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DÍAS DE CINE

‘El Hobbit: la desolación de Smaug’

Las actuaciones, como en casi todas las cintas que ofrecen gran espectáculo, tampoco son sobresalientes, es un trabajo conjunto eficiente donde nadie ni Ian Mackellen se destaca.

Armando Almánzar R.Santo Domingo

Nos imaginamos a Peer Jackson, de 15 años, en su Nueva Zelandia natal deslumbrado viendo “Taxi Driver”, “The Front”, “Carrie”, todas excelentes, pero tal vez prefiriendo “Rocky”, “King Kong” o “Midway” porque, aunque no tan buenas, son espectaculares, taquilleras. O sea, que tienen más de show que de cine. Y, tal vez también, en ese año 1976, Peter, como casi otro cualquier joven, decidió que iba a hacer también películas espectaculares y, sobre todo, que haciéndolas se iba a hacer millonario, multimillonario. Y ha cumplido con sus esperanzas y deseos Peter Jackson. Descubrió, como lo hubiera hecho un buscador de oro en el Klondike a fines del siglo 19, un perfecto filón: Tolkien. Porque Tolkien creó todo un mundo de ficción, pero, sobre todo, creó un mundo repleto de exotismo, de aventuras, de batallas, de seres extraordinarios, enanos algunos, normales otros, monstruosos los más. Y eso, sobre todo en sus aspectos exteriores más llamativos, es el mundo Tolkien-Jackson. Cuando vean “The Hobbit: the Desolation of Smaug”, eso es lo que van a encontrar, en especial, unas películas pensadas para hacer cine y, más aún, para hacer dinero. La novela en la que se inspira no es demasiado extensa, pero, sabichoso, conociendo la pasión de miles y miles por el autor, la dividió en tres para sacarle más provecho. Por supuesto, usted ve este film y se percata de que Jackson está haciendo cine de verdad, que hay secuencias que revelan una enorme capacidad de puesta en escena como esa de la fuga del grupo entonelados, o sea, viajando vertiginosamente por un río metidos en toneles, una edición capaz de dejar a cualquiera sin aliento. Y toda la película, todos sus extenuantes 161 minutos (léase: dos horas y 41 minutos), evidencia la mano de un señor que sabe hacer cine. Pero, repetimos el epíteto: extenuantes. Hace muy poco vimos “Prisoners”, de Denis Vileneuve, que tiene también más de dos horas (133 minutos), y no perdimos la atención un segundo. Al contrario, mientras más avanzaba, mayor la tensión y el deseo de ver más y más. Eso no nos pasó con este “Hobbit”, porque nos interesa mucho más pensar en lo que estamos viendo, sentirnos sujetos por el interés en descifrar lo que estamos viendo, que aplaudir por un buen show tal y como si estuviéramos en un circo. Si vamos a hablar de las excelencias de este film nos podemos referir a su excelentísima edición, una obra maestra de continuidad excitante. A la fotografía, que contribuye a ese sentido del dinamismo en gran medida, no a la musicalización de Howard Shore, que se hace notar demasiado, que chorrea muchas escenas con sus bonitas melodías pero no refuerza nada los instantes dramáticos, porque funciona como mero adorno algo estruendoso. Las actuaciones, como en casi todas las cintas que ofrecen gran espectáculo, tampoco son sobresalientes, es un trabajo conjunto eficiente donde ni siquiera un formidable intérprete como es Ian McKellen se destaca, simplemente porque él no es más que una pieza más en el show, y por tanto su presencia es tan importante como la de Smaug, o sea, el dragón, o como los dos chicos bonitos. (+)SOBRE ACTUACIÓNY, lo peor, el asunto no termina y tendrán que esperar un año…¡para que tampoco termine! El Hobbit: la desolación de Smaug Dirección: Peter Jackson Guión: Fran Walsh, Philippa Boyens, Guillermo del Toro, P. Jackson Fotografía: Andrew Lesnie Musicalización: Howard Shore Intérpretes: Ian McKellen, Martin Freeman, Richard Armitage, Ken Stott, Graham McTavish, William Kirchner.

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