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El poder de saber una sola cosa: De la visión a la ejecución

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Jonathan D’Oleo PuigSanto Domingo

El erizo es un animal que, como establece el poeta griego Arquíloco, sabe una sola cosa muy importante y esa cosa es usar sus púas para protegerse en la eventualidad de un ataque.

Por otro lado, el zorro, argumenta el poeta, sabe muchas cosas, pero a la hora de ser atacado no sabe qué hacer pues la multitud de opciones que aposenta en su cabeza lo dejan indeciso en el momento decisivo. Así el zorro se deja aniquilar por el depredador que lo ataca con determinación. El depredador, por su parte, aprovecha la indecisión del zorro para ejecutar su plan de acción que no es otra cosa que hacer del animal indeciso un suculento occiso.

De su lado, el erizo cuando viene el enemigo queriendo comérselo vivo sabe hacer una sola cosa: enrollarse formando una esfera casi perfecta que proyecta, a su vez, sus púas afiladas en todas direcciones creando una especie de manto protector que deja sangrando y llorando a cualquier depredador que ose meter su hocico en el cuerpo del mamífero. Así este es más efectivo que el zorro ya que a pesar de saber una sola cosa, la lleva a cabo de manera certera especialmente en situaciones de alta presión, donde el peligro acecha y existe poco margen de tiempo para actuar y rescatar la vida.

Con este ejemplo el punto principal que quiero ilustrar es que en el ejercicio del liderazgo es preferible tener pocas ideas accionables que muchas contemplables. Refiriéndose al comportamiento del zorro y del erizo, el filósofo ruso-británico Isaiah Berlín compara al primero con una fuerza centrífuga mientras al segundo lo asemeja a la fuerza centrípeta.

Como explican las ciencias físicas, la primera es una fuerza que huye del centro mientras la segunda es una que se dirige al centro. Por tanto, un erizo, plantea Berlín en términos figurativos, procede en torno a una “visión central, singular y sistematizada que sirve cual principio ordenador en función del cual tienen sentido y se ensamblan los acontecimientos históricos y los menudos sucesos individuales”.

A diferencia del erizo, el zorro parte de una multitud de centros hacia fuera en centrifugado. En otras palabras, el zorro tiene más de un enfoque y a partir de esos enfoques se desenfoca pues a medida que se comienza a mover en sentido circular el contenido del centro se dispersa a través y más allá del radio de la circunferencia que comprende la influencia de lo que causa el movimiento.

Para entender plenamente este sistema, consideremos una lavadora lavando ropa. Cuando entra en el ciclo que se denomina como el del centrifugado, la máquina opera a alta velocidad en sentido circular. Esto causa la materialización de una fuerza centrífuga que tiene suficiente ímpetu como para hacer que la ropa “huya del centro” y se pegue a la pared del tambor. Pero no solo eso, la fuerza centrífuga hace que el agua de la ropa empapada también huya del centro, pero, a diferencia de la ropa, la misma va más allá de la pared del tambor y se escapa por los orificios que están a través de esa superficie.

Tal cual sucede con nosotros cuando pensamos y actuamos como zorros. El contenido de nuestro tambor, llámese nuestra vida, mente y corazón, se fuga del centro y más allá de nuestro radio de operación cuando la sustancia de nuestro esfuerzo se diluye por orificios subrepticios que comprometen la productividad de nuestro oficio. Estos orificios no son otra cosa que distracciones que hacen uso de nuestro tiempo y nuestro espacio y nos alejan, rápido y despacio, del centro de nuestra visión que es lo que nos impulsa a transformar la idea en acción procediendo en una dirección.

Por tanto, si quieres materializar la idea que tienes en tu cabeza, no te distraigas con aquello que te invita a fugarte del centro. En cambio, abraza todo elemento que te ayude a avanzar centrípetamente hacia la meta o idea que hace uso intensivo de tu talento. Tu talento que es, en efecto, la conjugación de los recursos que te hacen único y capaz de lograr algo especial para beneficio de la humanidad.

En ese sentido, desarrollemos una visión central hacia la cual podamos operar y desde la cual podamos despegar para después allí mismo aterrizar. Eso no quiere decir en lo absoluto que debemos mantenernos al margen de cultivar la diversidad en nuestra vida profesional y más allá. Por el contrario, cultivar la diversidad nos hace más efectivos y certeros a la hora de actuar. Pero -y este es un pero muy importante -, es imperioso cultivar esa diversidad desde y hacia la unidad de criterio. Principalmente en lo que atañe a quiénes somos, por qué somos, dónde nos encontramos y hacia dónde vamos. Si no hacemos esto -eso es hilvanar la diversidad en la unidad de criterio -, entonces todo el esfuerzo hecho correrá el peligroso riesgo de culminar en nada, así como el zorro que sabía mucho y terminó “sin el pito y sin la flauta”.