DESDE LA ÚLTIMA BUTACA
Miriam miente
En una reciente entrevista concedida el pasado 20 de junio a la periodista Elisa Fernández y publicada en el periódico “El País”, el laureado director mexicano Carlos Reygadas reflexionaba lo siguiente: “El cine que yo hago cada vez se ve menos y se vende por menos. Me ocurre a mí y a gente que está en un sistema muy parecido al mío... la pulsión de la fama y del dinero domina todo. Es el triunfo de la alfombra roja. Es curioso que un arma (como el cine) que parece liberadora, que te hace creer que lo tienes todo, y en el fondo te induzca a dejar de luchar por las cosas”.
Una conclusión parecida puede formularse al ver la excelente película dominicana “Miriam miente” (2018), de Oriol Estrada y Natalia Cabral, filme con varios lauros internacionales, entre ellos, Selección Oficial del Festival de Karlovy Vary.
La excelencia del guion se complementa con una no menos lograda estética cinematográfica, hechos que lo convierten en un filme que no debería pasar inadvertido.
Sin embargo, en países donde pululan comedias baratas, actores mediocres (que cobran millones de pesos por película) y directores que no saben dirigir, un filme como este no puede llegar a las grandes mayorías porque, entre otras causas, las salas comerciales solo aceptan filmes que “llamen a las grandes mayorías”. Como bien dice Reygadas, “es el triunfo de la alfombra roja”. O al decir dominicano, “el paseo de las estrellas”, donde hay de todo, menos estrellas.
La película de Estrada y Cabral no tiene desperdicios. No parece una ópera prima. En ella se incluyen recursos artísticos de altura. La cámara hace de las suyas. Lleva al espectador con sutileza a los profundos abismos y complejos del alma humana, y de ahí, a descubrir ese sentimiento oculto, ya bien bajo la piel y en la forma de hablar. Es importante cómo los directores logran que las miradas, gestos e insinuaciones de sus personajes, se encarguen de decirlo todo, aunque sus labios permanezcan cerrados. La dirección de actores, sin recurrir a sonoridades onomásticas, logró sobresalir.
“Miriam miente” no es una pieza que denuncia al racismo existente en una parte de la sociedad, sino una crítica a un sistema de pensar pequeño burgués, muy enraizado en la cultura dominicana, Un sistema que impide alcanzar metas humanas superiores.
Esta es una pieza de valores que debiera estudiarse en las escuelas de arte dramático. Contiene elementos suficientes como para repensar al país. Su legado debiera ser una de las funciones de un cine que aspira al divorcio con el populismo cualquierizante.