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COLABORACIÓN

XVIII Cumbre Iberoamericana: perspectivas e implicaciones para el multilateralismo

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Ángel Alonso ArrobaMadrid, España

La agenda multilateral de este mes de marzo nos remite a la importante cita que tendrá lugar en Santo Domingo los próximos días 24 y 25. Bajo el lema “Juntos por una Iberoamérica justa y sostenible”, los 22 países que integran la comunidad iberoamericana debatirán una amplia agenda de colaboración tanto a nivel regional como con España y Portugal.

La Cumbre de República Dominicana será la XXVIII desde que se puso en marcha este espacio de concertación política y de cooperación hace más de 30 años, con ocasión de la conmemoración del V Centenario del Descubrimiento de América. Desde entonces, ha llovido mucho y el llamado espacio común iberoamericano ha ido desarrollándose a la luz de los ciclos políticos que han jalonado la historia reciente latinoamericana, con consiguientes vaivenes y altibajos.

La conciencia de una cierta fatiga de cumbres y una creciente fragmentación ideológica determinó que, en la Cumbre de Veracruz de 2014, se decidiera que estas citas a nivel de Jefes de Estado y de Gobierno pasaran de una periodicidad anual a un mayor espaciamiento bienal. Pero ello no es óbice para que su músculo dinamizador, la Secretaría General Iberoamericana, siga desarrollando una incesante labor a lo largo de todo el año: no sólo preparando las cumbres de líderes, sino dando cumplimiento a sus mandatos, acompañando la celebración de reuniones ministeriales –tanto de exteriores como sectoriales—, convocando diversos foros y encuentros con actores de la sociedad civil, y poniendo siempre un especial énfasis en la promoción de la cooperación.

La inminente cumbre de Santo Domingo será la primera netamente presencial tras la pandemia, si consideramos que la última cita celebrada en Andorra en abril de 2021 tuvo aún un carácter bastante híbrido. Será también el primer encuentro desde que tomó posesión el actual secretario general Iberoamericano, el chileno Andrés Allamand, que dio el relevo a la costarricense Rebeca Grynspan hace poco más de un año. Como tercer rasgo distintivo, cabe señalar que la cita dominicana tendrá lugar a apenas tres meses de que España asuma la presidencia semestral del Consejo de la UE, una responsabilidad que el gobierno español asume con una clara voluntad de relanzar las relaciones entre Europa y América Latina, algo alicaídas en los últimos años.

Resulta alentador que la agenda de la Cumbre se haya articulado en torno a cuatro grandes prioridades que reflejan algunos de los principales retos que afronta la región: medioambiente, disrupción tecnológica, seguridad alimentaria y financiación para el desarrollo. Es aún más prometedor el hecho de que esté prevista la adopción por parte de los Jefes de Estado y de Gobierno reunidos en Santo Domingo de una serie de instrumentos concretos que impulsen la colaboración en estos ámbitos: una Carta Medioambiental que fija posiciones y orienta políticas para combatir el cambio climático y la pérdida de biodiversidad; una Carta de Principios y Derechos Digitales para combatir los desafíos y aprovechar las oportunidades de la digitalización; una Estrategia para impulsar la seguridad alimentaria a través del comercio intrarregional y una mayor resiliencia de las cadenas de suministro nacionales; y un Comunicado Especial con propuestas para reformar el sistema financiero internacional y hacerlo más justo e inclusivo, en especial en el actual contexto post-pandémico y de transición energética.

En un momento en el que el multilateralismo se percibe con recelo, fatiga y una no menor dosis de escepticismo, el aterrizaje de este tipo de cumbres en propuestas y acciones concretas supone una buena noticia. Vivimos en un mundo crecientemente marcado por la rivalidad y la lucha de poder, poco conducente a grandes acuerdos como los que jalonaron la post Guerra Fría o incluso la primera mitad de la década pasada, y que permitieron impulsar la lucha contra el cambio climático o poner en marcha la Agenda 2030 de desarrollo sostenible. Las Cumbres Iberoamericanas tienen un alcance modesto, pero en la presente coyuntura de confrontación y parálisis en los órganos principales de Naciones Unidas e importantes foros como el G20, el hecho de consensuar comunicados, declaraciones e instrumentos merece ser reconocido.

También hay que ver con esperanza la posibilidad de vertebrar una mayor colaboración entre Europa y América Latina, capitalizando en la correa de transmisión que ofrece el espacio iberoamericano. El enfoque en temáticas específicas en las que hay una cierta convergencia de valores y principios entre ambos lados del atlántico es algo que hay que aprovechar, así como el marcado alineamiento progresista que vivimos en el momento actual entre los gobiernos ibéricos y los de los principales países latinoamericanos. Es un activo que debe gestionarse con mesura y sentido común, asegurando su continuidad más allá de los ciclos políticos.

La realidad es que el reforzamiento de la cooperación entre Europa y América Latina puede ser un tímido pero interesante brote verde del multilateralismo en una etapa en el que las grandes fuerzas de la geopolítica parecen apuntar en sentido contrario. Dicha colaboración, con el proceso iberoamericano como catalizador, puede servir de inspiración y guía a otros grandes actores globales en una época incierta y cambiante como la que vivimos, demostrando que la colaboración internacional es la única forma de dar una respuesta cabal y eficiente a nuestros grandes retos como humanidad.

---El autor es vicedecano, Escuela de Políticas, Economía y Asuntos Globales de IE University.

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