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UN PUNTO DE VISTA

Crónicas inesperadas de un Waddys Jaquez con una aplomada perspicacia de lo teatral

A la vista de la oferta de montajes presentados por Freddy Ginebra para los 44 años de la fundación de la Casa de Teatro, pude estimar una apuesta escénica que logró conmover al público.

Me refiero al atrevido y humano unipersonal Crónicas de Cero presentado por el actor y dramaturgo dominicano Waddys Jaquez con una aplomada perspicacia de lo teatral ofrecida desde su propia visión como director, conmovió a quienes lograron verlo los días viernes 27, sábado 28 y domingo 29 de julio, en la sala de teatro Cristóbal de Llerena.

En Crónicas de Cero, su director logró sintetizar desde el escrito Loco afán: crónicas de sidario, del escritor chileno Pedro Lemebel, que permitió tramar una escritura escénica sobre una desolada Latinoamérica, que va desde San Juan de Puerto Rico hasta Yucatán; desde las calles frías de Manhattan hasta el Malecón de la Habana; desde las siete esquinas del gran Santo Domingo y finalmente termina en la gran Villa Juana, que se estableció como portadora de las voces desheredadas de una sociedad avasallada.

Desde este texto atrayentemente escenificado por el actor Waddys Jaquez y desde su acertada dirección, pude constatar una propuesta repleta de sentido y con una eficacia, llena de significados.

Una vez que el espectador entra a la sala, se ve sacudido por una impactante plasticidad escénica que conmueve y genera un reservado malestar.

Propuesta transdisciplinaria idónea para des-velar las transgresiones y la iniquidad.

Un todo enfático que se transformó de fisonomías de tenaz agitación y que propone que, el espectador tome un porcentaje de responsabilidad humana y social frente a su acto de aceptación.

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EL CONCEPTO

Crónicas de Cero no es teatro poético por el puro deleite sino para potenciar un acento de denuncia de una Latinoamérica, así como de varias historias que solo han sabido estar en eterna querella para devolver lo que, en apariencia, va más allá del desalmado acto de sojuzgamiento de las irreverentes crónicas del sidario latinoamericano.

El conflicto dramático toca la perspectiva de una Latinoamérica empolvada por una creciente desigual en derechos y valores mutuos.

De ahí, se abre un sendero discursivo que hace punto de empalme con la fatal cifra de sojuzgamiento de las crónicas.

En su trasfondo, está la firmeza de esa voz que se resiste a quedar silenciosa. Son diferentes historias que claman por dignidad y justicia frente al olvido social.

Esa voz hecha proeza y cuestionada que se constituye en amarga poesía capaz de revelar sin deshonrar, pero si, con esa inseparable avidez por dejar persistencia de años de ignominia y obstinadas exigencias.

Es un trabajo eminente, correcto en su contexto estético, lleno de poiesis y de teatralidad, con tiesura en cuanto a la armonización de atmósferas y con cabal manejo técnico en el uso de la aportación actoral para consentir lo expresivo corporal y de la articulación de los siete personajes en su búsqueda de proyectar con desenfado y formidable fuerza compositiva, un todo que, supo llegar al alma y, a la conciencia de los espectadores.

El todo benefició con propiedad en lo conforme de cada situación y, a lo largo del tiempo de la puesta. Trabajo digno en su unidad general y pulcro en su armazón interpretativo, pero sublimé donde puede comprobar que se proyectó una imagen de coherencia histriónica acoplada, sin adulaciones, correcta en intención e instruida en la dosificación de cada parte.

Todas las breves historias en función de una imagen. La imagen en sintonía con una metáfora. La metáfora dotada como episodio de justicia social en que sabe presentar/revelar.

La denuncia es teatro. Y ese teatro conmovió por su honestidad desde la escena hacia la platea. Para concluir diré que la historia de la desolada Latinoamérica contada en siete crónicas, se hizo épica en esfuerzo artístico dado por el trabajo compacto dado por su actor.

Desde la sencillez de la conjugación del discurso poético con el trabajo espacial apelando a una técnica sobria y un cuidado de matices lumínicos y acentos musicales hicieron un detonante efectivo para armar un todo concluyente, lleno de ritmo, pleno de verdad, pulsado en la dilatación dramática del gesto y de la proyección corpoexpresiva del actuante.

En fin, Crónicas de Cero, es poesía contra la deshumanización; es el esbozo hecho a carbón de una toponimia social que se levanta como asidero y juicio en escena/imagen de seres que saben decir: “somos el alma de esta sociedad latinoamericana que aspira autonomía”.

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