ENFOQUE
Combates de un abril glorioso
“Yo no digo nunca lo que creo, ni creo nunca lo que digo, y si se me escapa alguna verdad de vez en cuando, la escondo entre tantas mentiras, que es difícil reconocerla”. Nicolás Maquiavelo-
Como cada año, la llegada del mes de abril evoca los dinteles de la gloria cuando se rememoran efemérides que tienen la magia de despertar el fervor patriótico, recordándonos por qué hoy nuestra Patria se llama República Dominicana.
Esa remembranza histórica la iniciamos con el sol oteando el horizonte de los mares del Sur, con la Batalla Naval de Tortuguero, bautizo de fuego de la naciente marina militar dominicana, bajo la égida de avezados marinos cuya principalía recae sobre los almirantes Juan Bautista Cambiaso, Juan Bautista Maggiolo y Juan Alejandro Acosta, este último primer almirante dominicano, ya que los dos primeros eran genoveses.
Recordemos con orgullo y admiración que el 15 de abril de 1844 en Tortuguero, Azua, tres goletas dominicanas, la Separación Dominicana (buque insignia), al mando del almirante Cambiaso; María Chica, al comando del almirante Maggiolo y María Luisa , al mando del comandante Simón Corso, derrotaron con una brillante destreza operativa, a fuego de cañón, a un bergantín y dos goletas haitianas, acción bélica que bajo el espíritu de Neptuno, le otorgó el dominio de los mares a nuestra fuerza naval en toda la guerra. Estos hechos impidieron que la flotilla invasora pudiera abastecer de armamentos y provisiones a través de la Bahía de Ocoa a las tropas haitianas.
Algunos historiadores, entre otros aspectos, discrepan sobre el nombre y quién comandaba la tercera goleta, ya qué hay versiones de que el almirante Juan Alejandro Acosta capitaneaba la goleta General Santana en esa batalla naval, pero según otras fuentes, ese día, él se encontraba al mando de la plaza naval de Santo Domingo . Tema interesante para profundizarlo en otro ensayo.
Es de rigor resaltar que la recién formada Marina militar dominicana, cuya génesis ocurrió conjuntamente con nuestro glorioso Ejército, el mismo 27 de febrero de 1844, y que celebró este 15 de abril su 173 Aniversario, apoyó a nuestras fuerzas terrestres con logística, transporte de armas y municiones, para que el 17 de abril de 1849, en la zona de Azua, donde tuvo lugar la batalla de El Número, nuestro Ejército pudiera derrotar, bajo el mando del general Antonio Duvergé, las tropas enviadas por el general Soulouque, al mando del general Jean Francois Jeannot, a pesar de que ellos nos superaban en hombres y armamentos.
Pero aquí se impuso la capacidad táctica, la bravura de nuestros soldados y el eficiente apoyo naval, lográndose doblegar al invasor haitiano, consolidándose así la independencia dominicana.
Unos días después, el 21 de abril del mismo año, en las proximidades de Baní, en la zona del río Ocoa, tuvo lugar la Batalla de Las Carreras, donde soldados dominicanos liderados por el general Pedro Santana- quien fue llamado a comandar las tropas del Ejército mientras se encontraba en retiro en su hato de El Seibo-, junto con los generales Antonio Duvergé y Matías Ramón Mella, y muchos patriotas más, hicieron que durante tres días de intensa lucha, el general Soulouque, aún con superioridad numérica y mayor poder de combate, nueva vez mordiera el polvo de la derrota.
Es importante precisar que nuestras fuerzas navales, con las goletas General Santana, 27 de Febrero y Constitución, controlando los mares del Sur con su poder de fuego y acción persuasiva, desde Playa Grande a Caracoles, hicieron que las tropas haitianas que iban a reforzar a sus compañeros en la batalla de Las Carreras, se desviaran al norte rumbo a nuestras escarpadas y agrestes montañas, evitando con esa disuasión bélica el desplazamiento del enemigo en las costas. Esta maniobra ocasionó un gran desgaste al enemigo, forzándolo a enfrentar en esas condiciones al aguerrido general Santana en Las Carreras. Si los haitianos hubieran bebido de las aguas del río Ocoa, otro hubiera sido el curso de la historia con miles de soldados haitianos penetrando las defensas de la capital dominicana.
Hoy, a 173 años de tan magnos acontecimientos militares, observamos con el catalejo de la impotencia como nuestros pueblos fronterizos, según lo confirman senadores representantes de los mismos, tienen poblaciones haitianas que superan el sesenta por ciento de esas comunidades, las emisoras de radio transmiten en patois y el idioma que se habla es el creole, con la agravante de que la Sierra de Bahoruco -con la complicidad de autoridades dominicanas- es despiadadamente deforestada para el tráfico ilegal de carbón vegetal, donde se negocian miles de sacos mensuales, destruyendo nuestra ecología y foresta.
Por tanto, lo que debía ser uno de los mayores legados para las generaciones futuras de dominicanos, hoy está amenazado con la destrucción de sus rasgos geográficos y culturales.
En ese mismo orden, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMC), más de 1.7 millones de niños mueren cada año por las enfermedades provocadas por la contaminación del aire, deficiencias en el suministro de agua y la falta de sanidad e higiene. En el caso dominicano, estos factores se magnifican con la creciente y desbordada migración ilegal haitiana, y en este escenario amenazador nos preguntamos: ¿Es que vamos a seguir permitiendo que los haitianos, con sus cómplices dominicanos y foráneos, y mediante el tráfico ilegal de personas, armas y mercancías, la deforestación, contrabando y el narcotráfico, nos dejen sin país?
Como sabemos, la institucionalidad es la plataforma del desarrollo y la paz, en ese sentido, traigo a colación el caso de una noticia reciente, muy poco difundida y analizada en los medios de comunicación nuestros, respecto a la decisión del juez norteamericano Derrick Watson, con sede en Hawái, quien el 15 de marzo pasado, no solo suspendió un decreto anti-inmigración del presidente Donald Trump, sino que en esta semana pasada extendió su orden bloqueando la instrumentación de tan contundente decisión, con una medida cautelar que dificultaría aún más su aplicación, teniendo que ir a dirimir el polémico caso en una corte de apelación federal.
Esa postura constituye un ejercicio de democracia real digno de ser analizado por un país como este, donde nos hemos tenido que acostumbrar de manera forzada a sobrevivir en un tipo de convivencia muy singular, que yo prefiero llamar “dominicracia”, y que debemos cambiar adoptando el rumbo verdadero que nos trazó Duarte para que nos lleve al puerto de la institucionalidad.
En el ámbito de la soberanía y el progreso de cada Estado, así como los Estados Unidos, con todo su derecho, quieren intensificar más sus controles migratorios, y con órdenes ejecutivas presidenciales accionan para proteger su industria manufacturera para revitalizarla, de esa misma manera el gobierno dominicano tiene el ineludible deber de proteger nuestro “Espacio Vital” , accionando en el marco de la Constitución y las leyes, pensando primero y siempre en el interés nacional y en el porvenir de la Patria, lo cual de seguro podría garantizarle de manera natural y espontánea mantener altos índices de popularidad.
Que fecha más oportuna que abril, donde debemos impregnar nuestras acciones de orgullo patrio para reforzar la identidad nacional con el epítome de El Número, Tortuguero y Las Carreras, escenarios bélicos que preservaron la Independencia Nacional, sin dejar de mencionar la Revolución de Abril de 1965, última exigencia de respeto a la Bandera Nacional hablando con el lenguaje de las armas y la dignidad.
Por el compromiso sagrado e ineludible con nuestros próceres que nos legaron una Patria libre e independiente de toda potencia extranjera, en este abril glorioso, una vez más, como ciudadano en el ejercicio de mis derechos, y observando con preocupación esta invasión pacífica -a veces no tanto- de haitianos ilegales deambulando por las calles de Duarte y Luperón como “Pedro por su casa”, abogo por el estricto cumplimiento de la patriótica sentencia 168-13 del honorable Tribunal Constitucional, el Decreto del Poder Ejecutivo No. 327-13, la Ley General de Migración No. 285-04, así como la Ley 169-14 ,con la severidad de un sensor romano, para que así no seamos un Kosovo en el Caribe, que no es más que exigir que aquí se instaure el imperio de la ley en todas sus manifestaciones, como única garantía de poner en vigencia el Estado de Derecho.
¡Viva la República Dominicana!