Región
América Latina y el Caribe debe seguir luchando por su integración
Durante más de doscientos años América Latina y el Caribe han sido escenario de una silenciosa batalla de cuyo resultado final depende el futuro de la región y la felicidad de sus pueblos. De un lado, las fuerzas del hegemonismo, primero europeo, y luego norteamericano, empeñados en reconstruir, una y otra vez, las divisiones y enfrentamientos nacionales, el coloniaje derrotado y la sujeción imperialista desafiada; del otro, el ideal de unidad en la pluralidad que enarboló SimÚn Bolívar desde la convocatoria, en 1826, al Congreso Anfictiónico de Panamá.
El primero es el proyecto panamericanista basado en la doctrina Monroe y la del Destino Manifiesto, las que conceden, por sí y ante sí, a los Estados Unidos el dominio, la tutela y la exclusividad hegemónica sobre lo que considera su “patio trasero.” El segundo es el sueño bicentenario de la integración bolivariana, de la unidad de nuestras naciones para poder defender y promover los intereses de la región, en igualdad de condiciones, en un mundo que desde hace mucho está dominado por bloques de poder geopolítico.
Se trata de una larga y escabrosa marcha, en la que se han sucedido derrotas y victorias, retrocesos y avances, pero donde la voluntad integradora ha sobrevivido a los embates de las fuerzas poderosas que se le oponen, a saber, las oligarquías nacionales apátridas y el hegemón norteamericano. Los pueblos que vienen de semejante desafío y han dado tantas muestras de tenacidad integracionista, aún en los momentos más adversos, ¿van a desalentarse o cejar en su lucha por un revés momentáneo, como lo es la alevosa disolución de UNASUR y la creación de ese espejismo desintegrador, nuevo mecanismo de sujeción al imperio, que es PROSUR?
Causa risa ver al presidente de Chile, Sebastián Piñera, y presidente pro tempore de Prosur, oficialmente fundada por ocho países sudamericanos el pasado 22 de marzo, afirmar que se trata de “una organización desideologizada y eficiente”, el mismo que en la Casa Blanca se apareció a una reunión con el presidente Trump, llevando en la mano, no la bandera gloriosa de su país, sino la norteamericana. Detrás de la “iniciativa” está el proyecto de recolonización y aplicación de doctrinas neoliberales en la región; de aplastamiento de los proyectos alternativos de sociedades con justicia social y soberanía que tanto les aterra, y a las que combaten por todos los medios, desde la lawfare contra líderes de izquierda, hasta la guerra económica, los bloqueos, los golpes de Estado, y los planes de invasión contra Venezuela.
¿Es que, acaso Piñera, Duque, Bolsonaro, Macri, Moreno y compañía son ángeles etéreos, sin ideología conservadora, rabiosamente reaccionaria y proyanqui? ¿Es que acaso no es este el plan promovido, alentado y orquestado por todo lo que Trump representa?
La integración, y lo hemos aprendido después de 200 años de lucha por instaurarla en nuestra región, ni se defiende, ni se promueve sola. Es tarea de los pueblos y de sus más avanzados dirigentes. Tiene poderosos enemigos y obstáculos que se ponen deliberadamente en su camino. UNASUR no desaparece: lo desaparecieron. PROSUR no surgió por generación espontánea: lo plantaron a la fuerza, con alevosía y premeditación, para lo cual antes fueron sofocando a los gobiernos más integracionistas y dignos de la región, usando todo el poder del imperio.
Y la jugada va mucho más allá de Sudamérica, incluso, de todo el continente. Se trata de restaurar el decadente dominio imperialista norteamericano en el mundo, muy debilitado y decadente, y de afrontar la creciente competencia de China, Rusia y del bloque anti hegemónico de los BRICS.
El plan imperial consiste en la reconstrucción del mundo unipolar, neoliberal, y de pensamiento único en el que los Estados Unidos brillaron fugazmente en su centro, tras la caída del Muro de Berlín, y la desaparición de la URSS y el campo socialista. Una pesadilla, por suerte, imposible de recomponer: lo intentó Bush con sus guerras infinitas, tras el 11 de septiembre del 2001; lo retoma Trump con esta cabriola grotesca que es fundar un fantasma desintegrador y desangelado, como es PROSUR.
Resuenan, una vez más, las palabras de Bolívar, el padre de la libertad y de la integración de América Latina y el Caribe, en carta de 1825 dirigida a Joaquín Mosquera, uno de los diplomáticos encargados de organizar el Congreso Anfictiónico de Panamá: “¿Quién resistirá a la América reunida de corazón, sumisa a una ley y guiada por la antorcha de la libertad?”
A eso es a lo que temen los padres putativos de PROSUR. Por eso seguiremos esta larga marcha por la integración de nuestras naciones, doscientos años más, si fuese necesario.
. ? Santo Domingo. En el año 2010, la OACI, de la cual el país es signatario, emitió la primer sepa más Meta
En 2018 el país redujo a 21,000 tonasdasdasdasdasdasdasdasdsad
Energía sdasda
La primera medida en desarrollar “Operaciones md Auxiliar de Potencia.
Preceptos
ParLa primera medida en desarrollar “Operaciones md Auxiliar de Potencia. Acciones para mitigar Durante más de doscientos años América Latina y el Caribe han sido escenario de una silenciosa batalla de cuyo resultado final depende el futuro de la región y la felicidad de sus pueblos. De un lado, las fuerzas del hegemonismo, primero europeo, y luego norteamericano, empeñados en reconstruir, una y otra vez, las divisiones y enfrentamientos nacionales, el coloniaje derrotado y la sujeción imperialista desafiada; del otro, el ideal de unidad en la pluralidad que enarboló Simón Bolívar desde la convocatoria, en 1826, al Congreso Anfictiónico de Panamá.
El primero es el proyecto panamericanista basado en la doctrina Monroe y la del Destino Manifiesto, las que conceden, por sí y ante sí, a los Estados Unidos el dominio, la tutela y la exclusividad hegemónica sobre lo que considera su “patio trasero.” El segundo es el sueño bicentenario de la integración bolivariana, de la unidad de nuestras naciones para poder defender y promover los intereses de la región, en igualdad de condiciones, en un mundo que desde hace mucho está dominado por bloques de poder geopolítico.
Se trata de una larga y escabrosa marcha, en la que se han sucedido derrotas y victorias, retrocesos y avances, pero donde la voluntad integradora ha sobrevivido a los embates de las fuerzas poderosas que se le oponen, a saber, las oligarquías nacionales apátridas y el hegemón norteamericano. Los pueblos que vienen de semejante desafío y han dado tantas muestras de tenacidad integracionista, aún en los momentos más adversos, ¿van a desalentarse o cejar en su lucha por un revés momentáneo, como lo es la alevosa disolución de UNASUR y la creación de ese espejismo desintegrador, nuevo mecanismo de sujeción al imperio, que es PROSUR?
Causa risa ver al presidente de Chile, Sebastián Piñera, y presidente pro tempore de Prosur, oficialmente fundada por ocho países sudamericanos el pasado 22 de marzo, afirmar que se trata de “una organización desideologizada y eficiente”, el mismo que en la Casa Blanca se apareció a una reunión con el presidente Trump, llevando en la mano, no la bandera gloriosa de su país, sino la norteamericana. Detrás de la “iniciativa” está el proyecto de recolonización y aplicación de doctrinas neoliberales en la región; de aplastamiento de los proyectos alternativos de sociedades con justicia social y soberanía que tanto les aterra, y a las que combaten por todos los medios, desde la lawfare contra líderes de izquierda, hasta la guerra económica, los bloqueos, los golpes de Estado, y los planes de invasión contra Venezuela.
¿Es que, acaso Piñera, Duque, Bolsonaro, Macri, Moreno y compañía son ángeles etéreos, sin ideología conservadora, rabiosamente reaccionaria y proyanqui? ¿Es que acaso no es este el plan promovido, alentado y orquestado por todo lo que Trump representa?
La integración, y lo hemos aprendido después de 200 años de lucha por instaurarla en la región, ni se defiende, ni se promueve sola. Es tarea de los pueblos y de sus más avanzados dirigentes. Tiene poderosos enemigos y obstáculos que se ponen deliberadamente en su camino. UNASUR no desaparece: lo desaparecieron. PROSUR no surgió por generación espontánea: lo plantaron a la fuerza, con alevosía y premeditación, para lo cual antes fueron sofocando a los gobiernos más integracionistas y dignos usando todo el poder del imperio.
Y la jugada va mucho más allá de Sudamérica, incluso, de todo el continente. Se trata de restaurar el decadente dominio imperialista norteamericano en el mundo, muy debilitado y decadente, y de afrontar la creciente competencia de China, Rusia y del bloque antihegemónico de los BRICS.
El plan imperial consiste en la reconstrucción del mundo unipolar, neoliberal, y de pensamiento único en el que los Estados Unidos brillaron fugazmente en su centro, tras la caída del Muro de Berlín, y la desaparición de la URSS y el campo socialista. Una pesadilla, por suerte, imposible de recomponer: lo intentó Bush con sus guerras infinitas, tras el 11 de septiembre del 2001; lo retoma Trump con esta cabriola grotesca que es fundar un fantasma desintegrador y desangelado, como es PROSUR.
Resuenan, una vez más, las palabras de Bolívar, el padre de la libertad y de la integración de América Latina y el Caribe, en carta de 1825 dirigida a Joaquín Mosquera, uno de los diplomáticos encargados de organizar el Congreso Anfictiónico de Panamá: “¿Quién resistirá a la América reunida de corazón, sumisa a una ley y guiada por la antorcha de la libertad?”.
A eso es a lo que temen los padres putativos de PROSUR. Por eso seguiremos esta larga marcha por la integración de nuestras naciones, 200 años más, si fuese necesario.