo (por los lados de CapCana), sino que en su voz de lujo envolvió los tesoros del bolero al ritmo del maravilloso piano del cubano Bebo Valdes y años más tarde los contagiosos sonidos tropicales de la zona, sobre todo la salsa. Cuando expone todo este cóctel, como lo hizo la noche del jueves en el Teatro Nacional Eduardo Brito, su sonrisa sale natural y brillante como el sol del Este.

Los dominicanos lo atrajeron a sus playas y lo tratan como huésped cuando lo aplauden en el escenario, aunque él en el Teatro Nacional se convirtió en anfitrión de un paseo por el flamenco, el bolero, el tango y la salsa.

Cada ritmo cobró esplendor en su forma de interpretar clásicos que su voz toma un matiz encantador ante una audiencia convocada por el veterano productor local César Suárez Pizano.

Siete músicos de la Cali Big Band, con el pianista Jumitus Calabuch (su alma gemela en escena) como guía esencial, hacen la compañía a un recorrido esencial en una discografía que comenzó hace justo 25 años cuando en 1997 publicó “Undebel”, su primer disco en solitario.

Sin embargo, su enganche con el público latinoamericano llegó cinco años después, en 2002, cuando su compatriota Fernando Trueba le produce el disco de versiones “Lágrimas negras”, que une al Cigala con el legendario cubano Bebo Valdés (ya fallecido). A través de este grandioso pianista tuvo su primer gran acercamiento al paraíso musical del Caribe.

Con “Lágrimas negras” vinieron los premios, los reconocimientos mundiales, los aplausos, como se repiten una y otra vez cuando vuelve a cantar sus canciones ante el público, que como el dominicano le es fiel.

+ Canciones inolvidables

De ese tesoro musical de boleros en el Teatro Nacional incluyó varios clásicos, entre ellos “Inolvidable”, escrita por el cubano Julio Gutiérrez en 1944; “Corazón loco”, el arrebatador bolero escrito por Richard Dannenberg y popularizado en los años 40 del siglo XX por Antonio Machín; “La bien pagá”, la joya coplera de Juan Mostazo y Ramón Perelló, y, claro está, no faltaría la esperada “Lágrimas negras”, escrita en 1929 por el cubano Miguel Matamoros.

Tampoco el tango argentino fue obviado y cantó “Garganta con arena”, de Cacho Castaña, el cantante de tango con actitud “rockera” que permanece en la memoria musical latinoamericana. Además evocó la “Soledad” de Enrique Fabregat, incluida en su álbum “Cigala & Tango" (de 2010).

“Si te contara”, “Amar y vivir”, “Dos gardenias” y “Veinte años” fueron otros boleros que desarroparon la nostalgia de tantos corazones arrugados latiendo emocionados en el Teatro Nacional.

Su lado más caribeño y alegre lo puso en las letras de los temas elegidos de su disco “Indestructible”, lanzado en 2016 bajo el amparo de su prodigiosa voz para ritmos como la salsa que pudieran parecerle ajenos, pero que él es capaz de transformarlos en esenciales.

“Moreno soy” fue con el tema que abrió el show. En el transcurso de la noche sacó a la pista sus versiones en salsa de “El paso de Encarnación”, “Se nos rompió el amor” y la “Indestructible”.

A cada canción El Cigala le impregnó su característico toque de manos o reverencia a sus músicos. Con ellos suele entablar diálogos que solo ellos entienden y que se reflejan en el sonar de uno de los instrumentos.

Como distintivo, también se exponen su constante sonrisa de sol y sus muchos dientes de piano blanco, sobre un rostro que en él soporta su pelo largo de siempre.

Sentado casi siempre, con una mesita que resguardaba el elixir de sus noches (los presentes imaginaron que contenía alcohol), sus palabras al público fueron pocas, menos de lo que acostumbran los españoles. “Los amo”, repitió varias veces. Y tiraba besos.

En algunos momentos el público lo acompañaba o intentaba corear las canciones más conocidas, sin lograrlo del todo, debido al ritmo lento de su vocalización flamenca, y apenas en su interpretación de “Te quiero, te quiero”, el primero de los grandes éxitos de 1970 en la voz del baladista español Nino Bravo, fue que hubo acoplamiento, coro continuo, entre artista y público.

Tampoco fue un concierto perfecto. En varias ocasiones se le perdían los tiempos, ya sea por no dar con las letras exactas o por no encajar del todo con la armonía musical. Su pianista entonces se encargaba de enderezarlo y ponerlo a raya para retomar el desliz.

Se evidenció falta de ensayo. Talvez exceso de confianza por parte suya. O el desafío de encajar la variedad de tantos ritmos a su estilo tan único. Tampoco fue que le restó el querer, la complicidad, el encanto que de sobra emane de este gitano caribeño.

En el auditorio, casi a casa llena, su público solo lo disfrutaba y ya saciado, por más de dos horas de concierto, incluso algunos se fueron parando mientras El Cigala, muy a gusto, si le pedían “otra, otra” de nuevo (como ya lo habían hecho omentos antes) parecía dispuesto a seguir por más tiempo. Igual, se sentía en casa. Desde hace ocho años tiene libre tránsito y derechos como ciudadano dominicano.

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