AGUAS FRESCAS

Del llanto a la alegría

La verdad es que somos preparados para enfrentar el éxodo de los hijos; sabemos que se marcharán por asuntos educativos, laborales, o porque llega el tiempo de formar su propia familia. Pero nadie nos advierte sobre cuál actitud tomar cuando la ausencia es porque delinquen, porque eligieron amigos y mala compañía. Porque son rebeldes e irrespetuosos… Ese desenfreno los lleva, en ocasiones, a caminos que parecen derechos, pero tienen un final de muerte. Siempre son las madres las que entran al hospital a dar a luz un bebé, pero con frecuencia, son los papás los que tienen que enfrentar la realidad de entrar al hospital a identificar el cadáver de un hijo. ¡Cuán difícil es esa situación, pero no exclusiva! En el mundo hay muchos padres enfrentando la pérdida de un hijo o viendo con dolor que el camino que están tomando no es el correcto. Esos hombres, aunque en silencio son héroes, como tú, no se han atrevido a expresar sus sentimientos, no han publicado su dolor. No sólo las madres sufren y se desvelan, los padres también lloran, a veces cargan un dolor muy intenso que tienen que disimular para beneficiar con fortaleza y ánimo al resto de la familia. Ten paciencia papá. Tal vez tu caso se pueda remediar. Te contaré algo en confianza, algo que le ocurrió a un padre como tú. Él tuvo doce hijos, con mujeres diferentes, pero sólo amaba a una… Los dos hijos menores llegaron como fruto de ese amor, pero con el parto del pequeño, ella murió. Jacob no supo cómo manejar la orfandad materna de sus dos hijos menores y afectado como estaba por tan irreparable pérdida, comenzó a darles un trato preferencial… Y así inició la guerra… Se acrecentó la batalla… Los diez hijos mayores desarrollaron animadversión profunda por José, el mayor de los dos chicos. Éste era el preferido de su papá, hasta le regaló una túnica de colores, que entre otras cosas representaba una preferencia singular y el acceso a ciertos privilegios. El enojo de los hermanos se elevó a su grado máximo y planificaron la muerte de José. Al momento de la ejecución, uno de ellos fue menos cruel y sugirió que lo vendieran como esclavo; fue así como le quitaron su túnica de colores y la mancharon con la sangre de un animalito y salieron a mostrársela al papá para que certificara la muerte. ¡Qué momento desgarrador! Jacob, como muchos de nosotros, supo qué se siente en una morgue. Aunque no vio el cadáver, tomó la túnica ensangrentada y, cual si fuera un médico legista, dijo: “Seguro estoy que una mala fiera me lo devoró… ¡Que nadie me consuele! Descenderé a mi sepultura con mi luto y mi dolor”. Algunos padres están como Jacob; han pasado de la risa al llanto y el dolor ha quedado dibujado en sus rostros y tallado su sufrimiento en su misma alma. No es fácil no, ¿cómo celebrar el día del padre cuando uno de los hijos falta? ¿Cómo seguir viviendo cuando desconocemos su paradero? ¿Qué recurso usar para calmar el pensamiento agobiante que de día nos visita y en las noches nos sacude? No prepararon a los padres para esos momentos, pero la experiencia de Jacob nos anima a comprender que muchas veces certificamos la muerte de situaciones que aún están vivas. El luto por José no era compatible con la realidad que él llevaba. Mientras Jacob lloraba, su hijo estaba siendo entrenado para gobernar Egipto. Fue vendido, acusado falsamente, condenado a prisión, vituperado, pero estaba vivo… Y el tiempo transcurrió. Jacob no se repuso de la “muerte” de su hijo, pero en medio de su dolor un día recibió una sorpresa: llegó una caravana, cargada de regalos y las palabras detalladas de sus hijos contándole toda la historia y asegurándole que José estaba vivo, que él le enviaba todos esos regalos y lo mandaba a buscar. Esta historia es pedagógica: nos muestra el peligro de tratar a los hijos con preferencias, pero también nos muestra que hay situaciones que hemos dado por muertas y se pueden recuperar porque aún están vivas. Es cuestión de tiempo, papá: el chico está muy rebelde, pero vivo, no aparece, pero está vivo. No te habla, te ha agredido, te robó, ha sido cruel con la familia, pero cree, está vivo, aunque todo se vea pasivo, se está gestando algo que te bendecirá. Es verdad que pasaste de la alegría al llanto, pero Dios ordenó que te quitaras esa vestidura raída por la tristeza y que te vistieras con un traje de gozo. Tal vez, como Jacob, has llorado como a un muerto algo que todavía vive y está avanzando hacia ti. Levanta tu cabeza papá, permítele a Dios establecer su autoridad y su gozo en tu corazón, y Él se encargará del resto. ¡Que hoy haya fiesta! Celebra, papá. Dios está ahí y ahora te llevará del llanto a la alegría.

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