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PANTALLA GRANDE

Café “colao” entre Lotoman y ¿Quién Manda?

La película “Colao” no se decide si ser una comedia o un drama romántico. De hecho, parece estar dividida en dos, una que viven los humoristas Raymond Pozo y Miguel Céspedes, y otra la de los actores Nashla Bogaert y Manny Pérez.

La cinta supone la primera vez del actor Frank Perozo en la dirección y cuenta con un guion hecho a tres manos por José Ramón Pascal Alama, José Pastor y Ángel de la Cruz.

La película narra la historia de Antonio, un cibaeño que deja su casa en Jarabacoa, donde vivió junto a sus padres sembrando café, para venir a Santo Domingo en busca, sobre todo, del amor de una mujer.

Para ello tendrá la ayuda de sus primos, Felipe y Rafael (Céspedes y Pozo, respectivamente), pero en lugar de irse donde el primero, que no tiene hijos ni suegra en casa, se va a vivir a la casa del segundo, que sí las tiene.

Decimos que está dividida en dos géneros en una sola película, porque en la parte cómica funciona. Los personajes son coherentes en ese universo que es la casa de Rafael (Pozo) y Maribel (Celinés Toribio), aderezada por las hilarantes intervenciones de la madre de esta última (la actualmente socorrida en el cine nacional, Ana María Arias), y viven en su mundo de comedia típica dominicana. Pozo y Céspedes hacen lo que mejor saben y logran las risas de la audiencia.

Pero en la romántica no tanto. El amor que surge entre Laura y Antonio no está bien desarrollado y todo pasa demasiado rápido. Y el hecho de que la magia que pueda tener el café en el “aficie” de la chica, no es tan bien explorado. Es decir, que no hay las razones para que el enamoramiento que viven los dos no sea tan sólido.

Es decir, que en esta oportunidad no se ha trabajado el papel del café como un aspecto gastronómico de mayor consistencia o de características “mágicas” como se ha hecho antes en otros filmes (“Como agua para chocolate”, de Fernando Arau; “Chocolat”, de Lasse Hallstrˆm o “Doña Flor y sus dos maridos”, de Bruno Barreto, por ejemplo).

El conflicto provocado por el “villano”, interpretado por Anthony Álvarez, es tan insignificante como el desenlace de la historia, que no alcanza a tener la contundencia que merece.

Lo que sí está bien son los aspectos técnicos, desde la fotografía (Juan Carlos Gómez) pese a que hay un exceso de tomas aéreas, muestra el colorido y la belleza del Cibao y de Santo Domingo, tanto del polígono central como de la Colonial, sin parecer una postal y explicando los dos mundos en los que se mueve el personaje principal. Aunque las imágenes del principio evoquen el lenguaje de los comerciales (el corte del salami que patrocina, y el café cayendo en la taza).

Otro punto a favor es el trabajo del montaje (de José Delio Ares), ágil y que contribuye a contar la historia, sobre todo la parte humorística.

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