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FÁBULAS EN ALTA VOZ

Perdí, lloré y acepté

Perdí. Soy aguilucha, pero no porque me gusta el color amarillo o porque soy cibaeña. Es que lo llevo en la sangre. Lloré. Siempre lo hago cuando perdemos. Es una mezcla de impotencia, rabia o no sé qué. Lo cierto es que me afecta mucho la derrota. Es más, no sabría definir qué afecta más mi corazón, si ganar o perder. El domingo fue un día triste para mí, porque como sabemos los que no somos liceystas, no es sólo no haber ganado, sino sentir que no jugamos para obtener la corona. Fue un juego sin grandes emociones. Al menos así lo sentí. No niego que durante esta serie también sentí mucha alegría. El haberles ‘apeado’ la olla dos veces de la estufa, me satisfizo. Creían que el jueves iban a celebrar, y el viernes que ganarían en su casa. No fue así, y eso me gustó. Pero bien, felicito a los ganadores. Ambos equipos son dignos representantes del béisbol dominicano. Por el momento me trasladaré a una ciudad fabulosa donde la humildad le gana la batalla al fanatismo, donde la sensatez se impone por encima del sabor amargo que deja la derrota. Allí me sentí mejor, seguí los consejos de mi hermano José Amado, quien asumió el haber perdido con una amplia sonrisa, pues entiende que hay que celebrar con familiares y amigos que son del equipo contrario. En ese lugar fabuloso también recapacité sobre lo feliz que estuviera mi papá con el triunfo azul. En fin, ocupé mi mente en todas las cosas positivas que se pueden sacar de una derrota. Pensé en la alegría de mi hermano Antonito, quien le encontró sentido al haberse cambiado de equipo; en la algarabía de Julio, que de mis 13 hermanos es el único que siempre ha sido azul y que conocía el secreto de mi padre que fue ‘liceysta de la secreta’ por muuuuchos años. En este lugar fabuloso me sentí mejor. Aprendí que por encima de todas las cosas está el perder con dignidad, y que agradecer a cada uno de esos peloteros que lo dieron todo en el terreno es lo mínimo que podemos hacer, sobre todo si tomamos en cuenta que aun cuando la tristeza los arropó por la muerte de Andy Marte y Yordano Ventura pusieron alma y corazón para forzar un noveno juego y quedar a la altura de lo que significa ser águila. Ahora regreso a la realidad, y lo hago convencida de que el juego se disfruta más cuando sabemos perder y ganar. Ojalá yo pueda poner esto en práctica en lo adelante, porque desde que tengo uso de razón y siento pasión por el béisbol, sufro al máximo cuando perdemos, y disfruto de forma desmedida cuando ganamos, o cuando Licey pierde, no importa de qué equipo. ¡Felicidades a los azules!

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