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SÉPTIMO ARTE

El cine mexicano visto por sí mismo en los años 40’s y 50’s

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RAFAEL AVIÑACiudad de México

En México, hacia 1950, lejos estábamos de concebir alardes de claustrofobia emocional alrededor de la explotación fílmica y sus traspatios; por el contrario, la crítica a la industria fílmica nacional partía esencialmente del humor, el choteo y la celebración para expresar, por medio de la farsa, una introspección irónica.

Un guión del español Álvaro Custodio ridiculizaba el papel del escritor cinematográfico, y la mediana capacidad de ironía por parte de Cardona se suplía con una larga y sobresaliente secuencia en los Estudios Tepeyac. Infante, contratado como actor, se topaba (por única vez en su carrera) nada menos que con Germán Valdés Tin Tan para intercambiar una serie de sabrosos diálogos. De ahí pasa al foro de filmación del drama cabaretil Hipócrita (1949), para defender a la guapísima Leticia Palma del explotador Antonio Badú, sin darse cuenta de que se trata de un rodaje, ante el enojo del director Miguel Morayta. Después pretende cantar como Tito Guízar y hace dúo con Pedro Vargas, interpretando La negra noche como en cualquier melodrama de ese momento, en un genial recorrido por varios géneros de nuestra cinematografía.

En su encuentro con Tin Tan, éste le comenta a Infante: “¿Usted no es de aquí, verdad?” “¡No, iñor, Y usted, ¿quién es?” “Yo soy Tin Tan...” “¿El de las vistas?”, pregunta Infante. “El de las vistas... ¿Quiere que le regale mi autógrafo...”, responde el cómico. “Noooo, mejor regáleme la guitarra... Algo más efectivo, oiga.”. “La guitarr... Mire, ojitos de pescadito en vitrina, nada hay más efectivo que mi autógrafo. ¿Oyó?” “Mire boca’e bagre, por qué mejor no me lo firma en un vale...” “Mire, vale más que se vaya y me deje ensayar.” “Pero, ¿por dónde, oiga?” “Pues, por donde entró... por ahí váyase.” “¿Por dónde es?” “Por ahí derecho…”

Pocos años antes, el propio Pedro Infante, muy lejos aún de transformarse en estrella, protagonizaba la muy fallida Escándalo de estrellas (Ismael Rodríguez, 1944), que proponía una sátira del medio fílmico mexicano plagado en ese momento de una serie de fórmulas probadas: caballos, chinas poblanas, rancheros, pistolas, canciones e historias románticas. Por ello, abundan aquí curiosas referencias y parodias de nombres y cintas famosas.

Los charros están cansados Juan Bustillo Oro dirigía la espléndida y muy divertida No basta ser Charro (1945), escrita por él y Paulino Masip, en la que Jorge Negrete clama: “Me gusta ser charro entero montado en un alazán y no changuito matrero con ribetes de Tarzán… Ser charro es ser mexicano, sencillo, valiente y sano. Franco de a carta cabal.” No basta ser charro intentaba ser una parodia del cine impuesto por el cine mexicano, con Negrete en un doble papel: un tal Ramón, a quien confunden con el verdadero actor del cine nacional y exitoso cantante, Jorge Negrete; “¿Y qué hay con ese Negrete? ¿Es su amigo?”, le dice a una rancherita que le sirve un tequila con los únicos treinta centavos que llevan para pagar, él y su amigo el Chicote. A lo que ella responde: “Dicen que trabaja en el cine, pero como aquí no hay cine…” “Óigame, pues qué gente más rara ¿Y así se gana la vida?” Llegan a la Hacienda de la Esperanza y Lilia Michel lee en el periódico que Jorge Negrete ha desaparecido, supone que Ramón es Negrete y quiere pasar de incógnito. Más adelante miran una película en la que Negrete canta y el Chicote le dice: “Ya ves? Es re fácil, mano. Sólo caminas muy derecho, echas hartas habladas y cantas tan bonito como éste”, y en una escena muy ingeniosa, Ramón y Negrete coinciden en la XEW.

En Cantando nace el amor (Miguel M. Delgado, 1953), Andrés Soler encarna a un ranchero macho, pistoludo y adinerado que pretende convertir a la bellísima Elsa Aguirre en estrella de cine, contra su voluntad, para conquistarla. Por ello, le produce una película que se filma en los escenarios románticos del puerto de Acapulco; Óscar Pulido es un realizador de cine empeñado en creer que la industria fílmica es “mucha lana y puro vacilón”. Ese mismo año, con Gitana tenías que ser (Rafael Baledón, 1953) y Escuela de rateros (Rogelio A. González, 1956) –su última película–, Pedro Infante se sumergía de nuevo en los entretelones de la industria fílmica.

En Escuela de rateros, el arranque es atractivo: en la calle de Madero, en el Centro Histórico, se observa un auto a toda velocidad en el que se escuchan gritos y disparos, y el auto se estrella. Se trata de una distracción planeada por el hábil ladrón argentino Eduardo (Eduardo Fajardo), para llevar a cabo el robo de unas valiosas alhajas de una joyería.

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