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Cantinflas: El secreto que se llevó a la tumba

Mónica ArrizabalaMadrid, España. Tomado del periódico ABC

El 20 de abril de 1993 un cán­cer de pulmón se llevó a la tumba a Mario Fortino Alonso Moreno Re­yes a los 81 años y con él un secreto que nunca reveló el popular actor cómico mexi­cano, más conocido como Mario Moreno «Cantinflas». ¿De dónde venía ese nom­bre artístico del «más gran­de comediante del mundo», como dijo una vez el genial Charlie Chaplin?

«Es difícil para la gente señalar exactamente cuán­do nació «Cantiflas». Pero puedo asegurarles que na­ció conmigo, aunque fue hasta muchos años después que tomó forma gradual­mente», explicó el propio Mario Moreno en un artícu­lo sobre «La risa» que ABC publicó a su muerte.

En él contaba que aun­que sus padres con gran­des sacrificios -pues eran una familia numerosa y po­bre- habían conseguido po­nerle en la escuela, «me ha­bía escapado y era carpero, cantante y bailarín en una carpa. O sea, uno de esos teatros portátiles que han ido desapareciendo y que se instalaban por lo regular en las zonas más pobres y su­perpobladas de la ciudad de México.

Dentro de las carpas, ya descoloridas y comidas por la polilla, las representa­ciones eran duras e ingra­tas. Los espectadores eran más duros. La relación en­tre artistas y público no era delicada ni sofisticada. Si a usted le gustaba, usted lo sabía, el público golpea­ba en las bancas de made­ra, silbaba y vociferaba su aprobación. Si no estaban con usted podía recibir un jitomatazo o el impacto de una botella con excremen­tos. Es entonces cuando «Cantinflas» aprendió a ca­minar. Salí una noche y re­pentinamente sentí todo el impacto del miedo al es­cenario. Quedé paralizado momentáneamente. En­tonces «Cantinflas» tomó mi lugar y empezó a ha­blar. Habló...frenéticamen­te, enredadamente, sin sen­tido, tonterías, disparates, palabras confusas, incohe­rentes. Cualquier cosa an­tes que demostrar miedo. Dio resultado. Atolondra­dos por el sonido, perdido el equilibrio por la imposibi­lidad de entender lo que se decía, los espectadores es­taban silenciosos. Después rieron. Al aumentar las olas de risa y llegar muy intensas al escenario, supe que eso era para mí», relataba antes de mostrarse orgulloso de su nombre, «Cantinflas».

l ensayista Carlos Mon­ siváis lo contaba así: «De acuerdo a una leyenda, con la que él está de acuerdo, el joven Mario Moreno, in­timidado por el pánico es­cénico, una vez en la carpa Ofelia olvidó su monólo­go original. Comenzó a de­cir lo primero que le viene a la mente en una comple­ta emancipación de pala­bras y frases y lo que sale es una brillante incoherencia. Los asistentes lo atacan con la sintaxis y él se da cuen­ta: el destino ha puesto en sus manos la característica distintiva, el estilo que es la manipulación del caos. Se­manas después, se inventa el nombre que marcará la invención. Alguien, molesto por las frases sin sentido gri­ta: «Cuánto inflas» o «en la cantina inflas», la contrac­ción se crea y se convierte en la prueba del bautismo que el personaje necesita».

Al propio Mario Moreno se lo preguntó la periodis­ta Natalia Figueroa en una entrevista en ABC en 1984. ¿Había encontrado a Can­tinflas en la carpa?

«Mira: antes de la car­pa yo trabajé en teatros de partiquín, haciendo cosas chiquitas, papelitos, bailan­do... En la carpa tomé ya ca­rácter de Cantinflas. El ha­blar como habla Cantinflas no fue algo premeditado. Salió así... Fue una defensa mía, para no demostrar que no sabía nada... El modo de hablar de Cantinflas es una autodefensa de Mario Mo­reno», le respondió.

Su personaje con el pan­talón caído y la camiseta era una teatralización de lo que el «peladito» mexicano usaba. «Los tirantes ni los conocía, por eso se le iban cayendo los pantalones...», le explicó en aquella char­la a Natalia Figueroa, junto a otros detalles. Como que Cantinflas, igual que el «pe­ladito», no decía nunca que no sabía. «Tiene algo sensa­cional, y tan humano: que quiere SER. No posee nada, pero quiere aparentar, y ser. Quiere ayudarte, aunque es él quien necesita ayuda. Quiere ser alguien, algo en la vida. Trata de superarse. Ese es el “peladito”».

«Cantinflas, como nom­bre, ¿significa algo?», le in­quirió la periodista, espo­sa de Raphael. «No, nada. Lo inventé para camuflar mi verdadero nombre, pa­ra evitar que mi familia se enterase de que yo trabaja­ba en esto...», contestó Ma­rio Moreno, como en otras ocasiones que le pregunta­ron por el origen de su apo­do artístico. Nada dijo de si lo había tomado de algún grito popular sobre inflarse en la cantina que tan bien casaba en los papeles de bo­rrachín en los que se había especializado.

Según escribió en un fo­ro su sobrino Javier More­no, «esta historia de que sig­nifica “inflas en la cantina” fue creada por la gente, co­sa que a Mario Moreno le causaba mucha gracia. La verdad del apodo o sobre­nombre o mejor dicho del nombre del personaje que él creó, solamente él lo supo y se lo llevó a la tumba».

Fuera así o no, lo cierto es que Cantinflas se convir­tió en uno de los pocos có­micos, si no el único, que ha dado lugar a un verbo que se usa coloquialmente en México. « Cantinflear», según el Diccionario de la Real Academia Española, es hablar o actuar de forma disparatada e incongruen­te y sin decir nada con sus­tancia. Aunque según es­cribía Jon Juaristi hace unos días, «lo de la falta de sustancia a que se refie­re la definición del DRAE, paradójicamente, no se po­dría aplicar a Cantinflas. Monsiváis dio la clave de esa imposibilidad al final su discurso de recepción del Premio Juan Rulfo de 2007, en la Feria Interna­cional del Libro de Guada­lajara (México): «Cantin­flas fue y sigue siendo un gran mago de la pérdida de las alusiones. Esta obli­gación de cantinflear se re­vela en lo que un exjefe de Comunicación de la Ca­sa Blanca, Michael Deaver, explicó al entrevistador Bill Moyers: el presidente Rea­gan nunca dijo algo sus­tancioso porque el público que él quería alcanzar se impacientaba con lo sus­tancial».

Con su jerigonza y su infi­nita capacidad de hablar sin decir nada inteligible, en rea­lidad «decía» lo que quería decir. «Mira, cuando yo quie­ro decir algo que puede cau­sar problemas, se lo encargo a Cantinflas... Y él, entonces, lo dice a su modo, y sabe có­mo salir de esa situación per­fectamente. Cantinflas es una autodefensa. Me salva, me protege. No podríamos vivir el uno sin el otro», expli­caba Mario Moreno.

Rodó medio centenar de películas, sin apenas re­petirse en una frase, una auténtica gesta ya que le brotaban en cascada, pe­ro sobre todo fue un artista de la risa. «Para mí, la sonri­sa y la risa de la gente es vi­da. Me siento, entonces, un hombre feliz. Eso es lo que quiero: seguir brindando alegría, devolver tanto co­mo me dan», decía.

México, que tanto había reído con él, lloró por pri­mera vez con Cantinflas al conocer la noticia de su muerte. Miles de personas acudieron a rendirle un úl­timo tributo al paso de su cortejo fúnebre.

Mario Moreno, que lo di­jo prácticamente todo, tam­bién dejó dicho su propio epitafio: «Parece que se ha ido, pero no es cierto».

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