Las pacas, un círculo vicioso medioambiental y económico que termina en dilema para el país

Este método de ahorro personal y de ayuda al medioambiente deja una industria afectada por la competencia desleal

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Yadimir CrespoSanto Domingo, RD

La compra de ropa usada, comúnmente llamada “pacas” por la forma en que son empacadas para transporte e importación al país, es una de las formas de consumo ecoamigable más practicadas en República Dominicana, especialmente por lo asequible que han sido por años.

Parte de sus consumidores coinciden en que estas permiten utilizar complementos únicos y que, además, se pueden conseguir a buen precio.

“Yo prefiero venir y comprar aquí ropa de calidad a menor precio que ir a una tienda a buscar trapos carísimos”, contestó una señora, quien pidió reserva de su nombre por vergüenza, mientras se medía unos brasieres de una reconocida marca norteamericana bajo una lona azul en una calle de San Cristóbal.

La posible razón de encontrar piezas en buen estado y de marcas reconocidas por la durabilidad de sus confecciones es porque la mayoría son prendas que cuando ya salen de temporada, son sacadas de las tiendas para dar la bienvenida a nuevas colecciones.

“No es como se ha dicho que las botan para acá, realmente se distribuyen a fundaciones que venden ropa de segunda mano e incluso de diseñador, con calidad y a bajo costo”, argumenta la diseñadora Carolina Almonte. No obstante, aún si fueran “basura”, hay quienes la toman y ven en ellas oportunidades de que otros las aprovechen o hagan algo nuevo.

Juan Guerrero es uno de esos. Este hombre vende esta clase de vestimenta en el mercado de San Cristóbal para mantener a su esposa e hijos, tres menores de edad y estudiantes de secundaria. Junto a él, decenas se acomodan para vender desde trajes elegantes hasta ropa interior y trajes de baño bajo largas lonas.

Sus “paquitas económicas” son expuestas en una pila sobre una mesa ubicada entre otras tantas con el mismo producto: prendas usadas. Sus homólogas tenían muchos temores que expresar, pero fue este comerciante quien las manifestó en nombre de todos ante periodistas de Listín Diario: “Si uno no vende, no come; la cosa no está muy buena”.

Sus pacas, a las que llama “trapitos viejos”, son los sobrantes de otros grandes vendedores que desecharon esas piezas por tener poca demanda y se la venden en sacos. Por ello cree que si se prohibiera la venta de forma tajante y estricta, el país se atrasaría, pues unos dependen de los otros.

Muchos viven de esto

“Vamos a pasar hambre porque nos mantenemos mucha gente de esto, hasta el gobierno vive de esto”, expresó antes de ejemplificar uno de los modelos desarrollados por diversos comerciantes: “son prendecitas que no se ven muy bien, pero esto se lava y después de que las lavas, se ve bien y se acoteja”.

Mientras él las vende a 10 y 20 pesos, otros se las compran y “las ponen lindas” para venderlas a mayor costo.

Yasmin Severino es una de esas comerciantes que va a mercados de pulga, mercados populares de provincias en el interior del país y bazares para comprar piezas usadas que selecciona con mucho cuidado y delicadeza.

El proceso que describía Juan Guerrero es llamado “curaduría” y Severino, quien empezó a hacerlo en 2009, lo define como uno “delicado que conlleva tiempo”.

Antes de mostrarlas en su pequeño local ubicado en la calle Benigno Filomeno de Rojas, lava cada una de las piezas y las plancha, “así no huele a ropa vieja”. Pero tantos años en esta forma de negocio que le ayudó en un principio a costearse su carrera profesional no ha sido nada sencillo.

“Al principio fue muy difícil”, dijo haciendo referencia a que en otros tiempos la ropa de segunda mano era muy mal vista. “Muchas personas la rechazaban porque era ropa que solamente la consumían personas de bajos recursos”, expresó.

Y en medio de esa poca aceptación ha sido víctima de asaltos, de agresiones (hasta con cuchillos) por personas que se ponen violentas al momento de abrir una paca en alguno de los mercados en los que busca la ropa con la que consigue un ingreso extra, aparte de ejercer su profesión como abogada.

Sin embargo, la vendedora considera que con el tiempo la sociedad se ha ido educando y concienciando sobre el uso de estas prendas, comprándolas no solo por abarate de costos, sino también por ayudar al medioambiente.

Clientas observando prendas en la tienda de Yasmin Severino. RUBI MORILLO / LD

“Al consumir ropa de segunda mano le estamos dando una segunda oportunidad a esa prenda que posiblemente podía llegar a un vertedero y estando en buenas condiciones, en buen estado. Además se contribuye a jóvenes que están emprendiendo y les sirve como sustento y nuevos ingresos, aportando además a la economía”, argumentó Severino.

Dilema

San Cristóbal bien podría llamarse “Cuna de las Pacas”, tanto como tierra de la Constitución. Aun así, casi nadie quiere hablar del sector. Quienes se manifestaban lo hacían sin saber que hablaban con miembros de la prensa, hasta que lo notaban y se cerraban a continuar conversando, como si se escondiera algo o si emitir comentarios les provocaría algún conflicto.

El estado de alerta no es para menos, en los últimos meses ha sido retomado el tema de la venta de ropa usada importada desde el extranjero, sus efectos en la economía y la vieja ley 458-73, emitida en enero de 1973 y que prohíbe la venta de ropa importada y que haya sido usada en centros médicos.

Manuel Cabrera, director ejecutivo de la Asociación Dominicana de Industrias Textiles (Aditex), comenta que esas ventas contravienen la ley porque está prohibido su ingreso al mercado dominicano para la venta directa a los consumidores, “por razones sanitarias originalmente”, señaladas como vehículos de enfermedades contagiosas.

Las bacterias con que llegan muchas, la dificultad que existe para eliminarlas de los tejidos de ropa, las alergias que producen en la piel de sus consumidores, son algunas de las razones que Cabrera señala como principales motivaciones para la prohibición de su venta por asuntos de salubridad.

Una señora revisa una camiseta en una de las tantas carpas del mercado de San Cristóbal. RUBI MORILLO / LD

“La mayoría de la ropa usada importada llega en tan mal estado que luego la ves rodando en algún basurero; pero no es toda, es una parte que, obviamente, si estaba junta con ropa que más o menos estaba clasificada para vender, es ropa que tuvo contacto con esos productos”, agrega Antonio Colón, presidente ejecutivo de la asociación, antes de decir que muchos millones de libras probablemente están siendo tiradas a basureros en un país donde uno de los mayores problemas que tiene es la recogida de basura.

La respuesta inmediata de los empresarios de pacas entrevistados durante el recorrido en San Cristóbal cuando se pregunta por las piezas que son descartadas por los clientes es donarlas o venderlas a comerciantes de menor alcance, aunque algunos la “entran en una funda de basura”.

Más allá de que el sector de moda del país pueda haber sido afectado por la actividad de la importación y la venta de la misma en mercados informales, donde a veces ni siquiera se pagan impuestos por la realización de esta actividad, la mayor preocupación para quienes tienen principios sostenibles es la calidad de esta ropa.

“Creo que debemos evitar ropa de mala calidad en el país, donde quiera que te muevas te encuentras una importadora asiática con mucha ropa de muy poca calidad y perteneciente al fast fashion”, argumenta la diseñadora de moda Carolina Almonte, quien se ha dedicado a aplicar la sostenibilidad en su producción y sus creaciones.

La poca calidad es uno de los factores que hacen a los consumidores comprar más y nuevos complementos que terminan desechados en vertederos.

Pero Asia no es el único origen de los textiles que llegan al país. Durante un recorrido por varias tiendas importadoras de ropas usadas, se veía en las etiquetas de las pacas los nombres de marcas internacionales europeas o los nombres de estados del gigante norteamericano rotulados por fuera del empaque plástico y de tanques, dato que luego sus propietarios confirmaban.

Allí radica el dilema de este sector, visto por la industria textil nacional como una amenaza por la importación y la venta de prendas en mercados informales donde ni siquiera se pagan impuestos y tampoco tienen criterios sanitarios ni de calidad.

A la vez que se desconoce a dónde van a parar sus desechos y quienes los manejan ignoran cómo afecta los ecosistemas y la salud humana cuando no son correctamente tratadas a nivel de salubridad.

“¿Pero si la quitan de qué van a vivir? Porque empleo no hay”, pregunta María Pérez, la administradora de una de las tantas importadoras y vendedoras al por mayor que hay en San Cristóbal. Su preocupación, externada desde un gran local en donde trabaja sola, se debe a que la mayoría de sus clientas son madres solteras que han encontrado en la venta de ropa usada una forma de sustentar a sus familias.

Siendo esto último uno de los factores sociales que hacen de este mercado un espinoso círculo vicioso en el que no se evalúa cuál pesa más: la economía, la sana competencia o el medio ambiente.

Algunas de las tiendas de pacas que están en las aceras detrás del Mercado Modelo de San Cristóbal. RUBI MORILLO / LD

Aditex agrupa a más de 30 empresas, la mitad de lo que antes había. Detrás de la baja está la competencia desleal y la expansión de la venta indiscriminada de ropa importada, según su directiva, aspectos que han provocado que se vea mermado el crecimiento del sector en República Dominicana.

Legislación

Las únicas autorizadas para importar ropa usada, según el empresario Manuel Cabrera, son las zonas francas, con el fin de ser sometidas a un proceso de clasificación, bajo un riguroso proceso de limpieza y acondicionamiento, para vender a otros países del mundo donde este negocio está permitido.

“Ahora bien, el problema que estamos teniendo es que mucha de esa ropa usada que llega en pacas se está sacando de las zonas francas de alguna manera y vendiendo tal como vienen de fuera a los consumidores, y ahí se pierde totalmente el control sanitario de la ropa”, señala Cabrera.

Antonio Colón, presidente ejecutivo de Aditex, manifiesta que las personas que son parte de esos negocios compran contenedores de pacas que vienen, a veces, clasificadas de fuera y muchas veces esa ropa no es ropa de paca.

“Te dicen inclusive que es ropa nueva que están trayendo y eso está generando una dinámica que al final está acabando con la formalidad en el país e impactando de una manera altísima el recaudo”, agrega Colón.

Y, ciertamente, dentro de los calurosos almacenes de las importadoras visitadas en San Cristóbal se observaban las altas columnas de pacas con los destinos de procedencia, así como también con rotulaciones que identifican las tiendas o marcas de las que las ropas fueron descartadas por haber pasado de temporada, haber sido utilizadas o por tener algún desperfecto en la prenda.

La entidad ha calculado, según Cabrera, que se pierden alrededor 40 mil millones de pesos de venta de ropas nuevas que generaría y ahí también se pierden alrededor de 11 mil millones de pesos de ITBIS, pero también la seguridad social deja de recibir 5 mil millones de pesos y esos son dominicanos cuyas familias tampoco tienen seguro.

Asimismo, estiman que por cada empleo informal que genera el negocio de pacas o cualquier negocio de pacas se pierde la oportunidad de generar 10 empleos formales.

En el vertedero de San Pedro de Macorís culmina triturada la ropa que se supone es desechada por las zonas francas. JORGE LUIS MARTINEZ / LD

Concretando así un círculo vicioso que inicia como un método de ahorro personal y de ayuda al medioambiente dándole una nueva oportunidad a piezas textiles ya usadas, así como también aportando a los ingresos de personas de menos recursos que ven en este negocio una entrada económica para sus hogares.

Sin embargo, el siguiente tramo en la circunferencia es una industria afectada por la competencia desleal y una economía en la que se pierden contribuciones tributarias, mientras merman los empleos formales que la primera provee.