Tiempos de crisis
La desesperación se apodera del pregón
Alcancía, alcancía, se escucha su pregón desesperado desde la entrada del callejón. Un bulto a la espalda, una muleta debajo del brazo izquierdo, mascarilla en la boca, guantes blancos y una alcancía en forma de gallina en su mano derecha, es el retrato perfecto de este hombre que, a pesar de las advertencias sobre el peligro del COVID-19, buscaba la manera de conseguir dinero para seguir viviendo.
Su rostro no refleja su edad, más bien relata lo duro que han sido los 42 años de su vida. Antonio Rodríguez vive en los Alcarrizos y desde hace más de 20 años se desplaza por los barrios de Herrera a vender alcancías de cerámica para conseguir el sustento de su familia.
Cuando inicio la cuarentena, a mediados de marzo, decidió acatar la sugerencia de quedarse en su casa para evitar enfermarse y expandir el virus a su comunidad, pero hace 15 días que volvió a su rutina porque ya no tiene con que resolver sus necesidades básicas.
“Yo vengo en un carrito hasta el nueve de la autopista Duarte y del nueve camino barrio por barrio para vender las alcancías, a las 3:30 vuelvo a coger el carro antes de que empiece el toque de queda, antes yo me iba entre seis y siete de la noche, pero ahora no se puede por la situación de este virus”, explica Antonio parado sobre la muleta.
Su cojera es el resultado de que hace muchos años se cayó de una silla y se “estilló” la pierna derecha pero como los médicos no se dieron cuenta, con el tiempo, poco a poco con sus largas caminatas la pierna empezó doblarse hasta que no pudo volver a su normalidad. Siempre ha hecho “sus negocitos”, como él llama a la venta de maní, dulces, naranjas, pastelitos, y otras acciones previas a la venta de alcancías. Aunque ese martes, a las dos de la tarde, no había vendido ni una sola, Antonio afirma que en días buenos consigue hasta RD$1,000 en ganancias.
“Siempre se pica algo, hoy es que no he vendido nada”, refiere de manera alegre y afirma que a su puerta no ha ido nadie del Gobierno para incluirlo en ningún programa de ayuda. “Yo me protejo y salgo a vender, porque no puedo esperar nada y no espero nada”, sostiene Antonio con una dignidad que espanta.
Dice que a veces su hija que vive en España le manda cuatro o cinco mil pesos, pero en este tiempo no le está mandando nada porque también en ese país están en cuarentena y tiene un hijo pero no puede aportarle nada.
Informalidad
Así como Antonio, miles de trabajadores informales o cuentapropistas (que trabajan por cuenta propia), han tenido que salir de sus casas a pesar del riesgo de contraer el COVID-19, porque la falta de recursos para sostenerse se hace más fuerte que el miedo a la enfermedad.