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CINE

“Room”

La película fue realizada como una colaboración entre Irlanda y Cánada, rodada en Toronto y dirigida por el irlandés Lenny Abrahamson, filmada prácticamente en interiores.

Armando Almánzar R.Santo Domingo

El ser humano es, en esencia, un ser social: su existencia, pero sobre todo su vida como ente, funciona gracias a su contacto con los demás, sin importar raza, color o creencias.

Y ese es el nudo de la historia que vemos en “Room”, una película realizada en colaboración entre Irlanda y Canadá, rodada en Toronto, dirigida por el irlandés Lenny Abrahamson, filmada prácticamente en interiores, muy en especial en toda su primera parte que se desarrolla, como reza su título, en una pequeña habitación, o sea, es un filme hecho con una tremenda economía de medios, con actores y actrices que nada tienen de estrellas rutilantes, pero que, como en algunas ocasiones anteriores, demuestran, precisamente, que nada de ello es necesario para hacer cine.

Cuando se inicia el relato, vemos a la madre y su hijo, cuya larga melena tiende a confundir porque pensamos que puede ser una niña. Pero es Jack, quien cumple cinco años, y ella le prepara un bizcocho para celebrarlo.

Pero el niño lo rechaza, quiere un bizcocho como los que ve en la TV, con velas chispeantes, con adornos, más grande. Y puede que usted, como espectador, piense que cómo es posible, que por qué ella no sale y compra los ingredientes para agasajar a su niño, y tal vez piense que ella no tiene recursos, que es muy, muy pobre.

Hasta que, sin aspavientos, se nos comunica la realidad: Jack nació en esa habitación, Jack apenas ha visto el cielo gracias a una claraboya en el techo, Jack nunca ha salido del pequeño cuarto, ese es su mundo y ella, la madre, tiene siete años allí, a la espera de que, algunas noches de la semana, ese Nick con aspecto de hombre normal y corriente abra la puerta, entre y haga el “amor” con ella mientras Jack duerme y trata de hacerlo en un clóset a dos metros de la pareja.

Entonces, ahora pueden imaginar por qué hablamos del ser humano como ente social, como ser que necesita del contacto con los demás para sobrevivir de manera normal.

Cuando Jack entra en contacto con el mundo, cuando puede tocar, ver, aspirar y sentir todo aquello que para nosotros es lo normal y común de todos los días, él reacciona maravillado, temeroso, extrañado. Jack no sabe en principio hablar con otras personas que no sean su madre, no sabe ni siquiera bajar o subir tres ó cuatro escalones porque para él eso es desconocido, se mantiene abstraído en principio ante todos aquellos con que por fuerza tiene que comunicarse, muy a pesar de que son sus abuelos, y llega incluso a añorar “su habitación”, una variante del Síndrome de Estocolmo: todo ahora es demasiado abierto, ruidoso, abundante en todos los sentidos para él.

Mientras, ella, la madre, aunque no siente lo que su hijo, sí experimenta la enorme presión de ser una mujer abusada que ahora es pasto del rechazo y, a la vez, del acoso de los medios, y por ese motivo su reacción es diferente, pero, del mismo modo, no puede soportar todo aquello que ahora la abruma.

Excelente puesta en escena la del irlandés Abrahamson, formidable el guión escrito por Emma Donoghue, basándose en su novela homónima.

A pesar del rodaje en interiores, se luce Danny Cohen con el movimiento en su cámara, pero sin dejar de hacernos sentir la claustrofobia, el aplastamiento de sus dos personajes centrales. Y ellos, interpretados por una casi desconocida Brie Larson y un aún más ignoto Jacob Trembley, demuestran una firme y cautivadora capacidad interpretativa que nos hace pensar que el Oscar podría no ser tan fácil para la maravillosa Cate Blanchet de “Carol”.

No dejen de verla, es una pequeña joya cinematográfica.

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