REPORTAJE
Ver las cosas de manera positiva podría ser bueno para tu salud
Mi esposo y yo éramos opuestos desde el punto de vista psicológico. Yo siempre he visto el vaso medio lleno; para él siempre estaba medio vacío. Esa diferencia, según sugieren algunas investigaciones, probablemente sea la razón por la que me afano tanto por tener buenos hábitos de salud mientras que él no estaba tan dispuesto a seguir el estilo de vida sano que yo proponía.
No soy una optimista ciega, pero siempre he creído que la manera en que como y me ejercito, así como la manera en que veo el mundo, puede ser benéfica para mi bienestar físico y mental.
Cada vez más estudios recientes, realizados a largo plazo, han detectado el vínculo entre un mayor optimismo y un menor riesgo de desarrollar enfermedades cardiovasculares y otros malestares crónicos, así como el cultivo de una “longevidad excepcional”, una categoría que un grupo de investigadores usó para las personas que viven hasta los 85 años o más.
Es cierto que la relación entre el optimismo, una mejor salud y una vida más longeva sigue siendo una correlación que no demuestra causa y efecto. Pero ahora también hay evidencia biológica que sugiere que el optimismo puede tener un efecto directo en la salud, lo cual debería motivar tanto a los profesionales de la salud como a los individuos a hacer más para fomentar el optimismo como un posible beneficio para la salud.
Según Alan Rozanski, uno de los principales investigadores en este ámbito, “Nunca es demasiado pronto ni demasiado tarde para fomentar el optimismo. Desde adolescentes hasta gente de noventa y tantos, a todos les va mejor si son optimistas”.
Rozanski es un cardiólogo en el hospital Mount Sinai St. Luke’s de Nueva York que se interesó en el optimismo cuando estuvo trabajando en un programa de rehabilitación cardíaca al inicio de su carrera.
En una entrevista, explicó: “Muchos pacientes con infartos al miocardio habían tenido vidas sedentarias y llegaban al gimnasio y decían: ‘¡No puedo hacer eso!’. Pero yo los ponía en una caminadora, empezaban despacio y poco a poco aumentaba la velocidad. Su actitud mejoraba, se volvían más seguros de sí mismos. Una mujer de setenta y algo dijo que tal vez su infarto fue lo mejor que le ha sucedido porque ha transformado lo que ella pensaba que era capaz de hacer”.
En un análisis importante de 15 estudios en los que participaron 229.391 personas, que fue publicado en septiembre en JAMA Network Open, Rozanski y sus colegas encontraron que la gente clasificada como muy optimista tenía muchas menos probabilidades de tener un infarto o algún otro evento cardiovascular, así como una menor tasa de mortalidad de cualquier causa en comparación con los participantes que presentaban una actitud pesimista en los estudios.
“Los datos son muy congruentes”, dijo. “En todos los casos, había una correlación sólida entre el optimismo y un menor riesgo de enfermedad. Los optimistas suelen cuidarse más. Es más probable que hagan ejercicio y coman mejor y es menos probable que fumen”.
Rozanski agregó: “También hay un efecto biológico. A diario, los pesimistas llenan su cuerpo de hormonas de estrés nocivas, como cortisol y noradrenalina. El pesimismo aumenta la inflamación y promueve anormalidades como la diabetes. Asimismo, conduce a la depresión, que la Asociación Estadounidense del Corazón considera un factor de riesgo para la enfermedad cardiovascular”.
Otra investigadora, Julia K. Boehm, psicóloga de la Universidad Chapman en Orange, California, dijo: “El optimismo promueve la solución de problemas. Ayuda a la gente a lidiar con los retos y obstáculos de maneras más eficaces. Los optimistas suelen buscar estrategias que hacen realidad un futuro idealizado. Sus corazones no están acelerados constantemente”.
En cambio, afirmó que “los pesimistas no suelen ser muy abiertos con la posibilidad de desenlaces favorables, y la reacción de lucha o huida que tienen potencia los sistemas del cuerpo que, con el tiempo, lo desgastan”.
Boehm y sus colegas examinaron la vinculación del optimismo con tres comportamientos de salud (actividad física, alimentación y fumar cigarrillos) y encontraron que los sujetos más optimistas eran más propensos a asumir comportamientos saludables. Sus hallazgos se publicaron en 2018 en la revista Circulation Research.
Lewina O. Lee, profesora adjunta de psiquiatría en la Facultad de Medicina de la Universidad de Boston, y algunos colegas suyos analizaron datos de varias décadas sobre mujeres que estaban publicados dentro del Estudio de la Salud de las Enfermeras y sobre hombres en el Veterans Affairs Normative Aging Study (un estudio que analiza los efectos del envejecimiento).
Encontraron que, en promedio, los que tenían mayores niveles de optimismo, según se midió con una herramienta de evaluación llamada Prueba de Orientación de Vida, vivían más. Entre los participantes más optimistas, las mujeres tenían un 50 por ciento más probabilidades de vivir hasta los 85 y los hombres un 70 por ciento más.
En una entrevista, Lee dijo que los optimistas están más capacitados que los pesimistas para recontextualizar circunstancias difíciles y reaccionar a ellas de maneras menos estresantes. También es más probable que asuman una actitud positiva ante la vida y perseveren al momento de superar obstáculos en vez de pensar que no se puede hacer nada para enfrentar una situación difícil, dijo.
Aunque la evidencia indica que la perspectiva de vida de una persona tiende a mantenerse estable con el tiempo, dados los posibles beneficios del optimismo para la salud, le pregunté a Rozanski si habría manera de fomentar más optimismo en los pesimistas crónicos.
Mencionó los postulados de la terapia cognitiva-conductual, que pueden ayudar a desarrollar mejores habilidades para enfrentar problemas y frenar pensamientos negativos.
“Nuestro pensamiento es de carácter habitual, no es consciente, así que el primer paso es aprender a identificar cuándo estás pensando de manera negativa y comprometerte con cambiar cómo ves la vida”, aconsejó. “Reconoce que la manera en que piensas no es la única manera de pensar en una situación. Tan solo esa idea puede disminuir el efecto tóxico de la negatividad. El paso dos es sustituirlo por un pensamiento mejor que sea creíble”.
Rozanski comparó esa práctica con aumentar la fuerza muscular. Se trata de “fortalecer, poco a poco, el ‘músculo’ del pensamiento positivo, por ejemplo, sintiéndote más agradecido”.