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Guerra comercial

El año 2024 termina con la perspectiva de que a principios del 2025 los EE.UU. impongan tarifas de 20%, 25% y 30% a sus importaciones procedentes de México, Canadá y China, supuestamente condicionadas a que esas naciones detengan el tráfico de sustancias prohibidas, lo que hace surgir el espectro de una guerra comercial, evento que se pensaba era un asunto del pasado. Aunque las tarifas se apliquen únicamente a los productos de esas tres naciones, sus repercusiones se extenderán por todo el mundo.

Las guerras son tan destructivas que hasta los vencedores suelen salir perjudicados. Las de tipo comercial no son una excepción, tanto así que a lo largo del tiempo se ha procurado por diversas vías evitar que ocurran, habiéndose firmado más convenios internacionales tratando de impedirlas que con el propósito de prevenir conflictos militares.

Pero a pesar de los temibles efectos sobre todos los involucrados, persiste la creencia de que un país puede resultar beneficiado si establece restricciones comerciales, lo cual usualmente sucede cuando ese país tiene un cuantioso déficit comercial con algunos otros, lo que le lleva a creer que las restricciones sólo van a perjudicarlos a ellos.

El argumento clásico en contra de esa creencia es que las restricciones encarecerán las importaciones y harán subir los precios en el país que las imponga, y que sus exportaciones serán afectadas ya que los otros países responderán imponiendo sus propias restricciones, cayéndose entonces en una espiral de la que existen muchas experiencias históricas. Pero ese razonamiento es ignorado por quienes están convencidos de que esos otros países no podrán responder de igual modo, debido a que le compran muy poco, y porque sus economías serán muy lesionadas por las restricciones. La conclusión a la que llegan es a que para evitar que sus ventas se reduzcan, los otros países decidirán reducir sus precios y no podrán imponer restricciones similares. Descartan, por lo tanto, que por causa de las medidas se genere una inflación o que las exportaciones sean afectadas. Y si los precios de las importaciones llegaran a aumentar, confían que la producción nacional ocupará su lugar.

Un panorama tan risueño hace temer que podría haber algo que no se estuviera tomando en cuenta. Y eso es cierto, pues presume que los otros países podrán bajar sus precios sin preocuparse por sus costos. Tampoco reconoce que la producción nacional sólo aumentará si los precios se elevan. Y también pasa por alto que el comercio es una actividad multilateral que envuelve a todas las naciones.

Es posible en ese sentido que un país sólo le compre a otro y no le venda nada, pero ese otro seguramente comprará a terceros y tendrá que reducir sus compras si su actividad económica decae. Y esos terceros puede ser que importen bienes y servicios del primero, y que si sus exportaciones decrecen se vean obligados a disminuir dichas importaciones. Al final, el perjuicio llega de forma directa o indirecta.