CINE
‘La isla mínima’: muy buen ”thriller” a la española
A nosotros nos ha gustado “La isla mínima”, que es un “thriller”, que se desarrolla en las costas calurosas de Andalucía, en 1980, y que introduce elementos propios (y castizos) de España.
Al parecer, según algunos entendidos, cuando un director español, en este caso Alberto Rodríguez, hace una película como la presente, en la cual dos detectives españoles investigan las actividades de un asesino en serie español, eso está mal porque, caramba, no están haciendo cine español sino imitando, copiando a Hollywood.
Si seguimos al pie de la letra esa teoría, entonces resulta que, como los de Hollywood se fueron adelante haciendo cine, cuando alguien, como Amenábar, hace una película de suspense, está copiando a Hitchcock, y si hacen un western a John Ford.
Pero resulta y viene a ser que cuando los del norte hacen un “thriller”, lo hacen porque en su nación hay asesinos, hay ladrones, hay estafadores, hay violadores y hay traficantes de drogas y violadores, o sea, el elemento humano necesario para eso del de hacer el tal tipo de cine.
Y, decimos entonces, en Inglaterra, en Francia, en España, en Argentina, en México, y hasta en nuestro propio país, ¿no tenemos (por desgracia) todos esos elementos? Por supuesto que los tenemos, y si los tenemos, ¿por qué carajos no podemos llevarlos a las imágenes?
Parece ser que para hacer cine los españoles tienen que seguir haciendo lo mismo que Saura, que Berlanga, que Buñuel y demás, o sea, que no pueden salirse del trillo de sus mayores, que tienen que seguir siendo “castizos” y olé.
Pues, vaya, a nosotros nos ha gustado “La isla mínima”, que es un “thriller”, que se desarrolla en las costas calurosas de Andalucía, en 1980, y que introduce elementos propios (y castizos) de la España de entonces: la miseria, la ignorancia (recuérdese que en aquellos años España seguía siendo uno de los más atrasados país de Europa, que apenas comenzaba a despegar hacia la vida moderna que era ya normal en el resto del continente), que el olor rancio de la tiranía de Franco flotaba fuerte en el aire aún como lo demuestran los guionistas Rafael Cobos y el mismo Alberto Rodríguez, co-guionista, cuando lo evidencian a través de la vida cerrada y sañuda de los lugareños del pueblecito donde ocurren los hechos, en las pintadas y fotos en las casas de familia aludiendo a la grandeza de Franco y, sobre todo, elemento a destacar en la historia, en la relación entre los dos detectives, Juan y Pedro, uno más joven y de mentalidad más abierta, el otro, mayor, más veterano, teñido por su pasado como policía a las órdenes del Estado represivo y cruel.
El relato de la investigación, sus pormenores, es llevado con una excelente fotografía de Alex Catalán por Rodríguez, pero, sobre todo, con una apropiada sonorización y una excelente edición que nos lleva con certeza y dinamismo por aquel paisaje áspero y entre esos personajes entre los cuales es muy poco lo que se puede salvar en cuando a honestidad se refiere, por lo menos entre los que fungen como de mayor importancia.
Muy acertadas igualmente las interpretaciones de Javier Gutiérrez (Juan) y Raúl Arévalo (Pedro), así como las secundarias, como Antonio de la Torre, el padre de las dos chicas desaparecidas.
Si se quiere discutir si el filme es merecedor de premios, ya eso es otra cosa, pero no somos nosotros quienes como para enmendarle la plana a los críticos españoles que le otorgaron varios premios Goya a esta “thriller”. Cada quien piensa lo que piensa, porque, precisamente, cada cabeza es un mundo: si todos pensáramos igual... este sería un mundo muy aburrido.