CINE
Medio siglo de ‘mecánica nacional’
En 1973 obtendría los Arieles a Mejor Película, Dirección, Argumento original, Edición (Carlos Savage y Juan José Merino) y Actuación femenina para Lucha Villa. Ese mismo año se llevó seis Diosas de Plata de Pecime, el Premio ACE con sede en Nueva York para Manolo Fábregas a Mejor actor, el galardón a la Mejor Película Latinoamericana en el Festival de Cartagena, Colombia, y el Premio especial del jurado en el Festival de Panamá…
Al inicio de los años setenta del siglo pasado, los mexicanos habían aprendido a ayudar un poco “aflojando un foco”, según rezaba una de las más exitosas campañas del Consejo Nacional de la Publicidad. En 1971, se implementaban acciones para difundir el programa Ponga la basura en su lugar, instalando coloridos botes de basura en calles, parques, mercados, edificios públicos, escuelas, andenes del Metro y más. Incluso se lanzó una campaña publicitaria, con todo y estribillo pegadizo en televisión y cine, como lo muestran los cuatro spots dirigidos por Agustín Gutiérrez Silva y Carlos Ortiz Tejeda, producidos por los Estudios Churubusco, que incluían al chimpancé de los hermanos Gurza, Chucho-Chucho en un intento por enseñar a la ciudadanía las ventajas de una ciudad limpia y alegre. Todo en una época en la que Siempre en Domingo, conducido por Raúl Velasco, y Sube, Pelayo sube, que trasmitía el Canal 2 a partir de las 7:45 de la noche, eran para los mexicanos asunto cotidiano.
El tema del relajo y lo cotidiano en las clases populares y sus excesos fue abordado de manera feroz y divertida en la exitosísima cinta de Luis Alcoriza Mecánica nacional (1971), que este año cumple medio siglo de filmada. Un relato coral que retrataba los vicios y los delirios del mexicano promedio, con un amplio reparto que combinaba añejas figuras de la época de oro y una nueva generación de estrellas y que se estrenaría un año después, el 28 de diciembre de 1972 en el cine Real Cinema, donde se mantuvo durante trenta y nueve semanas. En 1973 obtendría los Arieles a Mejor Película, Dirección, Argumento original, Edición (Carlos Savage y Juan José Merino) y Actuación femenina para Lucha Villa. Ese mismo año se llevó seis Diosas de Plata de Pecime, el Premio ACE con sede en Nueva York para Manolo Fábregas a Mejor actor, el galardón a la Mejor Película Latinoamericana en el Festival de Cartagena, Colombia, y el Premio especial del jurado en el Festival de Panamá…
Entre machos y transas te veas
“Los personajes de Mecánica nacional son ficciones, sin embargo, todos son reconocibles. Recuerdo que la gente me decía: el Eufemio es mi padre, o es mi tío, el Mayor, ese yo lo conozco, vive cerca de mi casa… Había un militar muy parecido que vivía a dos casas de Buñuel… El país da una formidable gama de tipos, además del lenguaje… el capitalino mexicano es el más gracioso del mundo... No creo que exista nada como el habitante de la Ciudad de México”: Luis Alcoriza entrevistado por Tomás Pérez Turrent, Semana de Cine Iberoamericano de Huelva, 1977.
Mecánica nacional arranca de manera muy agresiva –una tónica que se mantiene a lo largo del filme pero con un humor desaforado–: unos trabajadores en la carretera vieja a Cuernavaca- Acapulco trazan en el asfalto la palabra Meta e intentan detener a una ambulancia que sigue su camino, por lo que se ven obligados a pintar de nuevo con las mentadas de madre respectivas a los paramédicos. De ahí, un corte al taller mecánico de Eufemio (Manolo Fábregas) que ostenta el letrero “Mecánica Nacional. Sólo damos servicio a clientes muy machos”; mientras doña Lolita, su madre (Sara García) prepara los guisos con su nuera Chabela (Lucha Villa), que llevarán al paseo de la carrera automovilística, De Costa a Costa. Minutos después, Eufemio se enfrenta con el forzudo repartidor de hielo (Ramiro Orci) al que llama “Méndigo gato”, apoyado por toda la palomilla de amigos, y a éste no le queda más que huir ante las risas y humillaciones de todos: “Te arrugaste, no le saques”; más aún, cuando se presenta el Gu¨ero Corrales (Pancho Córdova), compadre de Eufemio, mostrando su pistola. Después, durante el trayecto hacia la carretera, todos insultan a todos: “jiotosos, mal paridos, impotentes, dónde dejaste al perro, ciego, maricón, bigote chorreado” y un largo etcétera…
Fenomenología del relajo: el realismo sarcástico En efecto, Alcoriza consiguió un retrato muy fiel y oportuno del mexicano citadino de clase media/media baja con su doble moral, sus frustraciones y sueños guajiros, sus temores, sus actos cotidianos de corrupción, su desmadre permanente, su lenguaje florido, su tremendo complejo de Edipo, su machismo exacerbado y su pobrediablez, y lo hace de una manera tan realista como sarcástica y divertida, incluyendo a los españoles instalados en México, como el propio Alcoriza o Buñuel, representados aquí por los jóvenes Carlos Piñar y Pili Bayona (la pareja impoluta vestida de blanco con un auto convertible del mismo color quienes, a la hora de comer, literalmente tragan como cerdos), así como por Paco Ignacio Taibo, Mari Carmen Taibo y Francisco Llopis –los asturianos–, entre otros, en un relato del típico mexicano patriotero y chovinista de clase baja que ha accedido a un nivel económico un poco mayor: inculto, relajiento, con mucho sentido del honor y obsesionados con la virginidad de sus mujeres.
Lo curioso es que, pese a la imagen de masculinidad rampante, la voz cantante parecen llevarla las mujeres: ese matriarcado que inicia con la madre anciana y sus excesos en la comida y la bebida, que la llevan a la muerte, representada nada menos que por la abuelita del cine nacional que exclama toda clase de leperadas. La esposa cachonda y su comadre (Lucha Villa y Gloria Marín), sojuzgadas en apariencia por sus maridos y seducidas por los norteños Fernando Casanova y Carlos León. La hija universitaria que pierde la virginidad con el novio desobligado y flojo, hijo de los compadres (Alma Muriel y Alejandro Ciangerotti Jr.) –“la descorcharon o no la descorcharon”, dice Taibo–, la espectacular Fabiola Falcón en su debut, con cuyo escote y hot pants deja atarantados a todos, en especial a Fábregas y Córdova, quienes ingenuamente creen que ella “les echa los perros” cuando en realidad manda a volar al dizque Mayor Goyo (un espléndido Héctor Suárez), broncudo, de baja estatura y macho escudado por su pistola –“Desgraciado enano, que quemón me diste”–, y después se acuesta con el líder motociclista El Apache (Fabián Aranza) en esa suerte de festival de Avándaro que organizan al calor de las copas y el baile los y las jóvenes, entre ellas Maritza Olivares, hija de Eufemio, Rosalba Brambila y Alma Thelma.
Escenas notables como la de Muriel diciendo al novio: “Yo soy pura revo, tarado, y estudio y leo y voy a la Universidad”; aquella otra, hoy impensable por las correcciones políticas, cuando El Apache empuja con violencia fuera de su motocicleta a la chava en turno: “Órale, si no es sillón.” La discusión entre Federico Pichirilo Curiel, radiotécnico, el carnicero Eduardo López Rojas, El Mayor, Eufemio y El Gu¨ero: “Nosotros, por una bujía mala, cambiamos medio motor.” “Aquí la única ley que rige es la ley de Herodes…”, o “así somos todos: es nuestra canija condición de todo el país, el topillo, la transa”, dice Suárez. Aquella donde Falcón resbala y todos aprovechan para toquetearla. O Eufemio pateando a su hija por encontrarla en pleno ligue sexual. El enfrentamiento de El Gu¨ero con los norteños cuando se percata de que no trae su pistola. Y los diálogos de los compadres: “¿Usted las vio así de plano?” “Por ésta compadre y no, si no, ya serían calacas”, remata El Gu¨ero.
El brillante cierre final está por encima de toda esa gran puesta en escena montada por Alcoriza, su fotógrafo Alex Phillips hijo y la escenografía de Manuel Fontanals, que evita los cambios bruscos entre las escenas de Estudio y Exteriores. Eufemio traslada a su madre muerta dentro del automóvil: “Vengan a verla”, grita un muchacho baboso, en un notable tercer acto que abre con la inigualable presencia de Luis Manuel Pelayo como director de cámaras de Telesistema Mexicano, hoy Televisa, que captura a la difunta rodeada de familiares, amigos y curiosos y aún se pone a dirigir a los deudos, entre ellos el propio hijo Fábregas: “Usted, señor hijo, ahora, dele un beso y suba la mirada al cielo”, mostrando esa burla de la tragedia ajena y el morbo que genera la televisión comercial, y continúa con esa extraordinaria escena que muestra en paralelo el final de la carrera y el velorio improvisado donde las personas se van escabullendo de a poco mientras se reza el rosario. O el clímax en la carretera de regreso, atestada de automovilistas, con la anciana muerta en el auto escoltado por dos policías: “Nunca pensaste que ibas a tener un entierro así, como el de un ministro”, le dice Eufemio a su madre, luego de que, en apariencia, ha hecho las paces con su mujer y su hija.