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Con el sudor de su frente

Víctor cambió su sueño deportivo por la venta de batatas asadas

Víctor Manuel Ventura sonríe mientras pedalea su triciclo y emprende su jornada laboral . SAIURY CALCAÑO/ LISTÍN DIARIO

Víctor Manuel Ventura sonríe mientras pedalea su triciclo y emprende su jornada laboral . SAIURY CALCAÑO/ LISTÍN DIARIO

Víctor Manuel Ventura, conocido como el “Batatero”, tiene 58 años, vive en La Ciénaga, Circunscripción 3 del Distrito Nacional, y es oriundo de San Juan de la Maguana.

Se levanta a las 5:00 de la mañana cuando el sol todavía no se ha asomado, y como buen campesino prende una lámpara de queroseno para que la oscuridad no sea el estorbo que le impida salir al mercado a comprar la mercancía.

“Tengo 24 años viviendo en la capital. Mi esposa no podía tener a nuestros hijos, y me los traje para acá. En ese tiempo tenían dos, tres y cuatro años. En el campo echaba días sin hacer nada y pasando hambre. Aquí hay más vida para chiripear”.

Víctor no es el único, históricamente el abandono de las políticas de producción en el campo ha poblado las ciudades de personas trabajadoras, con ganas de echar hacia adelante, pero que tienen que dejar sus sueños, su arraigo y sus familiares buscando opciones para vivir.

“Uno sin venta no hace nada”, expresa, hace una pausa y continúa relatando su día. “Cuando regreso a la casa, acotejo mi horno y después que como, al mediodía salgo”.

¿Por qué batata? Primero era triciclero. Después era frutero, vendía piña, melón, zapote y guineo.

“Los frutos solo son hoy y mañana. Hoy porque están frescos, pero ya mañana están mareadas. Después ofrecía pan de fruta, pero era ‘chilata’ lo que ganaba. Luego intenté con el maíz asado. El primer día compré 50 para asarlo y 50 para sancocharlo. Se me vendían como “pan caliente”. Sin embargo, me di cuenta de que el maíz se ponía duro rápido. Luego nació la idea de las batatas”, dice entusiasmado como quien encuentra el lugar indicado tras un largo recorrido.

Vende 120 libras de batata a diario en el puente flotante sobre el río Ozama.

“Un día venía cargado lleno de batata y se me pichó una goma, justo en el puente flotante. Había una curva bajo una mata de mango. Me puse ahí para arreglar el triciclo sin estorbar. Cuando bajaba a arreglar la goma, la gente se paraba y me preguntaba que a cómo la batata. Como quería salir de ella, la deje a RD$30 y hasta RD$20, y el precio regular es RD$40. Salí de toda la mercancía. Solo dije gracias Dios mío, traje mi comida diaria y encontré ese punto de venta donde estoy fijo”.

Medallas deportivas En el liceo de su pueblo natal inició en artes marciales, luego se destacó en boxeo, judo, ciclismo y pesas.

“Conocí a Jack Veneno, a Relámpago Hernández y a esos grandes luchadores. Participé en los Centroamericanos de Cuba”, señala al tiempo que dirige su vista a las condecoraciones colgadas sobre la pared de chirró cubierta por un pedazo de tela roja.

“La fama era de boca mi hija, no había recursos. Solo era el ‘fulano es bueno, consiguió medallas’, pero con eso no se come ni se alimenta a una familia”, rememora con tristeza por no poder continuar luchando por sus sueños.

En peligro de extinción La Ciénaga ha sido su hogar desde 1995.

“El hijo mío tenía este terreno, y yo con mi triciclo cargando madera, hallaba un palito y lo cargaba y lo traía. Me pagaban por botar la basura, cuando la gente tenía los pedacitos de zinc viejo, le preguntaba si lo iban a usar, me decían que no, y me permitían cogerlo. Poco a poco la pudimos construir”, explica mientras observa intranquilo su casita hecha con sus propias manos. Este sector junto a Los Guandules forma parte del proyecto Nuevo Domingo Savio. De ambos sectores serán desplazadas alrededor de 1,500 familias, incluido el batatero.

“El que vive aquí no es porque quiere, es por necesidad. Si realmente nos trataran como seres humanos y como ciudadanos con derechos, se nos diera un techado donde no tengamos que pagar o dinero suficiente para comprar en un lugar mejor, estaría bien”, sostiene con voz fuerte.

El reclamo de Víctor no viene de la nada, lo hace desde una experiencia sentida por más de dos décadas viviendo en un espacio que lejos de acogerlo, lo mantiene en un estado carente de derechos. Concluye con el sentir que se respira también entre sus vecinos de ambas comunidades del litoral del río Ozama: “Desbaratar un hogar donde un infeliz vive con su familia, y lo que le quieran dar a uno sea una baratera que ni para una puerta le dé, es una desgracia, es mandar a la delincuencia. Si se aspira a mover a uno, debe ser a un lugar mejor”.

Casa de Víctor en La Ciénaga.

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