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Economia & Negocios

URBANISTA DE CABECERA

Nuestra cotidiana vulnerabilidad urbana

Marcos Barinas UribeSanto Domingo

La ciudad por naturaleza produce riesgos al crear una distorsión de los procesos naturales del lugar donde se enclava. Todas las ciudades del mundo se exponen a algún tipo de riesgo: ciudades costeras están expuestas a las inclemencias del mar; ciudades rodeadas de bosque están expuestas a posibles incendios; las ciudades en cuencas a grandes inundaciones. El ser humano nunca ha sido lo suficientemente sabio para no incrementar ese riesgo natural con sus acciones artificiales. La estupidez humana ha causado más daño a sus asentamientos que los desastres naturales que periódica y fielmente los acosan; hemos construido urbanizaciones de baja densidad reemplazando miles de hectáreas de terreno agrícola y bosques naturales; hemos pavimentado los centros urbanos con asfalto y cemento incrementado el calor y contaminando las aguas del subsuelo; hemos depositado desechos sólidos en lugares poco convenientes poniendo en riesgo nuestra salud; hemos atravesado las ciudades con autopistas que además de contaminar el ambiente acarrean sustancias tóxicas, inflamables y hasta radiactivas. Por el Corredor Duarte, que atraviesa a lo largo el Gran Santo Domingo, transitan temerariamente miles de vehículos de carga, algunos con materiales de contenido altamente peligroso. Esta autopista nos obliga a vivir en constante riesgo y no tenemos más remedio que aceptarlo por los limitados beneficios que ofrece a nuestro tránsito privado. Recogemos nuestros niños en el colegio y nos detenemos con ellos en los semáforos junto a un tanquero de combustible y lo asumimos como algo natural cuando en realidad no lo es. Hace apenas una semana, un tanquero de gas propano se volcó en la autopista Las Américas en hora pico de tránsito. Mi peor pesadilla se hacía realidad, no solo por las horas de taponamiento que me causó el accidente, tampoco por el hecho de que el vuelco ocurrió a metros de una estación de gasolina, siquiera porque ocurría frente a un barrio densamente poblado. Sucede que cientos de personas se aglomeraban curiosas en los alrededores del vuelco mientras bomberos, militares y agentes de tránsito trabajaban como podían con instrumentos precarios y poca experiencia en este tipo de accidentes. Es obvio que no estamos verdaderamente conscientes de la vulnerabilidad de nuestras ciudades y sus habitantes. En la ciudad Santo Domingo el peligro se ha vuelto cotidiano. El Gobierno central ha planificado una avenida de circunvalación que ofrecería una solución a largo plazo a esta problemática. Sin embargo, las regulaciones a corto y mediano plazo, que evitarían tragedias lamentables en vidas humanas y propiedades urbanas, deben ser propuestas por nuestros gobiernos municipales. Límites de peso en las cargas sólidas, horarios regulados y restricción de acceso para el transporte de carga de contenido peligroso, establecimiento de rutas de tránsito seguro o logísticas para centros de acopios intermodales, podrían ser algunas de las medidas a implementar en una agenda común de las alcaldías que componen el Gran Santo Domingo que garanticen la seguridad ciudadana y nos haga menos vulnerables.

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