CINE
Los imperdonables: Clint Eastwood, el iconoclasta de sí mismo
A partir del análisis de la famosa película ‘Los imperdonables’, estrenada en 1992, del igualmente famoso actor, productor, director y músico, se pasa revista a su filmografía, sobre todo del género western, sus temas recurrentes y su carácter no pocas veces contestatario.
Hacia 1985, Clint Eastwood dirigió y protagonizó El jinete pálido (Pale Rider), basado en Shane, el desconocido, clásico del western dirigido en 1953 por George Stevens, en el que el pistolero Shane defiende a una comunidad de granjeros de los abusos del terrateniente Ryker y sus pandilleros. Atraído por la idea de establecerse en el campo, cuando enfrenta al temible asesino Wilson, Shane comprende que él y su enemigo pertenecen a la etapa violenta del Oeste, por lo que ninguno tiene cabida en la nueva era, que busca la construcción de la paz y la prosperidad económica. Sin embargo, Shane se redime de su pasado violento al convertirse, así sea de modo involuntario, en un romántico caballero errante que equilibra la balanza entre los fuertes y los débiles.
Al contrario, el Predicador de El jinete pálido, quien protege a una comunidad minera del ambicioso empresario LaHood, no posee el aura romántica de Shane, que viste de color claro y monta un caballo alazán, en tanto que el Predicador viste de negro y monta un caballo pardo, más cercano al sheriff que regresa de la tumba en La venganza del muerto, western de 1973 también dirigido y protagonizado por Eastwood, espectro con el que el actor y director dio un giro fantasmal al “Hombre sin nombre”, que interpretó bajo la dirección de Sergio Leone en la Trilogía del dólar y que lo lanzó a la fama.
Luego de El jinete pálido, Eastwood dejó transcurrir siete años para la realización de Los imperdonables (Unforgiven), que ha sido, a la fecha de estas líneas, su último western, estrenado en 1992, con base en un texto original escrito en 1976 por el curtido guionista David Webb Peoples, que el veterano director adquirió en 1980 pero guardó doce años, convencido de que necesitaba dar mayor profundidad humana a su discursocinematográfico, al tiempo de lograr una narrativa en apariencia sencilla.
Las alegóricas venganzas Aunque compleja en cuanto a su retrato de personajes, la trama de Los imperdonables se basa en una anécdota mínima: apoyado por su compinche de juerga, en el pueblo de Big Whiskey un vaquero alcoholizado le acuchilla el rostro a la prostituta Delilah (Anna Thompson), quien se ha reído de la pequeñez de su pene. Sin embargo, cuando Alice (Frances Fisher), líder de las prostitutas, exige justicia, el proxeneta Skinny (Anthony James) y el sheriff Little Bill Daggett (Gene Hackman) coinciden en sólo multar a los vaqueros con la entrega de unos caballos, decisión que ofende a las mujeres al punto de reunir sus ahorros y ofrecer mil dólares por la muerte de los vaqueros.
Esta sencilla anécdota, que en otras manos habría dado paso a un western de venganza, dio oportunidad a Eastwood para adentrarse en la construcción de las condiciones para los estallidos de violencia en la sociedad estadunidense, y no por casualidad el filme se estrenó el tres de agosto de 1992, apenas tres meses después de los disturbios de Los Ángeles, provocados por el veredicto que exoneró a los policías que habían masacrado a golpes al taxista afroamericano Rodney King un año antes.
Así como ocurrió en el caso real de Rodney King, tampoco para las prostitutas existe la justicia en la ficción cinematográfica de Los imperdonables, por lo que, como la comunidad afroamericana en las calles de Los Ángeles, a las mujeres sólo les queda optar por la venganza, personificada por el aspirante a pistolero Schofield Kid (Jaimz Woolvett), el riflero Ned Logan (Morgan Freeman) y William Munny (Clint Eastwood), el forajido metido a padre de familia y malogrado criador de puercos, quienes han de consumar la venganza, que no será sino perversión de la justicia que desencadenará más violencia.
Violencia e inversión de los valores morales En Los imperdonables, la violencia es un constructo exclusivamente masculino desatado no por la burla al tamaño del pene del vaquero, sino por la desacralización del pene como encarnación del poder patriarcal, a pesar de que el patriarcado ha provocado la injusticia y el desequilibrio. No por nada el filme está lleno de símbolos fálicos oscilantes entre el ridículo y la tragedia. Ridículo, el relato sobre Dos pistolas Corcoran, que tenía el pene más grande que su revólver, que le estalló en la mano durante un tiroteo; tragedia, la historia del Inglés Bob (Richard Harris), asesino de obreros chinos para la compañía ferroviaria, quien llega a Big Whiskey con su biógrafo w. w. Beauchamp (Saul Rubinek), atraído por los mil dólares, pero termina castrado cuando Little Bill le quita su revólver.
Icono del western, Eastwood supo leer en el argumento de Webb Peoples la intención de presentar una historia del oeste en la que se invertían los valores morales del género, por lo que el hombre sin nombre se llama aquí William Munny y no es un espectro sino un pistolero retirado, con dos hijos y en la miseria, con un pasado plagado de crímenes atroces y a la vista, y no envuelto en la bruma del mito.
William Munny representó así la desmitificación del propio Eastwood como prototipo del hombre del Oeste, al tiempo que la emergencia de un nuevo arquetipo al cual, por cierto, el veterano director no se ocupó de dar un aspecto particular, sino que lo moldeó a partir de la sola imagen, apoyado por la fotografía de Jack N. Green, quien siguió el curso de los hechos con planos generales, americanos, medios, estilizados pero distantes, alterados aquí y allá por reveladores planos en contrapicada, como la secuencia en que Logan se niega a acompañar a Munny, mientras por encima de él asoma su rifle cual una aureola pervertida; o la del tiroteo final, cuando Munny confirma el alcance de sus crímenes.
La corrupción del padre y los marginados Otra característica del cine de Eastwood ha sido la recurrente presencia de personajes marginales, a contracorriente de una sociedad que los relega o los olvida. Es el caso del policía alcohólico que intenta reivindicarse protegiendo a una prostituta en Ruta suicida (1977), el dueño del fracasado circo del viejo oeste en Bronco Billy (1980), o el cantante en busca de un éxito que se le niega durante la Gran Depresión en El aventurero de medianoche (1982). En Los imperdonables, el director estadunidense incluyó dos grupos de marginados, a saber, los viejos pistoleros y las prostitutas.
Marginados, sí, pero antagonistas, porque los viejos pistoleros corresponden al mundo de los hombres misóginos, violentos y opresores, en tanto que las prostitutas se hallan confinadas al silencio, la invisibilidad y la explotación. Por ello, la exigencia de justicia que alzan desestabiliza el cosmos asfixiante e inmóvil de los hombres, a más de que los cuestiona, los remueve y los enfrenta a su reflejo, deforme, en el espejo. Taciturnas, como Sally Dos Árboles (Cherrilene Cardinal), la esposa de Ned; muertas, como la esposa de Munny; recluidas, como las prostitutas, en Los imperdonables, sin embargo, las mujeres tienen mayor densidad humana que los hombres, toda vez que, aun desde la marginalidad y el silencio, se reafirman en sus otredades (la individual y la colectiva).
Inquietante sugerencia, a pesar de la revuelta final de Munny ante las injusticias cometidas en Big Whiskey, tal acción no implica la reposición de la equidad, ya que, de hecho, la masacre en el bar de Skinny no es un acto de justicia sino de aversión, que Munny resume en estas palabras: “Yo soy William Munny y he asesinado mujeres y niños. He matado casi todo lo que se mueve o respira.” Tal aseveración no es la de un justiciero, sino la del ángel de la muerte que habla con la voz de un asesino rencoroso.
Cineasta tildado de conservador, en Los imperdonables Clin Eastwood fue capaz de desmontar su propia proyección de hombre macho en el imaginario colectivo, lo que no es poca cosa, si se tiene en cuenta que su enorme éxito cinematográfico se sustentó en dicha proyección. Pero no sólo eso. Con Los imperdonables, el director, actor y músico puso en tela de juicio a la sociedad estadunidense, que desde hace años ha basado su coexistencia en la intolerancia y la violencia, fenómenos cada vez más acendrados en la ciudadanía de aquel país que, a sus noventa años, aún preocupan y ocupan al cineasta, nacido el 31 de mayo de 1930, veterano y legendario por derecho propio.