Reto de ciudades inclusivas: una visión de género
Las ciudades crecen, evolucionan y se transforman con el tiempo. Al hablar de ciudades no solo nos referimos a grandes edificaciones o a sus calles, sino también al ciudadano que habita en ella.
Una ciudad engloba dentro de sí a una sociedad, con tradiciones, creencias y rasgos culturales que hacen caracterizar su historia y su cotidianidad. Para hablar de una ciudad, de su desarrollo y su sostenibilidad, podríamos establecer como criterio qué tan adaptable es esta para todos sus habitantes, sin importar género, raza, posición social o capacidades diferentes.
Es ahí cuando hablamos de inclusión y de diversidad, de ciudades inclusivas.
América Latina y el Caribe es una región con un 81% de población urbana, lo que ha traído efectos positivos y grandes retos. Hoy tenemos en la región más y más grandes ciudades, pero aún con importantes inequidades. Sea en Argentina, El Salvador, o en República Dominicana, tener un enfoque de género en la planificación y en la gobernanza de las ciudades es un paso importante para reducir estas brechas de género.
La mujer dentro de las ciudades Las mujeres, a lo largo de la historia, han aportado mucho a sus ciudades en aspectos científicos, culturales, políticos y sociales; ellas mismas han transformado la forma en que las ciudades operan.
Judith Butler, una filósofa y feminista, en su libro libro “Undoing Gender” (2004), acuñó el término de posición simbólica enfocado en el género.
La posición simbólica, en pocas palabras, determina la forma en que un personaje es concebido dentro de la narrativa social. Esto es universal e inalterable. Sin embargo, se ha asignado con mayor fuerza la visión social y funcional de la mujer; la madre, la esposa, o la persona económicamente activa. Usualmente, todas las funciones a la vez y con expectativas de que estas funciones sean realizadas a la perfección.
Nuestras ciudades no han sido planificadas para remediar esto, lo que genera inequidad.
Usualmente, la mujer se ve en necesidad de cubrir todas sus funciones sociales con mayor esfuerzo, sacrificando su productividad y rentabilidad, y por ende, recibiendo menor reconocimiento. Nuestras ciudades son usualmente muy extensas, inseguras, y con servicio de transporte ineficientes y de baja calidad.
Pensemos en una mujer, madre, que tiene que atender a su hijo en una ciudad extensa, sacrificando mayor parte de su tiempo de su casa a su trabajo, y del trabajo a su casa.
Pensemos también en una mujer, embarazada, que debe acelerar su paso para cruzar la “cebra” peatonal, y además atravesar la extensa ciudad en un autobús que quizá no sea accesible para mujeres embarazadas. Pensemos además en una mujer, joven, que debe caminar por una acera, estrecha y casi unipersonal, donde se encuentra de frente con personas que la acosan a diario.
Sí, muchos dirán que estas cosas suceden “por cultura”, pero las ciudades son el “hardware” y el entorno que modifican nuestra convivencia. Las ciudades deben adaptarse a sus habitantes, no ellos a la ciudad. La posición simbólica otorgada a la mujer debe ser de gratitud, y algunas ciudades están buscando crear las condiciones para que esto sea así.
Ciudades con enfoque de género Una ciudad, un entorno, más equitativo es al mismo tiempo más productivo. Una ciudad con enfoque de género es compacta, policéntrica, pensada en el peatón, con iluminación y seguridad. Estas condiciones alivian la carga de movilización, tiempo, y seguridad al ciudadano, lo que incrementa la productividad de la urbe.
El Banco Interamericano de Desarrollo publicó el estudio “Ciudades Inclusivas: Un camino hacia la productividad urbana a partir de la igualdad de género”.
El estudio presenta cuatro casos de estudio en donde algunos gobiernos locales han puesto en marcha iniciativas para reducir la desigualdad de género en las ciudades y propiciar a la mujer un entorno adecuado para ella.