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FÁBULAS EN ALTA VOZ

Doña Mercedes y sus preocupaciones

La semana pasada recibí una llamada muy reconfortante. Cuando tomé el teléfono una voz dulce, de una señora de la tercera edad, me pregunta: “¿Usted es Marta Quéliz?”. Le respondo que sí, y de inmediato me mostró su alegría por haberse comunicado, pues quería pedirme que escribiera sobre la compleja situación que vive el país con la sequía y, por si fuera poco, con el Plan de Regularización. Le dije que sí, que atendería su sugerencia. Tan comprometida me sentí con doña Mercedes Amiama que decidí tocar ese tema tan engorroso como es el de nuestros vecinos haitianos, que me había dicho a mí misma no tocaría en esta columna. Terminando de hablar con ella, cerré mis ojos y la llevé a viajar hacia una ciudad fabulosa, donde el agua es inagotable, y el respeto a la soberanía de una nación prevalece por encima de todo. Al llegar al lugar, doña Mercedes no podía creer lo que veían sus ojos: una vegetación virgen, unos ríos caudalosos y una reserva ecológica de ensueño. A nadie le pasa por la mente depredar los bosques. Saben que de su preservación depende la calidad de vida de los seres humanos. Jamás atentan contra los ríos. Sacarle un granito de arena es no solo un pecado, sino un delito que conlleva poner tras las rejas a los culpables. La educación dentro de la casa y de la escuela sobre economizar el agua es práctica obligada. ¡Ay de aquel que desperdicie una sola gota! De hacerlo, recibe el castigo de los padres y de sus maestros. Afortunadamente no hay registros de personas que hayan faltado a esa costumbre. Por eso no temen a que la sequía atente contra su población. Al ver también cómo en aquella ciudad fabulosa se respetan los derechos de cada comunidad que la conforma, doña Mercedes se sorprendió. Observó la forma en que cada quien aplica sus leyes y defiende su libertad sin necesidad de extrapolar sus decisiones ante otras potencias que también defienden la suya. Estaba admirada con la manera en que el patriotismo se apodera de cada uno de los dolientes de su territorio. Todos tienen el mismo propósito: defender su soberanía, no la del vecino. Al regresar a la realidad, doña Mercedes volvió a sentir tantas preocupaciones.

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