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Breve reflexión sobre la carrera de Padrología

Porque en verdad es hermoso

Bueno, compadre, ser papá en tiempos tan convulsos como los presentes es un desafío en el sentido menos clicheado de la palabra. Yo creo que si les preguntaras a los padres y las madres de mi generación sobre sus experiencias en esta profesión (porque no hay mejor manera de definir esta responsabilidad, siempre que se la tome uno en serio), además de la palabra “retadora”, que seguro aparecería en casi todas sus respuestas, otra de las palabras que más sonaría, mucho menos ambigua y quizá con mayor sentido de la verdad, es “hermosa”. Porque en verdad es hermoso. El embelezo que es capaz de crear un niño en la cara aturdida de sus progenitores, a veces alcanza el grado de patético. Y no se hable, por ejemplo, de cuando les das la comida (la cantidad de expresiones faciales que son capaces de sacar, sin timidez, sin prejuicios), ver sus primeros pasos, o cómo aprenden a ir al baño y la sorpresa excitante que les causa ver su “obra”, o la alegría intensa y efímera del mismo juego repetido una y otra vez, una y otra vez, como si para ellos el tiempo fuera eterno… Todo eso no es más que hermosa locura, una especie de ruleta rusa para probar el límite de tus capacidades. En general puedo decir sobre estos dos años que llevo en el rol de padre de la hermosa Sara Amélie, “desviación de la luz”, simplemente que han sido mágicos. Los clichés en los comerciales de pañales y fórmulas lactantes nos quieren presentar la vida de los padres y madres como una experiencia compleja desde el punto de vista, digamos, “laboral” de esta profesión; pero no sólo la parte matérica de verles crecer, desarrollar sus capacidades motrices, sus mecanismos de defensa ante ciertas adversidades, sino todo el conglomerado de elementos que conforma la enorme complejidad que es un ser humano y que van solidificando su personalidad (la aprehensión y el desarrollo de sus miedos, sus intereses, sus afecciones, sus simpatías hacia determinadas cosas, su capacidad de elegir, el encuentro con su cuerpo y su manera de pensar y sentir, sus causas de alegría y tristeza, su predilección por ciertas actividades, su fascinación por mostrarse y ser reconocido –admitido, casi– por sus semejantes), son, en resumen, la verdadera labor de ser padrólogo (o “padre”, en el lenguaje popular), por un lado, y por otro, la paga más satisfactoria que podemos recibir de esta profesión, porque nos llena de un secreto, soterrado orgullo. Es verdad que el compromiso y la obligación de romper con la comodidad propia para adaptarse a situaciones que asoman a cada instante (por ejemplo, tener que levantarse a media madrugada a revisarle la fiebre, o darle la medicina o llevárnosla a la cama para que termine de dormirse; o tirarse al piso a jugar con ella cuando tenemos el cuerpo desbaratado del cansancio; o interrumpir una bebedera con los amigos para llegar a casa temprano porque “alguien nos espera”; o explicarle por qué una bola es redonda y cómo hace la vaca, muuuu…; etc., etc.) no es una cosa que uno esté dispuesto a hacer porque sí. Sin embargo creo que la razón de tener un hijo es más que suficiente para romper con nuestra inercia: es una especie de fuerza interior que se destapa en nosotros sin que lo sospechemos, y sabemos que de algún modo y a su debido momento nos reivindicarán, aunque no estemos plenamente conscientes de ello. Es como cuando alguien lleva una dieta, que sabe que la otra opción está ahí disponible y se rompe el coco en una discusión metafísica consigo mismo sobre si sí o no, y se decide por sobreponer su voluntad porque sabe que a la larga, el resultado sólo se obtiene a base de esfuerzos: así nos comportamos cuando tenemos hijos. He visto chicos de 17 y 18 años que, aunque todavía no terminan de salir de la niñez, se comportan como hombres hechos y derechos cuando se trata de su hijo: se les enciende el switcher del padre, como si de antemano estuviéramos dotados por la naturaleza para una función que, como seres vivos, nos corresponderá llevar a cabo. Así es mi experiencia… Yo, que si bien nunca deseché el peligro de convertirme en padre algún día, nunca vi la alternativa como una cosa que se me fuera a concretar. Cuando le conté a uno de mis mejores amigos que mi esposa estaba preñada, me dijo: “Eso les pasa por andar durmiendo desnudos…” Y sí, eso es: eso nos ha pasado. Y, sí, ha sido retadora, mucho, mucho; pero sobre todo, muy por sobre todo, hermosa.

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