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PRISMA ECONÓMICO

Entre modelos e intereses

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Frank Fuentes BritoSanto Domingo

Recientemente, economistas, políticos y empresarios han abogado por un cambio en el modelo económico dominicano. Entienden que el modelo actual es excluyente y que su sustitución es esencial para alcanzar un desarrollo sostenido. Esta necesaria discusión no es exclusiva de República Dominicana. De hecho, es un tema recurrente en toda América Latina. Sin embargo, se requiere establecer un fundamento teórico mínimo para homogenizar los distintos planteamientos. El concepto de modelo económico tiene dos grandes vertientes. Por un lado, en la teoría económica los modelos constituyen una representación simplificada de la realidad que sirve para describir relaciones entre variables, analizar respuesta a choques y proyectar comportamientos futuros. Por otro lado, para la política económica un modelo es el conjunto de procesos económicos y sociales establecidos por el Estado con el objetivo de incrementar la producción y mejorar los estándares de vida de la población. El estudio tradicional de las formas de organización de una economía, señala dos grandes alternativas: el modelo centralizado (socialismo/comunismo) y el descentralizado (liberalismo /capitalismo). En el modelo socialista puro, un órgano central, comúnmente el Estado, toma las decisiones económicas como dueño de los medios de producción, suprimiendo la iniciativa empresarial y la propiedad privada. Por el contrario, el modelo de mercado o capitalista, se fundamenta en el respeto a la propiedad privada, la libre competencia y la preeminencia del mercado como mecanismo de asignación de recursos, mientras que el Estado adopta un rol de regulador. Existe un tercer modelo denominado mixto, que supone una combinación entre ambos esquemas, con diferentes grados de intervención estatal y libertad de mercado. Con la probable excepción de Corea del Norte, todas las economías del mundo caen en esta categoría, incluyendo la dominicana. Entendemos que la posibilidad de adoptar un sistema centralizado en el país, que elimine la propiedad privada y otorgue un control totalitario al Estado, no es una opción por razones económicas, históricas y culturales. Tampoco lo es el denominado “Socialismo del Siglo XXI”, ineficiente, populista y débilmente sustentado en un modelo fracasado, ni el enfoque extremo de las recetas neoliberales. Por tanto, la discusión debe centrarse en un ajuste al modelo y no un cambio per se. El modelo actual, sustentado en un alto grado de integración con el exterior, si es administrado con criterio y responsabilidad, puede lograr crecimiento económico sostenido, estabilidad macroeconómica y cambiaria, así como contribuir a mejorar los niveles de vida de la población. Lo necesario aquí es reenfocar las políticas públicas para resolver definitivamente los perennes problemas de energía eléctrica, educación, trasporte y vivienda, así como lograr una mayor diversificación de nuestra oferta exportadora y un manejo equilibrado de las finanzas del Gobierno. Debemos estar conscientes de que un modelo más “social” requerirá de una mejora sustancial de la calidad del gasto público y mayor carga tributaria para atender las necesidades de la población. Mientras que un modelo más “de mercado”, requerirá una menor intervención estatal y mayor competencia interna y externa para el sector privado. No nos engañemos, ningún modelo económico es la panacea para la solución de todos nuestros problemas.

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