ENFOQUE
Haití: entre la reconciliación y la esperanza
“La ESPERANZA es el único bien común a todos los hombres; los que todo lo han perdido aún la tienen”. -Tales de Mileto -
Para la gran mayoría de los haitianos que viven en esa empobrecida nación impera el sentimiento de frustración, desesperanza y resentimiento, tanto de naturaleza cultural, histórica como socioeconómica.
Uno de los motivos de ese abatimiento social es el dejado por las cicatrices de un pasado colonial que aún no ha sanado, pero más aún, por el aislamiento producido por el analfabetismo que le somete, a una especie de esclavitud alevosa, su opulenta y poderosa clase dominante.
El resentimiento que nos separa como naciones hermanas es provocado además, entre otras razones, porque ellos entienden, hasta el día de hoy, que “la isla es una e indivisible”, y por tanto, la parte ocupada, por derecho propio, por la República Dominicana, aún les pertenece.
Sienten frustración, porque el progreso de desarrollo en todos los niveles de nuestro Estado y sociedad es más que evidente a la luz de las más elementales comparaciones. Y fundamentalmente, por nuestros disímiles orígenes coloniales que aún subyacen en su psiquis, que no nos han permitido desarrollar vínculos sólidos entre las dos naciones que compartimos la misma isla.
Sienten también resentimiento ante sus mismos “colonizadores” porque, aparte de que fueron sometidos a la más humillante servidumbre, tampoco fueron tratados como auténticos “ciudadanos franceses” exceptuando los casos de aquellos que eran destinados a las rudas y arriesgadas tareas militares. De manera que su “ciudadanía” era “parcial”, puesto que sí podían morir como verdaderos franceses pero jamás vivir como tales.
A pesar de todo ello, muchos de sus líderes albergan aún en su subconsciente “fantasías geopolíticas” de un pasado memorable o, tal vez, el utópico intento de reeditar una improbable “restauración haitiana”, tal como alucina el Estado Islámico (ISIS) con reconquistar la grandeza de su antiguo Califato, ya momificados en los estratos arenosos de la historia.
Viendo este panorama en retrospectiva al día de hoy, lo peor de la desgracia haitiana es su testaruda negativa a salir de ella. Pues se ha convertido este infortunio calamitoso en una especie de “ideología” que le ofrece un alivio obsceno al trastorno de su “indigestión emocional” al presentarse siempre en su condición de víctima ante la “ingenua” comunidad internacional.
Esta cultura de la conmiseración profundiza, cada día más, su propia desgracia, lo que impulsa a su clase política a idealizar que si no es posible obtener una victoria en sus pretensiones de ocupar nuestra parte de la isla a través de medios más “honorables”, por lo menos, arruinar nuestra nación constituiría una especie de consuelo.
Un ejemplo de ello es el absurdo reclamo realizado por el Foro Económico del Sector Privado haitiano de pretender añadir 22 productos más a la ridícula lista de los 23 artículos que actualmente están sometidos al bloqueo fronterizo desde el año pasado.
Estos hechos ocurren en medio de una crisis alimentaria donde las mismas Naciones Unidas la catalogan de crisis humanitaria. A pesar de todo esto, insisten en ese irracional bloqueo, todo porque prevalece más el “deseo vengativo” de fastidiar económica y políticamente a nuestra nación, mientras logran, al mismo tiempo, continuar enriqueciendo su reducido grupúsculo de empresarios.
Para que los haitianos puedan superar esta “lógica vengativa”, una solución viable sería un cambio de actitud, sincerándose a sí mismos como sociedad, examinando de manera crítica como Estado-nación su constante condición de “victimizarse”. Sustituyendo, a la vez, su secular predisposición sacrificial por la óptica de un razonamiento de desarrollo y dialéctica del poder, reconociendo que si bien es cierto que durante más de dos centurias no han logrado, como conglomerado soberano, alcanzar estadios de evolución social y desarrollo económico, no menos cierto es que poseen el potencial humano intrínseco y una diáspora competente para que, sumada a una comunidad internacional dispuesta a cooperar, puedan ellos desarrollar su propia “musculatura social” capaz de levantar su autoestima y escalar exitosamente hacia la cima de la prosperidad nacional.
A juzgar por los hechos, estos objetivos se encuentran muy distantes para ser realizables pero se pueden iniciar pasos importantes, como son el derrotar el analfabetismo e incorporar a las mujeres dentro del aparato impulsor de esa nueva etapa de prosperidad y modernidad, ya que son ellas, como epicentro biológico de la humanidad, las mayores generadoras de esperanzas y las más firmes luchadoras de la preservación del núcleo familiar y de la estructuración social.
En términos prácticos, la sociedad haitiana no puede continuar colocándose una “burka” en la cabeza pretendiendo ocultar su verdadero rostro por siempre, si es que desea realmente interactuar, de manera creíble, con los dominicanos y el resto del mundo. Pues un principio vital de las relaciones humanas es poder “ver los ojos” de su interlocutor, ya que ellos constituyen el “espejo del alma”.
Ha llegado el momento de dejar de refugiarse en el dañino etnocentrismo social en el que vive aislada la clase dominante haitiana, y abrir definidamente las puertas a un relativismo cultural que fortalezca, dentro de un clima de tolerancia, un nuevo sistema de valores propios de su idiosincrasia multicultural y a la vez compatibles con los principios universales que rigen las relaciones internaciones a escala global.
De esta manera podrán, como colectividad contemporánea, acercarse sin prejuicios a su historia de un modo desapasionado y, a la vez, sentirse orgullosos de ella, fomentando entre sus ciudadanos los estudios históricos objetivos, de las artes y el saber en la búsqueda` de su propia identidad como nación.
Por el contrario, sin continúa imperando el reino de la inestabilidad, las cadenas del oscurantismo de la ignorancia, de la crisis de identidad social y un injusto régimen de privilegios para unos pocos, este “cambio” tan importante seguirá siendo imposible de realizar.
En este contexto, y ante los acontecimientos actuales de otra crisis política en Haití, debida a la burla del presidente haitiano Jocelerme Privert, seleccionado por el parlamento con la expresa encomienda de convocar a nuevas elecciones con el objetivo de salir del abismo de la crisis electoral dejada por su antecesor, ahora hace caso omiso a los pedidos de la Unión Europea y los EEUU pretendiendo ejercer el poder en contra de lo acordado y en franca violación constitucional y de la libérrima voluntad popular.
En este escenario, cabe preguntarse: ¿Será el actual liderazgo político haitiano el llamado a realizar las reformas profundas que necesita la sociedad haitiana? ¿Será necesario que nazcan liderazgos nuevos desde el mismo seno de su sociedad? O por el contrario, ¿Estos cambios podrán ser generados por las periferias de su diáspora? ¿Podrán la diáspora americanizada o europeizada ser los auténticos “trasfusores” de una casta nueva que le devuelvan a su nación la confianza en sí misma de siglos pasados?
La respuesta estaría en esa nueva generación de intelectuales, profesionales y políticos haitianos que estén dispuestos a aunar esfuerzos y a asumir todo tipo de sacrificios para la construcción de una nueva sociedad haitiana utilizando sus propias historias de éxitos como puntos de referencia a imitar para los millones de sus conciudadanos sedientos y en ayunas por redireccionar su futuro.
Tomando en cuenta que los cambios necesarios para lograr el progreso económico, las reformas políticas, el florecimiento cultural y la transformación “psicosocial” están todos íntimamente interconectados entre sí, ya que todas, sin excepción, son necesarias para la creación de un nuevo Haití y poder, finalmente, convivir como hermanos vecinos dentro de un ambiente de mutua colaboración siendo la RECONCILIACI”N la conectora de su pueblo y la gran generadora de ESPERANZAS para un futuro promisorio.
El autor es miembro del Círculo Delta. fuerzadelta3@gmail.com