DESDE LA ÚLTIMA BUTACA
Shubún
Título en español: Escándalo. País: Japón. Año: 1950. Director: Akira Kurosawa. Duración: 98 minutos. Guión: Ryuzo Kikushima y Akira Kurosawa. Reparto: Toshiro Mifune, Shirley Yamaguchi, Takashi Shimura, Yoko Katsuragi y Shinichi Himori. Sinopsis: Un periódico sensacionalista publica una foto donde aparecen, en el balcón de un hotel, vestidos en bata de casa, una afamada cantante y un artista visual. Por ese hecho, ambos son acusados de amantes. I Las “travesuras” de los paparazis y las “escaramuzas” de la prensa sensacionalista para hacer negocio con la dignidad ajena han sido recreadas a lo largo de la historia del cine. Obras mayores y menores han trabajado el submundo sicológico del periodismo barato, legando propuestas para la reflexión desde diversos ángulos. En una de las más sonadas, Federico Fellini estremeció al mundo con “La dolce Vita”, donde recrea el vacío existencial del periodista de farándula mediocre, en franca complicidad con los paparazis de turno. Desde aquel entonces, este mal no ha sido solo propiedad exclusiva de la cotidianidad romana, sino también que se extendió fuera de sus fronteras. El maestro Akira Kurosawa, con “Escándalo”, tocó esta experiencia en el Japón de mediados del siglo XX. En su obra, abandona el ambiente campesino y se introduce en el siempre fascinante mundo urbano con personajes caricaturescos, emblemáticos y portadores de las secuelas humanas que erigen al hombre contemporáneo. El guión es completamente épico, montado sobre finos dibujos escenográficos que retratan el ambiente epocal con sobriedad y eficacia artística. El entramado argumental sobre el que se erige la trama trasmite dos historias paralelas, cuál de las dos más llamativa: Por un lado, Kurosawa estampa la tragedia de una pareja de artistas frente a las diatribas de una prensa mediocre y sin escrúpulos; y, por el otro, la de un profesional del derecho, débil de carácter, con su hija a punto de morir y que se debate constantemente entre el cumplimiento del deber o la venta de su trabajo al mejor postor. En esta historia sobresale la actuación de Takashi Shimura, otro favorito de Kurosawa, quien sabe cómo cambiar de coloraciones a su personaje. Esta historia paralela es la que le otorga al filme un toque humanista que sobrepasa la simpleza del relato argumental. La contundencia de la denuncia social, adquiere resonancias en esos desdoblamientos del personaje de Shimura, muy bien concebidos por Kurosawa y que constituyen la guía que llevará al espectador a entender los oscuros mecanismos del poder dentro de los medios de comunicación para sacar a flote la mentira a como dé lugar. El trabajo interpretativo de Toshiro Mifune, esta vez centrado en un pintor que hace las veces de galán, se encuentra bastante alejado del tipo de personaje que lo inmortalizó dentro del cine de Kurosawa. Aunque no deja que desear, tampoco es nada del otro mundo. La película transcurre sin sobresaltos por los caminos artísticos elegidos por el director que, en esos primeros momentos de su exitosa carrera, no pudo ocultar el metamensaje de sus moralejas personales ante la magnitud de los hechos que denuncia, en detrimento de las moralejas de los espectadores. Le falta la magia, el enigma, la transparencia visual de un artista como Akira Kurosawa. No obstante este filme servirá de referencia cuando se estudien las propuestas artísticas en franco enfrentamiento con la corrupción en los medios comunicativos. Sus principales valores descansan en el peso de su guión, en el entramado de su denuncia y en la extraordinaria labor de Takashi Shimura.