Las estrellas del fútbol encuentran su voz

Jugadores del Borussia Dortmund previo a un partido de fútbol mostandro camisetas en contra del racismo. / AFP

Jugadores del Borussia Dortmund previo a un partido de fútbol mostandro camisetas en contra del racismo. / AFP

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The New York TimesSanto Domingo

LeBron James, Dwyane Wade y Udonis Haslem convocaron a una reunión de equipo. Llevaban más o menos una semana hablando sobre el asesinato de Trayvon Martin, reflexionando sobre el significado de ser hombres negros, procesándolo como padres, intentando formular una respuesta como atletas y modelos a seguir.

Cuando decidieron llevar a cabo un plan, sabían que querían mantenerse unidos, tener una postura como equipo. Así que juntaron al resto de sus colegas del Miami Heat y les dijeron qué pensaban hacer. Todos estuvieron de acuerdo. Nadie puso reparos. Nadie se preocupó de que pudiera ser un acto demasiado controvertido ni que alienara a los aficionados. Nadie quería permanecer en su propio carril.

Entonces, unas pocas horas antes de jugar como visitantes en Detroit, James, Wade y Haslem citaron a sus compañeros de equipo en el salón de eventos del hotel donde se hospedaba el grupo. La mayoría ya llevaba puesta su sudadera con capucha, aunque un jugador tuvo que pedírsela prestada a un entrenador.

“Somos Trayvon Martin” fue el título que James le dio a la fotografía que se tomaron ahí, con las cabezas agachadas y las capuchas puestas. Esa noche, el Heat tomó la palabra para exigir justicia, con el nombre de Martin garabateado en sus zapatos. Pronto, otros jugadores en otras ciudades se sumaron a apoyar la campaña.

Eso ocurrió en 2012. Dos años después, James —quien para entonces había vuelto con los Cleveland Cavaliers— estaba calentando para un partido con una camiseta que tenía la frase “No puedo respirar”, las tres palabras que repitió once veces Eric Garner mientras un oficial de policía de la ciudad de Nueva York lo estrangulaba en una acera. Un compañero de James, Kyrie Irving, y varios jugadores de los Brooklyn Nets hicieron lo mismo. Un día después, fue el turno de Kobe Bryant.

Entre las muertes de Martin y Garner, Adam Silver —con apenas dos meses en el puesto de comisionado de la liga— vetó de por vida a Donald Sterling, el dueño de Los Ángeles Clippers, después de que surgió una grabación en la que Sterling le ordenaba a su novia que no llevara a “gente negra” a los juegos de su equipo.

James también alzó la voz sobre ese asunto. “No hay lugar para Donald Sterling en nuestra liga”, comentó. El sitio web Deadspin lo consideró significativo: “Si un personaje tan cuidadoso” como James sintió la necesidad de ser tan directo, el caso en contra de Sterling debe ser condenatorio, sugirió la página.

En la actualidad, James sigue siendo cuidadoso, claro está, pero ya no es una curiosidad escuchar su voz. El activismo de los atletas se ha vuelto una norma en la NBA. Por supuesto, la liga merece crédito por eso: Silver, en particular, ha promovido un entorno en el que James y sus colegas se sienten empoderados a usar sus plataformas para hablar sobre injusticias y temas sociales que les importan. No, borremos eso: tan solo injusticias y temas sociales que importan, punto final.

Esta semana, mientras las manifestaciones por la muerte de George Floyd tomaban las calles de todo Estados Unidos, Silver les escribió a los jugadores de la liga. “Estoy conmovido por la cantidad de miembros de la familia de la NBA y la WNBA —jugadores, entrenadores, leyendas, dueños de equipos y ejecutivos en todos los niveles— que alzaron la voz para exigir justicia, instar a protestar en paz y demandar un cambio significativo”, escribió.

Sin embargo, sería un error suponer que el sistema ha tenido una participación activa aquí y los atletas solo han sido beneficiarios pasivos. El cambio llegó porque los atletas alzaron la voz.

Encontraron sus voces a través de sus propias acciones y su propia voluntad. No les otorgaron el derecho a hablar. La liga estaba en una posición en la que podía oponer resistencia, o podía permitir que se dejaran escuchar. La NBA merece un reconocimiento, más que nada, por haber tomado la decisión correcta.

En el fútbol todavía no se siente tanto empoderamiento. Si acaso, evoca a la NBA en los días previos a las sudaderas y a “No puedo respirar”, una época en la que los jugadores se sentían reacios a hablar sobre cualquier cosa que pudiera considerarse política y había reglas estrictas sobre las consignas en las casacas, las camisetas y los zapatos.

Los clubes, las ligas y los patrocinadores del fútbol tienen una postura en contra del racismo, claro está —tienen iniciativas y toda la cosa—, pero sus objeciones suelen ser ligeramente convencionales, sin duda sinceras, pero un tanto superficiales, codificadas en el lenguaje de las comunicaciones corporativas. Es poco probable que sus declaraciones sean un llamado a la acción para lo que Silver denominó un “cambio significativo”, y hay una ausencia sorprendente de ese tipo de expresiones ahora que eso podría proyectar una imagen negativa de su equipo o sus aficionados.

No obstante, esta semana, ocurrió algo diferente. No fue que la FIFA, el organismo rector del deporte, decidiera aconsejar a sus múltiples miembros que los mensajes antirracismo no eran un mensaje político; tampoco que las autoridades del fútbol alemán confirmaran que no iban a castigar al grupo de jugadores de la Bundesliga —Jadon Sancho, Marcus Thuram, Achraf Hakimi, Weston McKennie— que brindó su apoyo, y su notoriedad, a las protestas que arrasaron Estados Unidos y luego el mundo.

No, fue el hecho de que los jugadores se sintieran suficientemente empoderados como para tomar una postura, sin importarles que la FIFA o la Asociación Alemana de Fútbol consideraran que se habían pasado de la raya. El hecho de que Marcus Rashford y Paul Pogba sumaran sus voces en Twitter, mientras que DeAndre Yedlin y Nedum Onuoha hablaron en específico sobre la experiencia de ser un hombre negro en Estados Unidos; el hecho de que los jugadores del Liverpool, Newcastle United, Chelsea y Borussia Dortmund se arrodillaran antes de entrenar (en el Liverpool, la foto fue idea de Virgil Van Dijk y Georginio Wijnaldum; no fue una maniobra publicitaria que orquestó el club).

Una vez más, no fueron las autoridades que actuaron y los jugadores que las siguieron: fue al revés, y dio la impresión de que algo podría estar cambiando.

El fútbol es un producto para la televisión. Pero la televisión también es un producto para el fútbol.

De momento, la Liga Premier tiene un espacio de reflexión. Esta semana, el socio más importante de la liga —Sky Sports, su principal tenedor de derechos de transmisión en el Reino Unido— accedió a esperar hasta la próxima temporada para cobrar los 215 millones de dólares que le deben los clubes más grandes de Inglaterra a causa del hiato de tres meses en el que estuvo la liga por el coronavirus.

Es un gesto que recibirán con gusto no solo los equipos de la Liga Premier, que se enfrentan a la posibilidad de un inmenso déficit financiero debido a los meses de partidos que se jugarán a puerta cerrada, sino también los clubes de toda Europa, muchos de los cuales dependen del gasto inglés en el mercado de transferencias para mantenerse a flote.

Sin embargo, más que eso, esclarece el grado de simbiosis en la relación entre la Liga Premier y la cadena que ha transmitido sus partidos desde los inicios de este formato. A menudo se considera que la televisión ha moldeado la Liga Premier para ser un producto para la televisión y para Sky en particular. Sky decide cuándo se juegan los partidos, y su vibrante canal de noticias resuena las historias que considera más importantes. En cierto sentido, busca determinar cuándo inicia la historia misma.

No obstante, nos olvidamos con demasiada facilidad que lo opuesto también es verdad. El éxito de Sky se basa en la popularidad de la Liga Premier; su decisión de esperar por el pago es prueba de eso. A Sky no le beneficia que la Liga Premier entre en recesión. No le beneficia que el mercado de transferencias se congele ni que la próxima temporada se parezca a esta temporada excepcional ni que el glamur, la emoción y el frenesí disminuyan y anden a la deriva.

El fútbol necesita de la televisión, claro está: por eso la gran mayoría de las ligas europeas van a seguir jugando. Resulta que, de pura casualidad, en el verano comienzan los nuevos contratos de televisión para la mayoría de los países que cancelaron. No obstante, la televisión también necesita fútbol, desesperadamente. Sin el deporte, todo el modelo se cae a pedazos.

Se ganó la guerra. No hay necesidad de seguir peleando.

Como la Major League Soccer (MLS) lleva mucho tiempo anhelando que la tomen en serio, causó un poco de sorpresa que decidiera que la mejor manera de sobrevivir la época del coronavirus era escondiendo a sus estrellas en Disney World durante más o menos un mes. A simple vista, se parece un poco a aquella vez en que el Leeds United decidió darle permiso a un circo para que se quedara afuera de Elland Road.

Sin embargo, más allá del simbolismo desafortunado, hay mucho que admirar del plan que armó la MLS para terminar su temporada. La solución es mucho más creativa que cualquiera que otra liga europea haya propuesto hasta ahora: un torneo condensado, basado en la estructura de la Liga de Campeones o la Copa Mundial, a celebrarse en Florida.

La NWSL, el máximo circuito del fútbol femenil en Estados Unidos, tuvo la misma idea, a una escala menor, y es buena. O, más bien, es una idea buena para la cantidad de ideas disponibles en estas circunstancias: una mezcla de brevedad necesaria, comprensión inmediata e integridad competitiva.

Entrenador de un equipo de fútbol alemán muestra camiseta con leyenda en contra del racismo. / AFP