LIMA 2019
Las deportistas que vencen prejuicios machistas en los Panamericanos
A golpes de puño, derribos y manotazos, tres mujeres del boxeo, rugby y fútbol son referentes del avance del deporte femenino panamericano contra atavismos machistas.
Los juegos continentales que se llevan a cabo en Lima reúnen a 6.847 atletas, el 44% de ellos mujeres, según el organizador Panam Sports (Odepa).
Gancho a la tradición
Era sencillo escabullirse para ir a pelear, sin guantes ni equipo que cargar. En el gimnasio se compartía todo, incluso el protector bucal. Lo difícil para la boxeadora colombiana Ingrit Valencia era ocultar los machucones.
"No me quejaba, así mi madre no me regañaba", recuerda la ganadora del oro panamericano en 51 kilos del boxeo, y representante de una inédita 'multitud' de 177 mujeres en una delegación de 345 miembros.
Antes de luchar por títulos, la morena nacida en Cauca, en el suroeste de Colombia, usaba los puños para aleccionar a los varones que la molestaban. Esa fama llegó a oídos de un entrenador. "Siempre tomo mis propias decisiones; nunca me importó que dijeran que el boxeo era para hombres porque sabía qué quería y que iba a salir adelante", dice a la AFP.
Sus primeros movimientos dentro del encordado fueron contra el hambre. Ingrit eludió el desaliento, bloqueó objeciones y limó sus golpes rústicos para convertirlos en hitos, como el de ser la primera púgil del país en subir a un cuadrilátero olímpico en Rio-2016 y bajar con el bronce.
La colombiana de 30 años dice que, a contramano de prejuicios, las boxeadoras no usan menos vestidos, maquillaje o aretes que las demás. De hecho, le resulta más sencillo combinar el deporte con esos clichés de femineidad que con su faceta de madre.
"Es una tarea de tiempo completo y mi hijo no tuvo ese privilegio. Los dos hacemos el sacrificio, porque si yo me quedo cuidándolo ¿quién le va a dar un futuro?", dice Ingrit, que crió sola a su hijo desde los 17 años.
Empujar por el rugby
La pelota llega volando, María Paula Pedrozo la abraza y arranca una carrera que termina con el choque de una estadounidense. El pitazo final cierra un 49-0, en desventaja para Argentina.
En el país se asume como cierto que las chicas juegan al hockey sobre césped, y los varones, al rugby. Cruzar al otro lado es para exóticos, aunque los hockistas dieron un paso al frente con el oro en Rio 2016.
"Hay un prejuicio, pero hay que hacer oídos sordos y seguir empujando", dice Pedrozo, capitana albiceleste en Lima e integrante de una minoría femenina de 226 en una delegación argentina con una cifra récord de 539 deportistas.
Que son varoneras, homosexuales (como si fuera insulto) o indignas de la camiseta nacional. Eso y más prefieren ignorar 'las Pumas', que quedaron fuera de las finales.
Pedrozo, de 23 años, practicaba básquet en su natal Misiones cuando agarró por primera vez la ovalada para darles el gusto a sus padres. Pero sumar roce físico a su habilidad manual la entusiasmó. "Vi un reto y me quedé para superarlo", cuenta.
Ahora que el fútbol arremetió contra los estereotipos, las rugbiers quieren atenuar temores y atraer jugadoras. "El cuerpo se prepara para soportar los golpes, caernos y tacklear", dice la joven de hombros firmes, lista para volver a la pelea.
Al regreso también dará batalla en un examen que espera sea un paso más para graduarse como kinesióloga.
Las niñas, dentro del campo
Lo primero que atajó Cecilia Santiago fueron las patadas de sus compañeros.
Desde el público llovían gritos ("¡Saquen a la niña!"), que el entrenador ignoró hasta que cedió el día de la final. Cecilia vio la derrota de su equipo llorando desde la tribuna.
La portera del equipo de fútbol femenino de México, campeona de la Liga femenina el club América, vestirá pronto la casaca del holandés PSV Eindhoven. Pero antes de partir, se aseguró con su generación de jugadoras de que ninguna niña volviera a ser excluida.
El fútbol profesional mexicano dejó de ser exclusividad de hombres en 2017, forzado por una pujante liga amateur femenina. Esa inclusión, que incluyó derechos televisivos, multiplicó el aliento por miles en los estadios.
Ni una ni otra cosa, sin embargo, equipararon las condiciones. Tal como denunció la estadounidense Megan Rapinoe. "Necesitábamos que hablara por nosotras; queremos el mismo mundo, la misma igualdad de género", dice la portera de 24 años.
En 2011, a los 16 años, Santiago fue la futbolista más joven en un Mundial mayor. Después, jugó en su país, Estados Unidos y Chipre.
Ahora, tras la eliminación del equipo mexicano en Lima, parte a Europa con un objetivo: "Hacer un buen papel para que volteen a ver a más chavas mexicanas", dice, ansiosa por lucir su "alocado" estilo latino.
México desembarcó en Lima con una delegación de 296 hombres y 247 mujeres.