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ARTÍCULO

Trump y el réquiem por la colusión con Rusia

La investigación sobre probable colusión entre el equipo de campaña que llevó a Donald Trump al poder y Rusia ha concluido. Robert S. Mueller, quien fuese designado por el Departamento de Justicia para encabezar el equipo que llevó a cabo las pesquisas, ha entregado su reporte final. El reporte no se ha hecho público, pero el jefe del Departamento de Justicia, William P. Barr, ha resumido en una carta las conclusiones fundamentales. La primera, y más importante, es que no hubo colusión entre Rusia y la campaña de Trump en las elecciones del 2016. La densa niebla de dudas sobre la legitimidad del triunfo de este último ha sido despejada. Trump ha sido reivindicado, las esperanzas de un impeachment en su contra son casi nulas.

En los últimos dos años la vida pública de EE.UU. fue escenario de una furiosa confrontación entre quienes aseguraban que la colusión con Rusia era evidente y que sin dudas Mueller la confirmaría, y quienes rechazaban dicho escenario. Una histeria rusofóbica invadió cada resquicio de la esfera pública, especialmente al Congreso, llevando a éste último a aprobar innumerables sanciones contra Rusia. Vale la pena considerar las motivaciones de quienes apostaron todo a la colusión.

El partido demócrata

No hay dudas de que la instigación para iniciar la investigación en torno a la colusión con Rusia tuvo su origen en sectores ligados al partido Demócrata. ¿Cuáles fueron sus motivaciones? La derrota de Hillary Clinton constituyó uno de los reveses políticos más inesperados y humillantes de la historia política de la nación. Casi sin excepción, la posibilidad de victoria asignada a Trump por las cadenas noticiosas era ínfima, lo que afianzó en la opinión pública la idea de que las elecciones eran solo un protocolo previo a la ascensión de Hillary al poder. Ante una debacle de este calibre, el establishment demócrata decidió salvar la cara optando por deslegitimizar el triunfo de Trump. Para este fin la historia de la colusión con Rusia venía como anillo al dedo, dada la simpatía que Trump había externado hacia Vladimir Putin y la supuesta animadversión de éste último hacia Hillary.

Pero el establishment demócrata tenía otra motivación menos transparente para agitar la bandera de la colusión. Con el ascenso impresionante del socialista (progresista para la vida política en América Latina) Bernie Sanders en las primarias y la derrota aplastante de Hillary, las elites demócratas percibieron que, abrir un amplio debate postelectoral al interior del partido implicaría exponerlo a ser tomado por su ala izquierdista. Distraer a todo el partido con el tema de la colusión con Rusia evitaba dicha eventualidad. Esta estrategia ha sido exitosa a medias. El impacto tremendo que las plataformas más progresistas tuvieron en la reconquista demócrata de la Cámara de Representantes en las elecciones de medio término del 2017, y la gran dificultad con la que Nancy Pelosi retuvo su posición de speaker, son evidencias de lo mucho que se han fortalecido dichas tendencias en el partido Demócrata luego de la derrota de Hillary.

La prensa y la intelectualidad liberal

Un segundo estamento que empujó con vehemencia febril la historia de la colusión fue la prensa tradicional, dominada con excepción de Fox, por posiciones políticas liberales. Aparte de tales inclinaciones políticas, la razón que determinaron sus apuestas por la colusión furon los elevados niveles de audiencia (y por tanto de ganancias) que redituaba el constante bombardeo sobre la colusión con Rusia. En algunos casos, como CNN, esta estrategia se llevó a niveles descomunales.

Por último, la vasta intelectualidad liberal globalista aposentada en universidades, centros de investigación (Think Tanks), programas de opinión, columnas de opinión de diarios, el mundo del espectáculo, etc. no ha podido hasta el día de hoy digerir la sacudida enorme que ha significado tener a un hombre como Trump alojado en el Casa Blanca. Esta intelectualidad (junto a conservadores sofisticados denominados Never Trumpers) esta imbuida de un nacionalismo, heredado de los Padres Fundadores, caracterizado por un complexio oppositorum [coincidencia de opuestos] de excepcionalismo y universalismo. No solo son la nación y su sistema político únicos, sino también el ejemplo a seguir. Fiel al puritanismo asentado en sus cimientos, es Dios quien ha depositado en los EE.UU. la tarea de esparcir esta virtud. De no ser aceptado pasivamente, este universalismo inherente al sistema político norteamericano debe ser impuesto a la fuerza. La caída de la Unión Soviética llevó a reeditar esta idealización política bajo el concepto de nación imprescindible.

Dentro de esta visión no hay espacio para que ascienda al ejecutivo un carácter como Trump, que viola casi cada uno de los principios que animaron a los Padres Fundadores. La única posibilidad de que ello pudiese acontecer es como consecuencia de una anomalía severa, como la intervención de un poder “antidemocrático” como el de Rusia. He aquí la razón por la cual la intelectualidad liberal globalista de los EE.UU. ha presentado un rechazo visceral a Trump.

Lo que viene

La desaparición de la sospecha de colusión sobre el gobierno de Trump reordena la correlación de fuerzas en el terreno de la lucha política. A pesar de que los demócratas insistirán en algunas investigaciones de otro carácter, ellas carecerán del status bipartidista que tenía la de Mueller y por ende, de su capacidad de impacto. Para los fines de lugar, Trump pasa a la ofensiva en el plano interno, lo cual es ya visible con su renovado ataque al Obamacare y su llamado a investigar a quienes iniciaron la investigación. Por otro lado, del camino de la reelección en el 2020 se le ha removido un obstáculo ingente. El desempeño de Trump como presidente pasa a ser el terreno donde los demócratas se verán obligados a presentar combate de acá a las elecciones venideras, en consecuencias, el comportamiento de la economía redobla su importancia en el debate político y los desarrollos en la esfera geopolítica habrán de ser escrutados con mayor detalle.

El autor es doctor en Economía. Representó al país en el FMI.

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