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Enfoque

Trato amistoso

Si las relaciones entre los partidos durante los próximos cuatro años fuesen similares a las que en el debate presidencial preelectoral hubo entre los tres principales candidatos, el ambiente político probablemente sería muy pacífico y amistoso.

Dado que dos de los aspirantes habían desempeñado ya la posición de presidente de la república, y que el otro había sido nominado por un partido que también había estado en el gobierno, los tres candidatos dedicaron buena parte de su tiempo a la defensa de sus actuaciones pasadas, especialmente en los dos casos en que se trataba de sus propias actuaciones.

En esas circunstancias, era inevitable que fuesen vertidas críticas a las políticas aplicadas en ejercicios gubernamentales anteriores. Llamó la atención, sin embargo, que en general dichas críticas no involucraran a las personas de los rivales, su carácter, motivaciones, capacidad, intereses u honestidad. Contrastó, en ese sentido, con el ambiente que ha prevalecido en las elecciones celebradas en otros países de Latinoamérica, en las que han abundado los ataques personales. Y fue muy distinto a lo que está sucediendo en la campaña electoral estadounidense, donde el comportamiento y personalidad de los candidatos, y sus alegadas deficiencias, está ocupando un lugar primordial en los discursos de sus oponentes.

Fue notorio, además, que las diferencias entre los programas de los aspirantes lucieron ser más de métodos que de objetivos. Aunque, como era de esperar, cada candidato procuró distinguir sus propuestas de las de los demás, en la gran mayoría de los temas tratados las metas planteadas fueron esencialmente las mismas, estando las divergencias confinadas al ámbito de cómo alcanzarlas. No se observaron criterios radicalmente incompatibles entre uno y otro candidato, en particular en cuanto al funcionamiento del sistema político.

Tampoco, respecto de la economía, se percibió que alguno de los participantes propusiera un cambio fundamental en aspectos tales como el régimen de propiedad, la concentración de la riqueza, el manejo de la moneda, la empresa privada, el grado de competencia, la libre fijación de precios, el establecimiento de controles cambiarios, los mecanismos de financiamiento, la estructura bancaria o el rol de los trabajadores en la gestión corporativa.

Desde ese ángulo, es entendible la opinión, sustentada por numerosos analistas, de que independientemente de lo que sucediera ayer en los comicios, hubiese o no una segunda vuelta, no era previsible una modificación significativa en el clima de negocios, y en las condiciones en las que operan las compañías. Coinciden en esa apreciación organismos internacionales, agencias calificadoras de deuda, inversionistas y entidades crediticias.

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