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HAITÍ-RD

El drama de la frontera

Sisí es una vecina haitiana que todos los días surca los trechos de la frontera entre Anse- a- Pitre y el municipio de Pedernales con el solo fin de ganarse “de este lado” el sustento de su familia. Ya está hecha una anciana y nunca deja de cruzar el árido terreno que divide estas dos comunidades. Nunca ha vivido de este lado dominicano.

Cruza a lavar, barrer patios y hasta a hacer mandados al mercado o las bodegas para comprar comida.

Se pregunta para qué para vivir aquí si puede ganarse la vida y dormir con los suyos en la casita que con los años ha logrado construir para ella y su familia. Sabe que las reglas son reglas y no necesita más problemas que ir solucionado lo básico para hacer frente a su pobreza. Una miseria que comparte con su raza en la comunidad haitiana más cercana a República Dominicana.

Sus manos y su forma de caminar y de mover sus chancletas son una evidente muestra del paso de los años. Ya tiene la vista cansada por las arrugas, pero conoce a casi todos en el poblado dominicano. Mantiene una lúcida mente y con su hablar pausado en un castellano atropellado se nota la mezcla del castellano con el creole, su idioma de origen.

Como ella, viven cientos de mujeres que cruzan la frontera a trabajar a veces por unos pocos pesos y otras a vender las donaciones de comida y ropa que reciben los haitianos de naciones ricas, atendiendo a la compasión de quienes sabían que en la tarde noche ellas regresan a su hábitat sin problemas.

Hoy, la situación es distinta. La desidia de las autoridades locales y de Estado han permitido que muchos vecinos se instalen en este municipio cabecera a residir en casuchas hechas con lodo seco, palos y zinc maltrechos, sin servicios sanitarios adecuados, ni agua, ni energía eléctrica en una provincia que tiene todas las condiciones para impulsar el bienestar del país y un mayor desarrollo del turismo ecológico y de aventura, de alto valor.

En Anse-a-Pitre no hay trabajo, ni siquiera agrícola. Y ahora en la Provincia de Pedernales la vida está dura. La gente no tiene empleos privados. No hay empresas más que una zona franca que clasifica ropas para vender a otras ciudades y las personas que allí trabajan ganan poco y no pueden “darse el lujo” de tener a una “madam” (doméstica), como “en aquellos tiempos”, dice al referirse a la época de la minera de bauxita, la Alcoa Exploration Company, una empresa estadounidense que en ese tiempo fue que la más altos salarios pagó en República Dominicana y permitió otra mejor convivencia.

Ningún vecino se quedaba a vivir de este lado. Cruzaban a escondidas y se iban de forma sigilosa. Temían a las autoridades.

Todo esto se vive en una de las provincias más pobres del país, menos poblada, y con más alto nivel de desempleo. Una migración que se fluctúa como Sisí y otra que se queda a formar los cordones de miseria e indigencia que engrosan las estadísticas locales y los enfoques internacionales que desconocen el origen del problema de la frontera.

Desde Santo Domingo, la capital dominicana, hacia Pedernales otrora “remanso de paz” que hizo de la naturaleza una postal única de la puesta del Sol o sus playas tranquilas y naturales, además de otros recursos; se recorren 360 kilométros. En extensión territorial el tamaño es grande, su clima es diverso y puede bajar hasta ver caer granizos, neblinas como cualquier país europeo en las zonas de montaña. Esto a pesar de un incandescente sol que llega a casi los 40 grados Celsius.

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