Enfoque
Hábitos censurables
Todos los años, durante la celebración de la Semana Santa, es usual que se deplore que la festividad sea aprovechada para actividades ajenas a su significado religioso. En particular, y muy especialmente, es criticado el consumo de bebidas alcohólicas, con su secuela de intoxicaciones, riñas y accidentes. Pero ese tipo de censura no está confinado únicamente al comportamiento durante esa semana, sino que forma parte de una percepción más amplia, en el sentido de que la población es propensa a incurrir en hábitos dañinos para la salud, el trabajo y la estabilidad de las familias. La misma percepción, en diferentes escenarios y ocasiones, ha estado presente a lo largo de la historia mundial. Un notorio ejemplo de ello ocurrió en Inglaterra durante el siglo diecinueve. Su causa no fue el consumo de whisky, como podría suponerse, sino de ginebra. Las primeras partidas del producto llegaron desde Holanda y eran costosas, por lo que su uso estuvo limitado a las clases sociales de mayores ingresos. Hasta ese momento, no fue considerado como algo preocupante. La actitud cambió, sin embargo, cuando destilerías locales empezaron a producirlo y a venderlo a precios más bajos, al alcance de la población en general. Se convirtió entonces en un asunto visto como una seria amenaza, culpable de que los hombres faltaran a sus trabajos y que las mujeres descuidaran a sus hijos. El crecimiento del consumo de ginebra fue veloz. En Londres, que contaba con unos 600,000 habitantes, estaban registrados en 1720 más de siete mil puestos de expendio autorizados, aparte de otros miles de vendedores ambulantes. Los vigilantes de la moral pública y los reformadores sociales emprendieron una campaña para prohibir el consumo, intentando crear conciencia acerca de las terribles consecuencias que se decía que estaba provocando. Pero obviamente, los efectos económicos también fueron rápidos y cuantiosos. La aristocracia propietaria de las tierras de cultivo estuvo más que dispuesta a suplir a las destilerías toda la materia prima que necesitaran para atender a la demanda, y las autoridades fiscales no ocultaron su complacencia por las mayores recaudaciones de impuestos. No mostraron gran interés en apoyar las propuestas de restringir el consumo. El furor por la ginebra sólo declinó posteriormente, cuando el dinamismo de la economía inglesa disminuyó, y los impuestos y el costo de las licencias fueron aumentados a fin de elevar las recaudaciones. La enseñanza de ese episodio histórico, y otros muchos similares, es que la alarma por hábitos censurables suele surgir cuando ellos afectan el comportamiento de los segmentos sociales de ingresos medios y bajos. Mientras son únicamente los de ingresos superiores los que los exhiben, tienden a ser aceptados como actitudes relativamente inofensivas propias de su mayor riqueza.