enfoque

Reacciones automáticas

No son pocos los casos de empresas que perdieron brillantes oportunidades por no haber respondido a tiempo. Dejaron pasar perspectivas interesantes porque los ejecutivos a cargo del asunto, a veces en varios niveles de jerarquía, demoraron demasiado en reunirse y resolver qué hacer. Más grave todavía, son ya parte de la historia económica las circunstancias por las que numerosas compañías terminaron en bancarrota, no habiendo sido capaces de reaccionar ante amenazas a su existencia cuando aún tenían la forma de defenderse.

En esencia, todas las decisiones empresariales las toman los seres humanos. Son los funcionarios y propietarios, en ocasiones las mismas personas desempeñando un doble papel, quienes determinan cómo actuar frente a una situación específica. Puede ser que elementos externos a la entidad condicionen sus actuaciones, poniendo límites a las alternativas posibles, pero dentro del margen en el que operan, las decisiones les corresponden a ellos tomarlas y aplicarlas.

No obstante, a pesar de que sea suya la facultad de decidir, un aspecto muy significativo es el momento en que la ejercen. Mientras más grande y compleja sea la empresa, más lentos tienden a ser los mecanismos de decisión, debido a la presencia de múltiples estructuras directivas y a las segregaciones administrativas establecidas. La propia existencia de unidades parcialmente independientes, derivadas del objetivo de estimular el empoderamiento y la competitividad en el desempeño funcional de los diferentes segmentos y divisiones, puede conducir a esquemas de gobierno corporativo sujetos a procesos menos ágiles.

En tales condiciones, y con el propósito de incrementar la velocidad de reacción, es factible optar por políticas cuya aplicación sea automática. Frente a ciertos hechos, los procedimientos indican lo que se debe hacer, sin necesidad de una confirmación previa. Siempre habrá que tomar decisiones puntuales, pero de ese modo su cantidad y frecuencia se reducen.

Es importante tomar en cuenta que perder es mucho más evidente y fácil de detectar que dejar de ganar. Y el efecto de las pérdidas sobre la imagen y reputación de los administradores es mucho más intenso. Por esa razón los mecanismos de examen, monitoreo y calificación de la labor de los funcionarios se orientan a medir los riesgos en que incurren y la forma como responden ante ellos. Esos mecanismos son menos efectivos para poner de manifiesto que tal o cual oportunidad de negocio no fue visualizada, se dejó pasar o no fue debidamente perseguida.

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