GAME OF TRHONES
Juego de Tronos: Ojos marrones, ojos azules y ojos verdes
Este escrito contiene revelaciones de lo sucedido en el tercer capítulo de la octava temporada de Juego de Tronos. Proceda con precaución.
¿Qué se le dice al Dios de la muerte? “Not today”.
Habla una niña llamada Arya con Syrio Farel, su instructor de pelea.
¿Qué se le dice al Dios de la muerte? “Not today”.
Habla Arya Stark, una chica sin nombre. Le escucha la sacerdotisa Melisandre.
Es un juego por el trono que encuentra en el pasado las respuestas a su presente.
Si necesita otro ejemplo piense en que toda la trama comenzó a correr con Little Finger diciéndole a Catelyn Stark que la daga de acero valyrio con la que intentaron matar a uno de sus hijos, Bran, le pertenecía a Tyrion Lannister.
Esa daga, que Little Finger entregó en la temporada siete a Bran, y que este a su vez se la dio a su hermana Arya, ha terminado con la oscura noche de los Caminantes Blancos.
Hay más. Mucho más.
Arya, en la temporada 3, se enfrenta a Melisandre, The Red Woman, cuando esta se lleva al bastardo del rey Robert Baratheon. La sacerdotisa se pierde en los ojos de la pequeña y le dice que ve cierta oscuridad en ellos. Y lanza su profecía: esos ojos cerrarán otros de colores café (Walder Frey), azules (Rey de la Noche) y verdes (…).
Game of Thrones ha sellado su paso en la televisión a pura sangre y extraordinarias reflexiones. Peleas y buenos diálogos.
La Batalla de Winterfell, bien pudo haberse llamado la Masacre de Winterfell, fue el tercer episodio de su última temporada. El programa de televisión firmó anoche uno de sus episodios más absorbentes, donde todos los personajes principales (del lado del bien) se vieron a segundos de la muerte. Y donde su leal audiencia salió con pocas palabras, como el que prefiere irse a dormir en posición fetal.
Es extraña la sensación que dejaba el capítulo. Mucha melancolía al sabernos cerca de la muerte, del no retorno. Alguien hablaba de que este era el capítulo de la lealtad, con guiño a Sir Jorah Mormont, a Jamie y a Briane, que se cuidaron las espaldas hasta más no poder. Puede ser.
Fue un capitulo al que entramos temiendo lo peor. Hacía ocho temporadas que nos presagiaban a los Caminantes Blancos como el final del universo, que sabíamos que no sería tan fácil derrotarlos. Que no saldría barato. Por el contrario.
Y justo así fue. Hablamos de ochenta minutos de pura batalla y muchísimo miedo. Donde en más de una ocasión se pudo haber creído que todo estaba perdido.
Y siempre, en esos momentos, apareció esa lealtad mortal. Ese Theon muriendo como un “buen hombre”, que tuvo que vivir (sufrir) tanto para redimirse frente a su hermano Bran. O la lucha de los Mormont, con la pequeña Lyanna, cabeza de la casa del oso, enfrentando al gigante de ojos azules, al que nadie podía derribar. Y ella sí pudo. O al gran Sir Jorah, que murió replicando todo su accionar en la serie: protegiendo a su reina. Solo al final, cuando la batalla estaba ganada, se entendió herido.
Por favor, incluya entre sus grandes momentos a Jon Snow (Aegon Targaryen) enfrentándose, él solo, a un dragón enemigo.
Este episodio marcó la mitad de la temporada. Ya solo quedan tres domingos y una sola batalla.
Ahora la serie nos lleva frente a la gran villana. No podría ser de otra manera. Nadie ha generado más repulsa que Cersei en todos estos años. Nadie merecía más que ella la última de las batallas (¿será realmente la última?). Y nadie tiene más enemigos que juraron matarle como ella.
La batalla final está pautada a ser en su feudo, Kings Landing.
Eso sí, cuidémonos de las sorpresas. Nada en esta serie es tan lineal como podría pensarse tras tres capítulos.
Miguel Sapochnik fue el director de este capítulo. Dirigió en la quinta temporada los números siete (The Gift) y ocho (Hardhome. Una de las mejores batallas de la serie) y en la sexta temporada hizo el nueve (Batlle of Bastards. Otro de los favoritos de la audiencia) y el diez (The winds of winter).