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DÍAS DE CINE

‘Un vals para Mónica’

Como cine, no es nada del otro mundo: bien llevada desde el punto de vista formal sin preocupaciones de buscar nada arriesgado.

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Armando Almánzar R.Santo Domingo

Lo normal, en el mundo de las historias cinematográficas, es que cuando nos dicen “vamos a ver tal película, es un biopic”, usted inquiere sobre el tal y le dicen que cuenta la vida o parte de la vida de algún famoso, léase Beethoven, Napoleón, Bolívar, Duarte (este, con muy mala suerte), Cantinflas o Chaplin, o sea, que es alguien conocido por mucha, mucha, mucha gente.

Pero en el caso que ahora nos ocupa, “Un vals para Mónica”, se trata de la vida de una cantante sueca llamada Mónica Zetterlund, a quien no conocíamos, pero que, todo parece indicar, fue un ídolo en su país, Suecia, en lo que a jazz se refiere, y llegó a cantar en USA con personalidades del gran mundo de esa inspirada música como Bill Evans, uno de los más destacados pianistas de los años 60 y 70.

La vida de Mónica puede que no tenga tanto interés como la de algunos de los antes citados, pero no deja de ser interesante. Nacida y criada en un pequeño pueblo de Suecia, empleada en una central telefónica (no como las actuales, aquellas de enchufa y habla y luego comunica), reunía aptitudes para cantar y, como tal, hacía giras por los pueblos de los alrededores con una banda de jazz local en la cual ella y una amiga eran las cantantes. Una acotación antes de seguir: en aquellos años, quienes cantaban en jazz lo hacían en inglés, no importa de donde era la banda, si Brasil, si Japón, si España o Suecia. Y cierta vez que Mónica fue a cantar contratada a Nueva York en Navidad, en un restaurante se encontró con la sin par Ella Fitzgerald y le pidió si la dejaba cantar para ella, para Ella, y le cantó, le cantó en inglés una pieza que mencionaba Miami, a lo cual la otra le esperó: “¿Tú has estado en Miami? Y cuando Mónica le dijo que no, entonces le dijo algo que determinó la carrera de Mónica: “Si no has estado en Miami, entonces no puedes sentir lo que estás cantando; trata de cantar sobre lo que conoces”.

De ahí vino la idea de ella para cantar jazz pero en sueco, logró aliarse con un letrista reputado, Beppe, y comenzó una estela de éxitos en toda Suecia que la llevaron a firmar un contrato con la archifamosa e importante firma Phillips.

Mónica era divorciada y con una hija pequeña, y su problema era, en esencia, su vanidad y su egolatría: ante el éxito, comenzó a pensar que todo giraba a su alrededor, que todos tenían que saltar cuando ella así lo pedía. Eso, unido a la bebida, minaron su carrera. Sin embargo, fascinó a un director de cine ya famoso para aquellos años 60, Vilgot Sjoman, famoso por haber dirigido una película que fue todo un escándalo internacional por la franqueza de su exposición sexual: “I am curious (Yellow)”, de 1967 (en nuestro país se exhibió, en el Rialto, si no andamos muy perdidos en la memoria), y se mudó con él y su niñita. Otro aspecto de la vida de la controversial Mónica era que su padre siempre la tenía a menos, la increpaba por sus continuos devaneos con la música dejando con ellos a la niña. Para nosotros, esta singular cantante de jazz fue excelente como tal, tal vez bipolar como personalidad, ambiciosa, egoísta, pero de, todos modos, una verdadera triunfadora que pudo vencer hasta su terrible vicio de la bebida.

Como cine, la obra de “Per Fly” sobre ella no es nada del otro mundo: bien llevada desde el punto de vista formal sin preocupaciones de buscar nada arriesgado o diferente. Bien actuada en términos generales (la niña muy bonita, pero casi no creció durante todo ese tiempo). Buena música, por supuesto, aunque la partitura de Peter Nardahl navega por el mundo del jazz sin destacarse más que cuando aparece uno de los famosos cuyas piezas pueden sonar de manera genuina.

No tenemos más este sábado. Debíamos ver dos películas, pero una de ellas no apareció ni en sombras, antes faltaba un rollo, ahora a lo mejor lo que faltó fue la clave para “bajarla”, pero es el caso que ya no teníamos tiempo de ir a otra sala de cine y, nada, esta única por esta vez.

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