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ENFOQUE

Del ALCA a los BRICS, pasando por Odebrecht

La emergencia de Brasil como potencia regional con proyección global, reforzada por Argentina y Venezuela, era una realidad percibida como conveniente contrapeso al poder norteamericano.

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Pelegrín CastilloSanto Domingo

A finales del siglo XIX, EUA se propuso crear una zona de libre comercio continental. Ese objetivo fue impugnado desde entonces por muchos gobernantes y líderes del continente. Martí lo denunció como la embestida del “monstruo” imperialista.

En 1994, tras la caída de la URSS y el campo socialista, EUA retomó esa iniciativa con la propuesta de la administración Busch padre de crear el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Eran los tiempos del consenso Washington, en los que Fukuyama pronosticaba el Fin de la Historia y Nye explicaba que el poder americano se transformaba para gobernar el mundo con un amplio repertorio de recursos blandos y duros entre los que estaban la cultura, el libre comercio y el control de los organismos multilaterales, fuentes de la legitimidad internacional.

Sin embargo, la resistencia en América Latina lejos de ceder se recrudeció, coordinada por el Foro San Paulo. Inspirado por Fidel Castro y fundado por el Partido de los Trabajadores, desde 1990 ese foro agrupa a las organizaciones de izquierda y progresistas de América Latina, convocadas para enfrentar las consecuencias de la caída del campo socialista y construir una opción propia de la región. Chávez en 1999, y luego Lula en el 2003, marcaron el paso de esa resistencia concertada, a la que se sumaría Kirchner. Mientras el primero asumía unas posiciones radicales, los segundos ponían unas notas de aparente moderación.

La derrota del ALCA El resultado fue la derrota del ALCA en la Cumbre de Las Américas del 2005 en Mar del Plata. Pero ya desde la Cumbre de Quebec 2001, ante las reservas y reticencias de tantos países, EUA había empezado una estrategia alterna de negociar acuerdos bilaterales o regionales de libre comercio con Chile, Perú, Colombia, Centroamérica y República Dominicana. Las negociaciones con Uruguay han encontrado resistencia en el Mercosur.

Los motivos de la resistencia al ALCA comprendían desde posiciones ideológicas y antiimperialistas a ultranza, hasta la existencia de acentuadas asimetrías y la ausencia de mecanismos de compensación en ese esquema de integración. También, la intransigencia de las posiciones de EUA relativas a propiedad intelectual y subsidios agrícolas. Siempre será difícil negociar con el rey de la selva, pero si había un país de AL con experimentados diplomáticos, negociadores y peso de potencia económica para asegurar el mejor acuerdo posible era Brasil. ¿Se impuso la ideología, los resabios históricos, la revancha antiimperialista? ¿Demostró EUA más interés en acuerdos con Europa y Asia-Pacífico?

De todos modos, la emergencia de Brasil como potencia regional con proyección global, reforzada por Argentina y Venezuela, era una realidad percibida como conveniente contrapeso al poder norteamericano. Pero para compactar y extender los gobiernos de izquierda y progresistas del continente se ejercitó una “generosa” solidaridad internacionalista de apoyos electorales. Esa estrategia de expansión y hegemonía fue consolidada con una trama de negocios de toda laya, donde, desde luego, no faltaba el lubricante de la corrupción transnacional. También, se empleó para facilitar acuerdos “pragmáticos” con gobiernos de otras corrientes. Hasta Evo Morales llegó en un momento a confrontar al neoimperialismo de las petroleras brasileñas. En realidad, ciertas compañías brasileñas, con Odebrecht a la cabeza y en estrecha alianza con sus gobernantes, estaban replicando y perfeccionando las prácticas de corrupción e injerencia política de las multinacionales norteamericanas y europeas, que tanto denunció la izquierda continental en el siglo XX.

Sin embargo, la crisis financiera del 2008 -provocada, en gran modo, por las políticas norteamericanas, algo que anticipó con perspicacia Enmanuel Todd en La Ilusión Económica- desencadenaría una recomposición sin precedentes en la correlación de fuerzas que se disputan la hegemonía con visión geoestratégica global.

El reto de los BRICS En ese contexto, los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), que surgieron como un concepto analítico de los bancos de inversión, a partir del 2008 empezaron a cobrar vida orgánica y a plantear el desafío geoestratégico más formidable que haya enfrentado la hegemonía de Occidente en el mundo.

Ya en la Cumbre de los BRICS en el 2012, en Deli, se formuló todo un programa revisionista: desde la reforma del Consejo de Seguridad de la ONU hasta la nueva gobernanza de las instituciones surgidas en Bretton Woods, el FMI y el Banco Mundial. Se llegó a proponer, incluso, la creación del Banco de los BRICS, así como avanzar con reglas particulares sobre intercambios comerciales y monetarios. En la Cumbre BRICS de Fortaleza, Brasil se autorizó que el Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS contara con un capital inicial de 100,000 millones. Pero también, se esbozó una política conjunta de internet que redujera su dependencia de EUA, como reacción a las insólitas filtraciones hechas por el Cabo Manning y el analista de inteligencia Edward Snowden.

De este modo, Brasil convocado por Argentina y Venezuela, no solo lideró el boicot al ALCA y abrió el continente a las inversiones y empresas chinas, sino que estos tres países concurrían en un esfuerzo por alterar substancialmente el balance del poder mundial. En el ámbito hemisférico, también fue ostensible que las empresas de EUA difícilmente ganaban licitaciones frente a las brasileñas.

Las guerras del siglo XXI Sin embargo, varios factores han contribuido a frenar esa tendencia, que empieza a ser desmontada.

En primer término, el natural desgaste de un prolongado ejercicio del poder: Propiamente estamos presenciando el fin de un ciclo histórico. Después, la revolución energética que impulsó EUA para romper la dependencia de hidrocarburos del Medio Oriente, generó pugnas a partir del 2014 que golpearon a todos los grandes productores mundiales y latinoamericanos, en particular a Venezuela. Los ambiciosos proyectos petroleros del Presal-Tupí de Brasil quedaban en el aire. La proyección de la crisis del 2008, al impactar el crecimiento chino, redujo los ingresos de exportación de Brasil y Argentina, lo que provocó, a su vez, un creciente descontento entre sus clases medias y populares.

Pero, además, ese movimiento continental de las fuerzas izquierdistas y progresistas acusaba serias debilidades intrínsecas, que han contribuido a muchos de sus reveses. Lo había advertido Samuel Huntington -en muchos sentidos un verdadero profeta-, cuando señaló que los llamados movimientos democratizadores en los países emergentes - la tercera ola- si bien estaban promoviendo una alta participación e integración, lo hacían en torno a discursos populistas, prácticas asistencialistas y figuras providenciales, con muy bajos niveles de institucionalización que los tornaban muy frágiles. La cultura política y las bases económicas y sociales para consolidar avances democráticos, estaban lejos de asegurarse.

Así las cosas, las icónicas empresas brasileñas Petrobras y Odebrecht -ambas cotizan en la bolsa de NYC- se han convertido en el talón de Aquiles de toda la alianza continental izquierdo-progresista. No obstante, cabe destacar que sus prácticas de corrupción han hecho metástasis más allá de esas fronteras ideológicas. La corrupción no tiene fronteras ideológicas. Por lo menos así queda en evidencia con la aplicación de la Ley de EUA sobre prácticas corruptas en el exterior, en estrecha cooperación con la operación Lava Jato que impulsa audazmente el sistema judicial de Brasil. Se confirma, una vez más, que las guerras del siglo XXI serán guerras de información... y que las tradicionales guerras comerciales serán precedidas o alternadas con las guerras contra la corrupción transnacional.

Sin embargo, vivimos una coyuntura muy compleja e incierta, tan cargada de contradicciones y paradojas, que muchos de los líderes de esa corriente en aprietos ansían que las políticas del presidente Trump frente a América Latina les sirvan un escenario nuevo, favorable para su relanzamiento, que valide sus tesis basadas en el determinismo histórico sobre la crisis final del capitalismo y, sobre todo, que le sume un aliado poderoso en un México radicalizado.

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