La antinatural Feria del Libro

Representantes de la Feria del Libro de la Región.

Representantes de la Feria del Libro de la Región.

¿Por qué leemos? ¿Por qué escribimos? ¿Por qué leemos y escribimos?

Este será mi cierre, por este año, de mis anotaciones sobre la Feria Internacional del Libro en Santo Domingo. Y lo hago tratando de responder a cuestiones desde la niña a la que más de una vez le dijeron que “leer mucho le haría daño” y que creció en casas donde los libros nunca fueron una prioridad; y ante la adulta que cada año, desde hace más de dos décadas, camina entre tarimas, stand institucionales, poses y declaraciones, cifras, nota de prensas y mucha, mucha, gente, para descubrir a un poeta, hallar buenos libros y llorar conmovida ante la lectura de un texto de una escritora que murió hace casi cincuenta años.

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Primero, la cuestión de la lectura.

¿Leer es natural?

Un hecho comprobado. El cerebro humano ha evolucionado desde hace millones de años. Evolucionó para que pudiéramos caminar erguidos, hacer herramientas, procurar vestido, mejorar el lugar donde nos cubrimos del frío o del calor (eso que luego podríamos llamar hogar), sentarnos a una puesta del Sol y preguntarnos qué hago aquí, deducir, calcular, interpretar lo deducido y calculado.

El cerebro que nos hace y hace que hagamos y mejoremos lo hecho, también evolucionó para que, además, tuviéramos un lenguaje, y poder traducir ese lenguaje en símbolos, y esos símbolos pudieran ser organizados en un sistema, y crear soportes para asentar esos símbolos.

Nuestros cerebros a lo largo de la vida, la actual, también evoluciona. El lenguaje materno (paterno) se adquiere sin esfuerzo. Aprendemos a hablar sin saber leer ni escribir. Pero, y ahí va lo maravilloso, tenemos una capacidad heredada, no solo cerebral, sino cultural, que hace posible que aprendamos a leer y a escribir. Es un esfuerzo guiado, sí. Un esfuerzo que a veces cuesta, sí.

¿Ese esfuerzo para adquirir algo que nos une con todo el linaje humano es natural? Sí

¿La evolución que nos llevó a caminar erguidos, hacer herramientas, procurar vestido, mejorar el lugar donde nos cubrimos del frío o del calor (eso que luego podríamos llamar hogar), sentarnos a una puesta del Sol y preguntarnos qué hago aquí, deducir, calcular, interpretar lo deducido y calculado es natural? Sí.

¿Es natural el proceso del cerebro que nos hace y hace que hagamos y mejoremos lo hecho, y que también evolucionó para que, además, tuviéramos un lenguaje, y poder traducir ese lenguaje en símbolos, y esos símbolos pudieran ser organizados en un sistema, y crear soportes para asentar esos símbolos? Sí.

Larga fila de adolescentes para la firma del libro de Eva Muñoz.

Larga fila de adolescentes para la firma del libro de Eva Muñoz.

Entonces, leer es natural.

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El libro.

El libro es una herramienta, un artefacto. Un objeto creado para contener letras que significan, palabras que significan. Para guardar el pensamiento, la idea, lo imaginado que puede concretarse en ese objeto. El cerebro, ese natural órgano al que le debemos tanto, posiblemente nos llevó a crear lo que ya contenía: “una caja de palabras”, que según el neurocientista Stanislas Dehaene, es un circuito neuronal, en el área temporo-occipital izquierda, en donde los fonemas, grafemas y la ortografía se van almacenando, por lo que luego del esfuerzo, leer se convierte en una acción automática.

Claro, no solo leemos desde los libros. De hecho, leemos todo el tiempo. Letreros en la calle, avisos, volantes, anuncios en pantallas, en las redes sociales, los mensajes de texto de nuestros móviles, la letra de una canción que buscamos, las páginas web que visitamos, las instrucciones de los aparatos…

Por supuesto que un libro es un artefacto, un objeto, que amerita tiempo, espacio, concentración, incluso cuando lo leemos digitalmente, en las pantallas.

El libro es una creación de nosotros, desde el esfuerzo heredado, desde una fe en el conocimiento, desde la evolución natural de lo que somos.

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La Feria Internacional del Libro.

El sábado pasado fue la tercera y última vez que fui a la edición de la FILSD de este año. Llegue a tiempo a la presentación del último libro de Rey Andújar, “El germen de lo fatal”, en el improvisado auditorio del Pabellón de Autores Dominicanos, un lugar que carecía de ubicación en el programa de la FILSD, pero que podías ver su entrada en el local del desaparecido restaurante Maniquí en la Plaza de la Cultural, si te distraías luego de comprar un hot dog o un café, o sí luego de salir del Pabellón del Cómic seguías caminando por la misma acera de su entrada.

En su presentación, Andújar dijo algo sobre el ego de los escritores dominicanos, algo así como de creerse la única “soda” (ponga la marca usted) en el desierto. El ego, ese animal hambriento. De pie, le escuchaba, pues sólo había 22 sillas en la pequeña sala. Mi incomodidad corporal también luchaba con el ruido que venía desde afuera, del pasillo donde el día anterior había estado vendiendo mis libros. El interés pudo más, aunque el ambiente no daba pie a la concentración. Lo bueno es que, al final de su presentación, Rey decidió declamar el poema “Verde que te quiero verde” de Federico García Lorca.

Luego de comprar el libro, saludar al autor y pedir que lo firmara, me acerqué a las mesas de autores. En el mismo lugar donde estuve el día anterior estaba Danilo Rodríguez, quien vendía su último libro “El principio de la incertidumbre”. También incómodo, acalorado. Nos saludamos, nos quejamos del espacio, un lugar imposible para lograr algún interés por un libro.

Me despedí de Danilo y entré a otro espacio, justo al lado del improvisado auditorio. Allí me encontré con Ylonka y su exposición dedicada a las lecturas de las mujeres. Estaba vacío. El ruido cada vez más alto en el exterior hacía difícil mantener una conversación o centrarse en algo. Mi anfitriona estaba agotada del ambiente, me confesó. Tomé una foto a un traje exhibido, luego de preguntar de quién era. “Era de Abigail Mejía”. Los restos de esta escritora y periodista fueron llevados recientemente al Panteón Nacional. Le dedicaron la Feria del Libro de 2020, junto a Camila Henríquez Ureña. Ese año la FILSD fue virtual debido a la pandemia.

De repente una voz del exterior sobresale a todas. De manera escandalosa parece recitar o leer algo. Fue la gota que derramó el vaso de Ylonka. Sale. Regresa al rato y me dice que pidió un poco de silencio y orden. Hablamos un poco más y me tomó unas fotos de recuerdo de la exposición. Salgo y camino hasta la Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña.

El traje de Abigail Mejía.

El traje de Abigail Mejía.

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Los jóvenes y la lectura.

Al entrar a la Biblioteca Nacional me sorprendió una larga fila que iba de un extremo a otro, del largo pasillo del vestíbulo, en la entrada de la edificación. La fila salía del auditorio Juan Bosch, el principal espacio de concentración de la biblioteca y con asientos para casi 400 personas. Allí había presentado su libro “Boss” la colombiana Eva Muñoz. La línea de personas estaba compuesta únicamente de adolescentes, más chicas que chicos, y de algunos padres que al igual que yo no podían disimular la cara de asombro.

Eva es una escritora que se hizo famosa en la plataforma de escritura y lectura Wattpad. Sus textos, parecidos a muchos otros de esta plataforma, narran historias que suelen llamarse de “dark romance”, un género que parece mezclar historias de amor intensas, con toques tóxicos. Algo así como el romanticismo del siglo XIX, pero con dosis preocupantes para los adolescentes, según algunas críticas, de romanización de la violencia sexual, física y psicológica.

Me costó trabajo encontrar el lugar del pabellón del autor homenajeado, el historiador Frank Moya Pons. Lo encontré luego de preguntar dos veces. Dentro, había una exposición amplía de todos los textos escritos por Moya Pons, sus originales, tablas explicativas, ningún objeto personal. Dentro del pabellón, que estaba instalado dentro de uno de los salones de la Biblioteca Nacional, había una sala en la que en ese momento la historiadora, ensayista y educadora Mu-Kien Adriana Sang Ben iba a iniciar una charla. Moya Pons se encontraba allí.

Salí sin esperar la charla. Quería ver algunas cosas antes de irme. Recorrí toda la planta baja de la Biblioteca. Espacios ocupados por el Ministerio de Educación. No había mucha gente. Instalaron hasta un aula que simulaba un espacio de aplicación de la Prueba Pisa, esa en la que la educación dominicana suele sacar no muy buenas notas. Hice algunas preguntas. Me quedé sin entender la utilidad de ese espacio allí.

Cuando abandoné la Biblioteca Nacional dejé la larga fila aún más extensa. Luego me enteré de que la firma del libro de Eva Muñoz se extendió por seis horas. Eva tuvo suerte, fue una de las escritoras más visibilizadas en la FILSD, diría que casi la única. Los demás escritores que asistieron a la FILSD fueron prácticamente invisibles para los esfuerzos promocionales. Ni siquiera porque entre ellos había un dominicano ganador de un Premio Alba de Narrativa Latinoamericana, o una escritora que ganó el Premio Nacional de Literatura de Uruguay, en 2008, en la categoría de narrativa, por su novela “La muerte tendrá tus ojos”. Los uruguayos Juana de Ibarbourou y Juan Carlos Onetti ganaron alguna vez ese premio.

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El pasillo imposible.

Entro al pabellón Paseo de la Lectura. Está junto al Museo de Arte Moderno y es una de las estructuras fijas construidas en 2023 para reunir allí a todas las librerías, espacios de venta de libros e instituciones que editan libros y los venden. No pasé de la entrada. Pasa en ese espacio algo que es terrible. Como es un pasillo largo, en que acomodan decenas de stand en sus laterales, los días de mayor asistencia se convierte en una especie de mercado. La gente allí no puede caminar con soltura, o detenerse a ver con interés y curiosidad los libros allí expuestos para su venta. Es un espacio agorafóbico, claustrofóbico, en el que no hay posibilidad de elegir un libro con paciencia y sosiego.

Pude caminar sin dificultad seis días antes, el lunes 29 de septiembre, en una tarde tranquila y algo calurosa. Y ese día me di cuenta que este año, para los días finales de la FILSD, iba a ser peor que en los dos años anteriores, pues hacia el final del largo espacio habían colocado casetas en el medio del pasillo. Así que ese sábado, casi a las 6 de la tarde, entrar allí no era algo deseado. Tomé una foto y me salí. Muchas personas hicieron lo mismo, no pasaron de la puerta.

Al frente estaba el Pabellón de Editores. Había entrado allí también ese pasado lunes, poca gente, con una estructura similar al del Paseo de la Lectura (que de paseo tiene poco o nada), pero más pequeño. No me atreví a entrar.

Camino al Teatro Nacional, mi última parada, escuché a una mujer, acompañada de otras dos, decir algo. Sabía que habían estado en el mismo lugar del que me había ido por sus palabras, pero contrario a mí, se habían aventurado a sus fauces. “Eso es imposible ahí adentro. Es imposible de disfrutar”.

Estos dos espacios, construidos en 2023, fueron razones del aumento del presupuesto ejecutado ese año para la FILSD, que pasó de un presupuesto de RD $49,800,495 a una ejecución de RD $213,818,216.30. De acuerdo con el contrato de la licitación CULTURA-CCC-CP-2023-0007, de julio de 2023, el pabellón de editoriales tuvo un costo de unos 12 millones de pesos. Mientras que el del Paseo de la Lectura fue de 23.4 millones de pesos. A estos se sumaron el Cómic y el del Pabellón Imaginación, cuyos costos dejo para otra ocasión.

Vista del público en el pabellón Paseo de la Lectura.

Vista del público en el pabellón Paseo de la Lectura.

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Las Ferias.

Entré a la Sala Ravelo del Teatro Nacional. Confundida, pensé que en ese momento se realizaba una lectura de poesía, pero lo que encontré fue un panel en el que participaba el ministro de Cultura.

Me senté con los minutos contados, pues tenía una cita para comprar los globos y el papel de regalo con los que prepararía la sorpresa de cumpleaños de mi hijo. En ese momento hablaba una representante de la Feria del Libro de Bogotá. Planteaba cuestiones sobre crear públicos para las ferias del libro. Enumeraba quejas, posibilidades, aprendizajes. Mientras la escuchaba recordaba el espacio vacío que encontré en la Biblioteca Nacional, dedicado a la Red de Ferias y Festivales Literarios de América Latina. Allí me enteré que esa red aún no existe, sino que es una iniciativa del Ministerio de Cultura dominicano que trata de reunir a los representantes de las Ferias del Libro de la región para, referenciando una nota de prensa de mayo de este año, reforzar “el papel de Santo Domingo como epicentro de la promoción del libro y la lectura en la región”.

El panel que veía era parte de ese esfuerzo.

En algún momento, el director de la FILSD tomó el micrófono y mencionó lo que pasaba en ese momento en la Biblioteca Nacional con la firma del libro de Eva Muñoz. Noté una expresión de desacuerdo en uno de los rostros de los panelistas. Me puse de pie y me fui.

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Nota necesaria. La librería Mateca aún existe. Eso me aseguró uno de los hijos del señor Santiago Povedano, con quien conversé en un stand semi desierto del lunes 29 de septiembre en el Paseo de la Lectura. El señor Povedano, que tiene 95 años, según su hijo, propietario de la librería que entrevisté cuando anunció su cierre en 2013, editó un libro el año pasado. Me comentó, ante mi sorpresa que siguen abiertos, en un pequeño espacio de la segunda planta de la edificación donde estuvieron a sus anchas hasta el 2013, y donde ahora comparten espacio con un salón de belleza y una librería cristiana. Prometí una visita.

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Nota final del ego. Mientras trataba de vender algunos ejemplares de mis tres poemarios en el bullicioso, incómodo y caluroso pabellón de Autores Dominicanos, una chica se acerca a la señora junto a mí, la bibliotecaria que vendía libros de un autor cuyas portadas calificaba de poco atractivas. Se saludan con cercanía y cariño. Luego, la chica posa su atención en mis libros. Le empiezo a detallar los precios y que si compra uno se lleva un marcador magnético. Antes de terminar de hacer mi promoción me interrumpe.

-Argénida Romero… sé quién es. La conozco de Twitter. Es famosa ahí.

La miré, entre risas, y le dije:

-Soy yo.

Ella me mira sorprendida y con una expresión divertida. Ambas nos reímos. Me hace comentarios sobre mi presencia en esa red social, se presenta, dice que me sigue.

Se fue sin comprar ningún libro.

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