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ENFOQUE

Trump: la globalización y la hegemonía norteamericana

Solo a tres días de haberse instalado como presidente de Estados Unidos (EE.UU.), Donald Trump emitió una orden ejecutiva (decreto) que retira a su país del Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP en inglés) en el que la administración anterior trabajó por siete años.

Esta ejecutoria cumple con una promesa de campaña; desintegra la piedra angular de la estrategia elaborada por Obama para contener el avance de China en Asia y rompe con un consenso de las élites políticas y económicas incólume desde Ronald Reagan hasta Barack Obama.

Es obvio que la repercusión de este evento va más allá de la inmediatez política y su magnitud solo puede apreciarse a fondo si la analizamos a la luz de dos historias: la de los acuerdos de libre comercio de EE.UU., y la de la evolución de la postura de sus élites políticas dominantes en torno al libre comercio.

De promotor a reductor del poder. La expansión del comercio ha sido el pilar de la globalización y EE.UU. promovió su crecimiento a escala global bajo el supuesto de que también fortalecía la proyección de su hegemonía. Las premisas de todos los acuerdos de libre comercio, empezando por Nafta, y de la aprobación para China de la condición de Comercio Permanente Normal, que le permitió acceder a la Organización Mundial del Comercio (OMC), eran muy claras: 1) Como otros países tienen tarifas más altas que las de EE.UU., reducir barreras al comercio aumentará sus exportaciones más rápido que sus importaciones, 2) Por tanto, el déficit comercial anual desaparecerá y 3) Como las exportaciones crecerán igual que las importaciones, sino más que ellas, los empleos y los salarios aumentarán. Sin dudas, se perderían puestos de trabajo, pero el reentrenamiento de los desempleados los capacitaría para obtener empleos de salarios similares en otras áreas de actividad económica.

Sin embargo, estos supuestos defendidos por economistas devotos del libre comercio, han sido refutados por la realidad. Un déficit comercial mayúsculo, que solo hace crecer con cada nuevo acuerdo firmado, ha resultado la norma; el país ha perdido millones de empleos de altos salarios y un gran número de los nuevos empleos generados son de salarios inferiores a los perdidos. El déficit comercial de EE.UU. con China ascendió a US$324.2 billones en 2013 y alcanzó la cifra récord de US$365.7 billones en 2015. Entre 1997 y 2013 la manufactura de EE.UU. perdió 5.4 millones de puestos de trabajo y 82,100 establecimientos desaparecieron. A partir del 2001 el déficit comercial con China ha provocado pérdidas de empleos en los 50 estados y el Distrito de Columbia y en todos los distritos congresionales excepto uno.

El bienestar económico de una porción significativa de las clases media y obrera se ha deteriorado y la desigualdad ha crecido de manera continua e imparable. Para el 2016 en EE.UU. el 1% más rico de la población se apropió el 20% de los ingresos mientras el 50% más pobre apenas recibía alrededor del 12%. Una persona nacida en EE.UU. en 1940 tenía un 92% de probabilidad de llegar a ganar más que sus padres, para una persona nacida en 1985 esa probabilidad se redujo a 50%.

Este proceso económico ha impactado la esfera política norteamericana. De manera creciente Washington es incapaz de solucionar los retos estructurales que afectan la economía. El ambiente político ha devenido volátil e inestable, generando angustia en una gran porción de la población que se siente manipulada por la clase política y los medios. La situación empeoró desde la crisis del 2008, promoviendo alternativas políticas cada vez más radicales y anti-elite. En el imaginario colectivo norteamericano Washington se ha convertido en un pantano de aguas sucias y pestilentes que hay que drenar. La elección de Donald Trump como presidente tiene en el Tea Party su preludio natural. Los acuerdos de libre comercio, el caballo de batalla de la globalización ampliamente promovido por los EEUU, han terminado socavando su gobernabilidad, como demuestra David Autor, del Massachusetts Institute of Technology en su trabajo “Importando Polarización Política”.

De igual manera, la globalización ha debilitado la hegemonía global indiscutida que disfrutaba EE.UU. luego de la caída de la Unión Soviética. Claro, a ello han contribuido también espantosos errores geopolíticos, como la invasión a Iraq del 2003, pero no hay dudas de que, a pesar de poseer la moneda dominante de la economía mundial, el enorme déficit comercial y su correlato, el financiamiento externo de su consumo; la financializacion de su economía que causó la crisis financiera del 2008; el ascenso de China; la revitalización de Rusia; la conformación del BRICS y la pérdida de competitividad en actividades de alta tecnología, son hechos que de forma creciente dificultan a EEUU la imposición de su voluntad en la arena global.

Un ejemplo claro y reciente del debilitamiento de la hegemonía de EEUU fue la debacle diplomática que sufriera en marzo del 2015 cuando, a pesar de poner presión a sus más cercanos aliados para que no se integraran al Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (AIIB en ingles), ellos ignoraron a Washington. El primero en romper filas fue Inglaterra y luego siguieron Francia, Alemania, Italia y Australia. Y esto ocurrió luego que China asumiera una postura agresiva en las disputas territoriales con sus vecinos, en evidente reto al dominio de la región por EEUU.

Aceptación y rechazo de un dogma Fue bajo la bandera republicana que la promoción del libre comercio devino un dogma indiscutido para las elites norteamericana. Para los republicados el fomento del libre comercio fue una idea de su propia cosecha, ya que su justificación proviene de la visión neoliberal de Barry Goldwater, de quien Ronald Reagan fue un discípulo aventajado. Fue Reagan precisamente quien en 1979 propuso el “Acuerdo de Norteamérica” que luego se convertiría en NAFTA y que George W. Bush negociaría con México y Canadá. Pero fue el demócrata Bill Clinton el artífice de la apostasía ideológica más espectacular del pasado siglo en los EEUU, cuando adoptó gran parte del programa económico de Reagan, incluida la promoción del llamado libre comercio.

Clinton sometió NAFTA al Congreso y obtuvo su aprobación, marcando un realineamiento del partido Demócrata, para usar el concepto desarrollado por James Sunquist en su obra “Dynamic of the Party System”. Dicho proceso se había iniciado en 1980 y 1984, pero adquirió ribetes definitivos en el gobierno de Clinton. La estrategia demócrata fue redefinida; la clase obrera dejo de ser el núcleo de su base, lugar que vinieron a ocupar los pobres de las ciudades, los emigrantes y diversas identidades basadas en etnia y género. De esta manera, la promoción del libre comercio paso a constituirse en un dogma para ambos partidos, en torno al cual se unificaron a pesar de sus profundas y crecientes diferencias en casi todos los otros temas.

De modo que, además de ser un dogma central de su universo de políticas económicas, la forma como el libre comercio ha venido siendo implementado por las elites norteamericanas dominantes desde Ronald Reagan hasta Barack Obama ha sido uno de los factores organizadores fundamentales de la estructura económica a escala global en las últimas décadas. Ello explica porque la intención de Donald Trump de redefinir las características del libre comercio -no se propone un aislacionismo como falsamente se ha querido decir- ha enviado ondas de choque a través de las elites políticas y económicas en todo el globo.

Trump no parece estar fuera de la marca. La profundización de la tendencia que ha tomado la globalización no asegura la sustentación simultánea de dos pilares de la arquitectura geopolítica de la postguerra fundamentales para Washington: la estabilidad socio-política al interior de los EEUU (es decir, la estabilidad y funcionalidad de su democracia liberal) y el mantenimiento de su hegemonía a nivel global. La tendencia actual de la globalización erosiona progresivamente el poder económico y el poder blando de los EEUU -definido a la manera de Joseph Nye- y amenaza con convertirlo en un hegemón solo capaz de proyectar de manera eficiente poder duro, una situación obviamente insostenible.

*El autor es economista y representó al país en el FMI.

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