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COSAS DE DIOS

Destrucción y depresión

Si las cosas no resultaron lo que aparentaban. Si el agua que parecía transparente se vuelve turbia. Si lo bueno, la verdad, es un mal disfrazado. Y lo diferente pertenece al montón de lo ordinario. Si el asunto pinta feo, aunque parecía bonito. Le recomiendo, y usted se lleva si quiere, claro, que retire la nariz de donde la tenga pegada, retroceda hasta que pueda doblar a la derecha o a la izquierda, y enfile su rumbo hacia otro lado.

Si descubre en su plato una comida dañada, ¿la deja ahí hasta esperar a que se vuelva buena? No creo. ¿A quién se le ocurre comerse algo que le enferma?, ¿quién apuesta a su propio martirio? o ¿quién prefiere hacerse pedazos antes que soltar la bomba que sujeta en la mano?

Lo que le digo es que, si el bastón resulta una serpiente, si está a tiempo de salir de una situación que no le conviene, sin mayores cicatrices ni traumas severos, no se quede ahí. Muévase. Que el pasmo con tiempo tiene cura, dicen las abuelas. Que nadie se muere en la víspera y más para delante vive gente y son buenos vecinos, dice el pueblo. Que sobrevivir es la primera obligación de un ser humano, digo yo, copiando a alguien que debe haberlo dicho antes, por supuesto.

Y, bueno, que la única persona cuya partida indica que su tiempo se acabó es usted mismo. Que creer y que te engañen, aunque sea un ratito, no está mal. Un segundo de ilusión vale el mal trago. A todos nos pasa. Sabemos que hay camaleones multifacéticos; lobos disfrazados de ovejas; gatitos que son leones y muertes lentas que comienzan con una propuesta de vida.

Saque el pie, si metió la pata, con gracia, sin alboroto, ni reclamos. Porque, a ver, cada quien arde, por dentro, en su propio infierno y la lucha entre el Caín y el Abel que guardamos en el alma -escuché a un cura decir eso para que no me acusen de plagio- a veces, la gana Caín. Y usted no puede odiar a nadie por su debilidad. Al fin y al cabo, todos somos débiles. Todos flaqueamos de algún lado y aun el más santo esconde en su alma a un gran pecador, a veces, al mayor de los pecadores. Y bueno, insisto, si el asunto no le conviene, suelte amarras, permítase llorar un poco y hágase a la mar. Cuando venga la tristeza, no le tema, ya pasará. Porque (y esto sí es de mi propia cosecha) más vale deprimirse que destruirse.

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